27/02 ¡La fatalidad ha rasgado mi alma y ha manchado mis manos con la sangre de mi amor! Incapaz de contenerme volví a verlo, esta vez caminamos hasta llegar a la roca tenebrosa, allí podríamos expresar todo el amor físico que quisiéramos sin temor a ser descubiertos. Las lágrimas nublan mis ojos, pero es necesario dejar constancia de tan terrible desgracia. En cuanto llegamos nuestras almas reclamaron que se las libere de las cadenas terrenales, que las dejemos expresar tanto amor y devoción como fuera posible y así lo hicimos. Recostados, con las piernas entrelazadas al igual que nuestras manos, descansábamos de tal explosión de energía, esperando volver a reunir las fuerzas necesarias para cubrirnos con nuestras ropas una vez más cuando oímos un sonido proveniente del sur. Mi primer instinto fue creer que era madre, ¡ojalá hubiese sido ella! Su ira jamás sería comparable al dolor que aquella mujer ha causado. En cuanto vi que no era ella, mi corazón se relajó, grave error. Su cara era la de una abuela, su mirada amable y su cabello fuego con destellos de ceniza, nos habló con voz dulce diciendo: «Mi querida niña, ¿dónde está tu madre? ¿Acaso ella sabe lo que está ocurriendo aquí?». Todas mis esperanzas se vinieron al suelo en cuanto la mencionó, no era una desconocida, ella sabía quién era. No atiné a responder antes de que volviese a hablar: «No tiene por qué enterarse, esto bien puede quedar entre nosotras si aceptas acompañarme». Jeff se puso en pie, olvidando todo pudor para interponerse entre este gran peligro y yo. «Ella no irá más que a su casa», contestó él desafiante. Con andar lento, lo que suponía erróneamente una amable ancianita, se acercó a él, Jeff me tapó la visión de ella unos segundos y cuando menos me di cuenta, aquél demonio estaba susurrándole algo al oído. Jeff volteó hacia mí, su rostro estaba surcado por el dolor, con sus manos sostenía una daga clavada en el vientre mientras la sangre escapaba llevándose gota a gota su vida. Ni siquiera pude gritar, ¿por qué no pude gritar? Mi alma quería proferir un grito desgarrador, algo que hiele la sangre de la muerte y detenga su avance... Pero las cosas no funcionan así, solo pude acercarme a su cuerpo inerte, acariciar su rostro sin vida. Reaccioné tarde, ni siquiera pude despedirme, ¿por qué me congelé de esa forma? Pequeñas gotas saladas pronto decoraron su rostro, arrastrando consigo el último rastro del calor que anunciaba que en algún momento, no hace mucho, él estaba vivo. Una mano, casi la sentí como una garra, pronto reclamó mi atención al sujetarme fuertemente un brazo y jalar de él. No sé cómo sucedió, no sé en qué momento tomé el cuchillo y lo arranqué de las entrañas de Jeff, solo sé que pronto encontró nuevo hogar: la garganta de aquella que apagó por siempre la luz de los ojos de mi amado. El sonido de ella ahogándose en su propia sangre carcome mi mente, esas bocanadas desesperadas en busca de aire y sus ojos incrédulos y suplicantes me perseguirán toda la vida. Mi mano temblaba cuando solté el puñal y la dejé luchando por su vida, y solo corrí, como una cobarde, dejándolo a él junto con ella. Llegué a casa cubierta de pequeños cortes, sin duda rasguños echos por las ramas de los árboles durante mi huida, cosa de la cual tampoco tengo recuerdos. Mi mente está envuelta en una neblina oscura con aroma a muerte, intenta protegerse de todo el mal que me ha sucedido. Madre me esperaba en la puerta, a la cual llegué llorando y suplicando refugio, el dolor de la bofetada que me dio fue lo que me sacó de mi ensimismamiento. No atiné a decir nada, con solo verme ella lo supo todo. No sé cómo expresar el horror que embargó mi alma cuando madre aseguró que, de haber matado a aquel demonio, dentro de mí volvería a tomar forma. Estoy condenada, la asesina de mi gran amor crece segundo a segundo dentro de mí, se alimentará de mi fuerza vital mientras él se descompone en el medio del bosque. Estoy segura de que no hay nada más cruel que esto, ni siquiera se me está permitido acabar con su gestación haciendo uso de alguno de los múltiples brebajes que madre prepara, «no seas estúpida, su alma está atada a la tuya desde ahora hasta que vuelva al plano terrenal, ¿es que no lo has entendido? Ella vivirá, hagas lo que hagas, incluso se alimentará de tu cadáver si decides acabar con tu vida. El siclo se cumplirá, quieras o no, beber uno de esos brebajes solo hará que vuelva a comenzar su gestación» . Y con esas duras palabras, madre me encerró en mi habitación, toda esperanza se ha ido con la última respiración de mi amado.
—Dios mío —susurro dejando el diario sobre mis piernas y cubriéndome la boca con las manos.
—¿Otra vez tus abuelos están cogiendo? —inquiere Belén a los gritos.
—No... Mi abuelo acaba de morir —digo en un hilo de voz.
—¡¿Que qué?! —Viene hasta mí e intenta ver lo que dice la página, rápidamente cubro el diario con la manta—. Bueno, si no quieres que lo lea, no lo haré, pero en cuanto llegue tu abuela ten por seguro que voy a interrogarla —asegura alejándose con las manos alzadas.
Me tomo un minuto para digerir lo que acabo de leer, vuelvo a iniciar para entender los detalles que pasé por alto.
¿Las lamias envejecen? Es una pregunta tonta, por supuesto que deben hacerlo, ¿no? Y la forma en la que murió mi abuelo, es muy similar a como murió Dante, tanto que siento muchas ganas de llorar.
Malia se remueve en mi vientre, supongo que recordar la muerte de una de su especie no le agrada para nada. Siento una punzada fuerte cuando intento seguir con la lectura, intento ignorarla, pero finalmente me rindo y automáticamente el dolor cede.
El teléfono suena, en cuanto hago el mínimo intento para levantarme y atenderlo mi amiga y carcelera grita:
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secretos y traiciones, corazones rotos y perdidas, mujer fuerte y empoderada
Editado: 25.06.2025