Desde el inicio del día, me sentí genial, el descanso que tuve fue espectacular. Pareciera una señal divina, el clima es ideal, ni frío ni calor, solo perfecto.
Mi abuela llamó a primera hora, hace días consiguió el ingrediente que, ahora sé, era el musgo del que se habla en el diario. Aún faltan un par de meses para que nazca mi bebé, pero tenerlo todo listo me dará una paz inigualable.
Los dolores y el sangrado han cedido, ella se ha dado por vencida. Supongo que no tenía de otra, a menos que quiera volver a comenzar el ciclo y con eso solo conseguiría darnos más tiempo para prepararnos. Todo comienza a ir bien.
Aun así, Belén me ha tenido prácticamente atada a la cama con esporádicas salidas al patio donde me siento a que me dé el sol, cual planta a la que intentan revivir por misericordia de Dios.
Ahora me encuentro tomando un poco de sol, a la espera de que llegue Nicolás, mientras Belén prepara el servicio de té. Ya me dijo que no se quedará, quiere que pueda hablar con él sin ningún tipo de distracción. Él vendrá acompañado por Usaym, quien también está deseoso de ver a mi amiga, acordaron salir a dar un paseo a pie.
Llegaron puntuales, por supuesto, incluso juraría que son de esos que vienen temprano y esperan un par de metros antes para no llegar ni tarde, ni temprano. ¿Vibras de acosadores? Por supuesto, aunque finjamos demencia.
—¡Hola! ¿Cómo estás? —saludo acompañando con un movimiento de mano, hoy es uno de esos días en el que el contacto cero es lo mejor.
—Bien, bien —dice Nicolás—. Te ves hermosa —añade fijando su mirada en mi vientre.
—Más que hermosa, redonda, pero lo dejaré pasar —bromeo sonriéndole algo avergonzada, nunca supe manejar los halagos, pero en cuanto me insulten se llevarán una sorpresa.
—¡Llegaste! —chilla Belén prácticamente saltando sobre el pobre de Usaym, ese hombre no tiene idea de en qué se ha metido.
—Por supoesto —replica Usaym de forma casi normal.
—Ven, iremos de pic-nic —contesta tomándolo de la mano y arrastrándolo tras ella.
La mirada de pánico de Usaym no escapa a la mía, pobre chico, creo que no sabía la dimensión de la locura que manejamos.
—Entonces... ¿Crees que deba mandar una brigada de búsqueda y rescate en un par de horas? —La voz de Nicolás me sobresalta.
—No lo creo, no habrá nada que encontrar —digo con el tono más Merlina Addams que soy capaz de imitar—. Pero no pensemos en eso ahora, mejor tomemos el té y pongámonos al día.
Nos sentamos y, mientras él sirve el té, un extraño calor recorre mi vientre mientras observo cómo esas manos fuertes sostienen la delicada tetera, cómo la inclina y vierte el líquido en las pequeñas tacitas.
—Entonces... ¡Felicidades! —comenta como si nada—. No hay nada más precioso que un hijo y creo que este bebé es algo que debes valorar muchísimo, por muy doloroso que haya sido su origen.
Sus palabras me golpean, leerlo en mensajes es una cosa, pero oírlo es algo muy diferente.
—Sí, fue algo difícil al inicio, pero ya es algo que finalmente voy asumiendo. Esto fue todo muy rápido, de hecho muchas veces desearía aún ser una niña, poder quedarme entre las sábanas calientes feliz de que mi abuela ya ha revisado bajo mi cama y dentro de mi armario para corroborar que todo esté en orden, que estoy segura. Pero, bueno, la vida adulta me golpea en la cara como una realidad y esconderme en viejos recuerdos reconfortantes no va a hacer que todo mágicamente cambien.
—Pero tú eres alguien mágico —apunta y ante mi mirada extrañada por su comentario añade—: Es que cada vez que hablamos, es como magia, me siento realmente yo. Es raro, nunca pensé que una amistad sería tan gratificante. Te lo dije antes, pero volveré a repetirlo: estoy aquí, para lo que sea.
—Lo sé, lamento haberte alejado de esa forma, es que necesitaba tiempo a solas para procesar todo.
—Lo entiendo, no te preocupes, únicamente te pido que no lo hagas nuevamente. No te alejes sin decirme el motivo, porque eso duele muy profundo como para que pueda hacer algo para cuidar de mí mismo.
No sé que responder, pero también tengo la certeza de que no espera respuesta alguna.
—Traje algo para la merienda. —Saca una pequeña caja de una bolsita que no había visto a su lado—. Ya sé, ya sé, dijiste que no traiga nada, pero ¿cómo podría visitar a mi amiga embarazada y no traerle algo rico? —inquiere con una sonrisa que me desarma completamente, ¿cómo manos tan fuertes pertenecen al mismo hombre que sonríe de forma tan dulce?
—Muy sensato de tu parte, las embarazadas con antojos de algo dulce somos una fuerza de temer —aseguro relamiéndome ante la visión de unas ricas galletitas mantecadas, el aroma dulce inunda mis fosas nasales.
Tomo una bañada en chocolate, la saliva se acumula en mi boca y el primer bocado se siente como la gloria. Un gemido goloso de satisfacción escapa de mis labios. La satisfacción que siento al ingerirla no tiene comparación, ¿es esto lo que llaman antojos? Hasta el momento no había experimentado nada parecido.
—Y... ¿cuántos meses de embarazo llevas?
—Dios, ¿dónde compraste estas delicias? —pregunto tomando la tercera—. Oh, sí, cinco o seis, no lo sé con seguridad —contesto con el cerebro desconectado de la lengua.
#5911 en Novela romántica
#1543 en Chick lit
#1936 en Fantasía
secretos y traiciones, corazones rotos y perdidas, mujer fuerte y empoderada
Editado: 25.06.2025