Han pasado algunos años ya en esta rutina, quise quedarme y lo conseguí.
Todo lo que me propuse, aquí está.
Camino al lado de mis tres motos, mi carro duerme en el garaje de mi hogar. Me siento en mi sillón, solo.
“Por fin…” me decía a mí mismo, mientras transfería la última letra de mi préstamo.
Con un cigarrillo en mi mano, lo hago rozar en mis labios. Pienso en el mal hábito que agarré por culpa de una mujer que me dejó hace años.
Lo enciendo, tomo una calada, trato de atorarme, hasta el fondo.
No pude.
Mierda…
Lo logré. Logré todo. El puto sueño de niño se hizo realidad.
¿Por qué no me siento feliz?
¿Qué es esta intranquilidad?
Me está consumiendo.
Qué oscuridad más maldita,
qué silencio más maldito.
Sigo fumando mientras pienso en dónde acabó mi sueño y dónde empezó mi duelo.
¿Duele?
No lo sé…
Pero tengo unas malditas ganas de llorar.
¿Cuánto tiempo habrá pasado desde la última vez?
No lo sé…
Bueno. Debo buscar otro objetivo.
Intentaré dormir.
Tal vez en mis sueños la encuentre.
********
—¿Sabes, querida?
—¿Qué pasó?
Con el silencio frente a los dos, solo se miran a los ojos.
Mientras todos a su alrededor se acomodan para ver una película en la sala, como lo hacían hace muchos años atrás, ellos en la cocina siguen en su mundo.
Alexander toma su mano y, por fin, se dirigen hacia el mismo lugar donde vieron películas la primera vez.
Todos están metidos en la trama, ellos también, pero no dejan de juguetear con sus manos. Parecen felices. Me alegro, como narrador, supongo.
Termina la película. Todos comienzan a hablar de nuevo, parece un circo.
Ella, ya preocupada, le pregunta a su esposo:
—Alexander, ¿qué tienes?
—Nada —dice, con una sonrisa de oreja a oreja.
Jazmín siente cómo Alex le suelta la mano y camina despacio hacia afuera. Ella lo sigue, hasta que por fin Alexander le confiesa:
—Solo pienso en lo feliz que soy contigo. Ya sea viviendo debajo de un puente o en un castillo, soy verdaderamente feliz contigo a mi lado. No lo cambiaría por ningún sueño que haya tenido en el pasado.
Ella, con más preguntas que respuestas, espera.
—Si vivimos bajo un puente, te dejaré.
—¿Segura que podrás dejarme?
—A la primera que bajemos de estatus —le aprieta la mano— ya estaría buscando la manera de hacerme rica y mantenerte.
Él solo se ríe mientras niega con la cabeza.
—Entonces…
—¿Entonces qué?
—¿Te quedarás por un tiempo más?
—Hasta que termine el chisme.
—De acuerdo.
—De acuerdo.
En el silencio, viendo el atardecer juntos, descubren que eso es todo lo que pueden desear ambos.
Y yo, como narrador, descanso un poco también.