Cogiendo con alguien en su casa, decidí quedarme.
No por gusto.
No por amor.
Por puro capricho. Por reafirmar un punto: que no he cambiado.
La pregunta que me hizo quedar en silencio:
– ¿Coges con otras?
Queridos lectores, podré ser cualquier cosa, menos un mentiroso.
Mi silencio lo demostró.
¿Tan difícil era decir “no”?
Pues… no pude. Y no podré.
Aunque sea ella casual, ya habíamos tenido varios encuentros.
Nunca me quedaba a dormir. No podía, no puedo… y tampoco pude esa vez.
Me quedé despierto, jugando, mientras comenzamos a charlar.
Estábamos en su habitación, desnudos, cuando volvió a preguntar:
– ¿Has estado con otras?
Le fui sincero:
– La última vez que tuve una relación fue en mayo, o abril… o diciembre. No recuerdo bien. Es una pena, en verdad la quería.
– Y si la querías… ¿por qué terminó?
– Buena pregunta. En realidad no lo sé.
Ella suspiró. Yo también. La habitación estaba en silencio, salvo por nuestras voces apagadas.
– Entonces no la querías lo suficiente –dijo–. Tienes que darte tu tiempo y explicarte por qué se fue.
– No lo sé. Es verdad que soy difícil. Lo estaba intentando… pero se fue, esta vez.
Se acercó más, entrelazó su brazo con el mío. Yo opuse resistencia por el calor, pero lo permití como gesto de cariño.
– Entonces no te dolió. Claro, como a los hombres no les duele nada.
– No. Fue otro trago amargo. Ya se me pasará.
Me besó. Y recordé una anécdota que jamás he contado.
– Una vez sí amé de verdad. Tardé tres años en recuperarme. Dolió en serio.
Ella me reprochó:
– Entonces, ¿por qué la dejaste ir?
– Porque en ese entonces no tenía dónde caer muerto.
– Ay, pequeño –dijo, acariciándome–. Te falta mucho por vivir.
– Posiblemente.
Pero era cierto: no tenía ni un centavo. No quería arrastrarla conmigo en esa travesía.
– ¿Ella quería?
– No lo sé. Nunca le pregunté.
– Y si ella volviese…
– ¡No! –la interrumpí–. Ella nunca tiene que volver. No quiero saber nada.
– ¿Sabes dónde está?
El silencio volvió a ocupar el cuarto.
– Cuando amas a alguien –susurró–, sabes cómo está. Sabes dónde está. Sabes qué hace.
Yo no sabía nada. Ni quería. Tal vez hace dos años sí, pero ahora… solo me daría rabia.
Rabia conmigo mismo. Porque hace tiempo dejamos de ser esas personas que se amaron.
Ella dejó de sentir cosas por mí. Y yo, después de tres años aguantando, decidí avanzar.
Solo o acompañado. Nunca me rindo.
– Entonces… ¿por qué decidiste quedarte?
– Para reafirmar un punto.
– ¿Qué punto?
Silencio. Otra vez.
A oscuras, ella dejó de abrazarme y me dio la espalda.
– ¿Qué punto? –repitió.
– De un problema del pasado.
– ¿De qué trata?
– Reafirmar un punto.
– ¿Qué maldito punto? ¡No entiendo!
Le respondí con frialdad, con una verdad a medias:
– Porque quiero poder dormir en otra cama que no sea la mía.
Entonces llegó la estocada final:
– ¿Coges con otras?...
Mi silencio gritó la respuesta.
Ella insistió:
– Yo quiero estar contigo. Pero quiero cuidar mi salud: emocional, física, sexual. Así que te pregunto otra vez. ¿Has cogido con alguien?
Fui sincero, brutalmente sincero:
– Sí. He cogido con muchas. Demasiadas. Pero nunca he querido una relación. Eso te incluye. Eres linda, pero no eres mi tipo.
No me miró. Solo dijo:
– Entonces, tendrás que irte. Te he pedido, suplicado, que te quedes a dormir. Nunca lo haces. Y ahora, solo porque alguien volvió a tu vida, quieres quedarte. Eres un egoísta. Vete. Por favor.
Me levanté, me vestí.
Antes, lo hicimos una vez más. Ella se vino tres veces. Fue su despedida.
Me fui.
Me senté en el escritorio de mi casa.
A escribir.
Una vez mas...
Me han roto el corazon