Frágil e infinito

Capítulo 2

Theo respiró profundo, tratando de contener la molesta sensación del café expandiéndose en su camisa, la sustancia pegajosa tocando su piel. <<Cualquiera puede tener un percance>> pensó. De hecho, él se adjudicaba parte de la culpa. Venía caminando apresurado, con la vista puesta en otro punto, perdido en la lista de <<quehaceres>> acumulandose en su mente. Hasta que miró a la persona que se había llevado por delante y la molestia se esfumó.

¿Cómo alguien podría enojarse con Lucy Howard?

Las preocupaciones, enseguida fueron reemplazadas por una torrente de recuerdos. Dulces y agradables.

Recordó a la chica que se ocultaba tras su espalda cuando tenía miedo. A la chica parlanchina en la que se convertía cuando estaban a solas, porque ante el mundo solo era capaz de mostrarse introvertida. Recordó a la chica que sonreía con entusiasmo cada vez que visitaban su pastelería favorita. A la que se llenaba de ilusiones cuando hablaban de música vieja o encontraba de casualidad una feria de ropa <<vintage>>. Recordó a la chica que se negaba a toda clase de contacto físico, excepto a sus abrazos.

Le dolió haber perdido el contacto después de acabar la universidad. Por mucho tiempo, Theo pensó que Lucy había sido una de sus pocas <<conexiones reales>>. Pero también reconocía que ella tenía siete años menos y, por aquel entonces, le quedaban un sinfín de experiencias por vivir. No quiso ser un obstáculo.

—¿Lucy? —pronunció y ella sonrió. Entonces comprobó que, efectivamente, era ella. Nunca confundiría esa manera especial de sonreír—. Te has quitado las gafas.

—Sí, yo... A veces uso lentillas. Sobre todo cuando tengo que salir a trabajar, ya que perdí como cinco pares de gafas —empezó a contar. Theo no pudo evitar extender una sonrisa por aquellas ocurrencias—. Vaya, lo siento. Acabo de bañarte de café y estoy hablando de mí. Eso no es muy educado de mi parte —se disculpó, avergonzada.

—No te preocupes. No pasa nada —aseguró, mientras comenzaba a desprenderse los botones para quitarse la prenda empapada—. Me gusta oír de ti.

—¿Aunque te estés quemando?

—Sí, aunque me esté quemando —bromeó—. ¿Has venido por algo en especial?

—Sí. Lo siento, no me presenté formalmente. Lucy Howard, trabajadora social —se presentó y extendió la mano con cordialidad. Theo, que acababa de desprenderse la camisa por completo, correspondió al gesto, divertido—. Vengo por el caso de una niña de diez años... ¿Mía Wilson?

—Oh, claro. Ese es mi caso —respondió. De inmediato, obtuvo una cuota de alegría genuina. Lo hacía feliz saber que trabajaría con Lucy—. Ven conmigo.

Lucy sintió caminar sobre nubes mientras lo seguía. Era como los viejos tiempos. Caminaba resguardada tras su cuerpo, ignorando las miradas ajenas de personas curiosas que volteaban. En la universidad era como <<vaya, es Theo Dankwoth con esa chica rara>>, detalle que inevitablemente, la había hecho sentir especial por mucho tiempo. Contenía la respiración, junto a las ganas de sonreír como una adolescente ilusionada de quince años.

Theo guió a Lucy hasta la sala de descanso. Un espacio compuesto por lockers donde los médicos guardaban sus pertenencias. En otro sector, había una nevera, un microondas y una cafetera -también debían alimentarse, aunque tuvieran sólo un par de minutos para hacerlo.

—Puedes sentarte y dejar tus cosas ahí —se refirió a la mesa, rodeada de sillas acolchonadas—. En un momento estoy contigo.

Ella se acomodó, luego fingió que releía su papeleo mientras frente a sus ojos, Theo se quitó la camisa manchada y la reemplazó por otra. Si bien para Lucy, la belleza de una persona iba más allá de cualquier aspecto físico, no podía negar que los genes habían favorecido a Theo de un modo casi irrazonable. Él se cambió rápido, con cierta timidez. Lo habría hecho en otro sitio, pero el tiempo siempre era un problema. Estaba acostumbrado a soluciones rápidas y eficientes. Una vez que se vistió, calentó café.

—Gracias —expresó Lucy, tras recibir la taza que él extendió—. No tenías qué hacerlo.

Seguía tan atento y considerado, como de costumbre. Suspiró, sintiendo que la vida estaba siendo amable con ella. En su primer caso de las pasantías, le tocó trabajar con quien supo ser una de sus personas favoritas. Aún lo era, tal vez.

—Sé cuánto amas el café, Lucy. No tienes que fingir conmigo —expresó, relajado.

Ella sintió sonrojarse. Le costaba creer que él pudiera recordarla con tanto cariño. Acunó la taza entre sus manos, percibió el calor agradable que desprendía, junto a uno de sus aromas preferidos. Seguido, bebió un sorbo. Parecía que llevara una eternidad añorando aquello, aunque solo fueran horas.

—Y bien, háblame del caso —pidió, cambiando de tema. Apartó la taza, sacó una libreta y un bolígrafo, dispuesta a tomar apuntes—. ¿Por qué solicitaste servicios sociales?

—Mía apareció horas atrás, sola. La encontré durmiendo en la sala de espera. Está asustada y débil. Presenta indicios de negligencia física, emocional y maltrato infantil —indicó con cierta crudeza, típico de un profesional que lidia a menudo con ese tipo de casos—. Necesito que investigues su situación sociofamiliar.

—De acuerdo —apuntó—. ¿Has podido hablar con ella?

—Aún no. Estoy esperando el momento indicado para indagar más —contestó. Entonces, Lucy lo contempló como quien aprecia una obra de arte. Algo fuera de este mundo. Digno de admiración. Theo acabó sonriendo porque, diez años después, Lucy seguía perdiéndose en las nubes—. Hey, ¿estás bien?

—Sí, sí —se apresuró a responder, apenada—. Es solo qué... ¿Cómo lo haces? Me refiero a lo de trabajar con niños —entrelíneas, pidió un consejo. Tenía los ojos cristalizados por el hecho de que ese tipo de casos, tocaban sus fibras sensibles.

En realidad, no se necesitaba demasiado para alterar la sensibilidad de Lucy. Podía llegar a ser muy susceptible. Amaba y odiaba ese rasgo de su personalidad en partes iguales.




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