Frágil e infinito

Capítulo 4

Lucy palideció al comprobar que Theo tenía una motocicleta. Tragó saliva, nerviosa y su primer pensamiento fue <<no subiré a esa cosa>>. Theo, en cambio, se mostraba orgulloso del reluciente vehículo, tratándolo como si fuera su objeto favorito en el mundo. Probablemente, lo era. Abrió los ojos de par en par cuando él sacó un casco de la baulera y se lo entregó. Lucy en primer lugar, se preguntó <<¿en serio cree que voy a subir?>> Luego, <<¿por qué tiene dos cascos?>> Evaluó la posibilidad de que lo tuviera por emergencias, pero de inmediato esa justificación le pareció ridícula. Seguramente Theo tenía una novia o si no era así, salía con alguna chica de manera regular y había sido tan considerado -como de costumbre- que le compró un casco. 

De inmediato, Lucy se sintió patética. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que se vieron, pero los sentimientos seguían intactos. ¿Por qué no podía, simplemente, dejarlos ir? Su interior se había ocupado de mantenerlos ilesos, los puso en una cajita de cristal y los protegió, incapaz de olvidar las emociones que alguna vez la hicieron sentir tan viva. 

—¿Te ayudo con el casco? —preguntó él, mirándola con cierta diversión. 

—¿Qué te hace creer que voy a subir? —cuestionó, echándose atrás—. Prefiero caminar o tomar el autobús. 

Él chasqueó la lengua, un tanto indignado.

—Vamos, Lucy. ¿No confías en mí?

La chica se relamió nerviosa el labio inferior, balanceando la cabeza hacia los lados. Había recordado la tarde en que Theo le contó que soñaba comprarse una motocicleta como esa. Algo que pocos conocían de la personalidad del médico, era su amor por los deportes extremos. Había hecho paracaidismo, escalada y en las vacaciones solía ir al mar a practicar surf. Sin embargo, su favorito era el motociclismo, por la velocidad. Cuando podía practicarlo -con los recaudos necesarios y en lugares que eran aptos para eso- le encantaba acelerar y sentir la adrenalina que invadía su cuerpo al rozar los límites. 

—Uhm, tan solo recordé tu enamoramiento con los deportes extremos —respondió. 

Él se acomodó el cabello castaño claro con una mano y Lucy pensó que no podía ser más guapo. Piel bronceada, ojos claros y una sonrisa que lo volvía de ensueño. ¿A quién engañaba? Cualquier chica diría que sí a ser su acompañante en la motocicleta.

—No voy a conducir como un loco, si eso es lo que te preocupa —rió por lo bajo—. Al menos respetaré los semáforos, te lo juro —bromeó. 

—Si intentas convencerme con eso, estás yendo por el camino equivocado, eh. No quiero subir y de pronto acabar en una carrera clandestina.

—Oh, no te preocupes. No soy de ese estilo o bueno, aún no —pronunció con gracia y entonces, sujetó el casco que anteriormente había entregado a Lucy—. Ven, acércate.

Entre risas, Lucy se aproximó. Dando por sentado que se entendían, Theo le acomodó los mechones sueltos tras las orejas, despejando su cara. Casi como si estuviera a punto de besarla. <<¿Así es como se siente, eh?>> pensó la castaña, luchando para no dejar que sus piernas flaqueen. Era un terremoto de sensaciones tener a Theo Dankworth tan cerca. Luego, él le colocó el casco y le brindó su mano, para ayudarla a subir. De manera automática, él hizo lo propio hasta acomodarse tras el mando del vehículo.

Lo hacía a diario. Aún así, manejar la motocicleta no era una rutina aburrida, seguía siendo uno de sus momentos favoritos del día. 

—A menos que quieras caerte, deberías sujetarte de mí, Lucy —volteó ligeramente, hablando sobre su hombro. La castaña, que todavía lucía inquieta y no sabía con exactitud dónde ubicar sus manos, se sintió aún más nerviosa. Tenía que sujetarse de Theo, tocarlo.

—Eh… Claro, está bien.

Con delicadeza, rodeó la cintura de Theo, percibiendo la textura agradable de su chaqueta y la calidez que emanaba por naturalidad. Aún insegura, se aferró a su cuerpo con más fuerza, hasta que se dijo a sí misma que lo ahogaría si seguía apretando. 

Él sencillamente, rió.

—¿Estás lista? —Lucy asintió—. Muy bien. Aquí vamos.

 

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La dirección que se encontraba en los datos de Mía Wilson, los llevó hacia una casa en un sector de clase media. Tenía una fachada que no salía de lo común, quizá un poquito descuidada, pero ningún signo alarmante. Theo aparcó la motocicleta y, con Lucy tras su espalda, se encaminó hacia la puerta principal. Una vez más, Lucy le preguntó por qué no llamaban a la policía. Theo respondió que, en primer lugar, no tenía un motivo específico para hacerlo y que además, se echarían a perder las posibilidades de recaudar información. Decidido, tocó un par de veces la puerta y no consiguió respuesta. También intentaron mirar a través de las ventanas, pero todo se encontraba cerrado. 

No había señales de que el padre o algún familiar de Mía estuviera ahí. 

Frustrado, Theo sintió su pecho arder y se sentó al borde de la acera, liberando una bocanada de aire. Lucy notó que él estaba exhausto e intentó no presionarlo, dándole su tiempo. Así que se sentó a su lado, dándole un vistazo que pretendía ser comprensivo. Quiso acariciarle la espalda en círculos, pero no lo hizo. Se obligó a contenerse. 

—Detesto a la gente irresponsable —se quejó—. No importa. No estoy siendo objetivo. Es qué…

—¿Qué, Theo?

—Todo esto me recuerda a mi padre —confesó—. Después de que murió mamá, se olvidó que tenía hijos. Yo tenía diecisiete, podía soportarlo. Pero Mila, mi hermana, todavía era una niña —tragó saliva, afectado—. Me daba miedo dejarla con él. ¿Sabes lo es tener miedo de tu padre, Lucy? —largó, todavía frustrado—. Mía tiene ese temor en su mirada. 

Ella bajó la vista, compungida. Entendió que Theo siempre protegía a los demás, pero ¿quién cuidaba de él? Era como si todo el tiempo estuviera cargando una mochila pesada sobre sus hombros. El peso de complacer y estar disponible para todos a su alrededor.




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