Frágil e infinito

Capítulo 10

Durante el resto del día, Theo no fue capaz de perturbar el momento de felicidad para entrar en el terreno difícil, así que consideró pertinente esperar al día siguiente para abordar el problema. No fue a su apartamento a dormir, se quedó en la sala de descanso del hospital. Tuvo que atender una urgencia que provenía de un accidente vía y luego, apenas durmió. Intercambió algunos mensajes de texto con Lucy, contándole que habían dado justo en el clavo, ya que Mía se mostró cautivada por todo. No olvidaba su sonrisa de alegría, tampoco la forma en que brillaban sus ojos y mucho menos, esa sensación de querer protegerla del resto del mundo, a cualquier costo.

Theo: Todavía me debes una canción. ¿Cuánto más tengo que esperar?

Lucy: Solo un poco.

Theo: Veo que te gusta hacerme sufrir, eh.

La castaña sonrió, sosteniendo el teléfono frente a sus ojos. Le encantaba que él hiciera ese tipo de reclamos. Significaba que, de algún modo, estaba pensando en ella. Sin embargo, cuando aterrizó sobre la tierra, se dio cuenta que en diez minutos debía estar en el hospital. Trató de acabar el desayuno, pero no lo consiguió. Su jefa apareció en el recoveco se escabullía para comer y le dio una mirada de pocos amigos. <<Date prisa, Howard>> ordenó. Lucy arrojó el desayuno que estaba a medias en el cesto de basura y salió apresurada. Lo único que le gustaba de su trabajo, era ayudar a la gente. Odiaba la actitud soberbia de su jefa y a sus compañeros que la miraban con cierto desprecio por ser una <<simple pasante>>. Pero no podía dejarlo, era todo lo que tenía.

 

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Luego de darse una ducha rápida, Theo corrió a la reunión convocada en la sala común. Allí estaba Carol, una psicóloga infantil llamada Allison y Lucy, que representaba a los servicios sociales. Theo expresó su postura y leyó el informe que había constatado sobre las lesiones y los múltiples indicios que denotaban maltrato infantil. Debatieron durante un rato, hasta llegar a la conclusión que necesitaban la historia contada por Mía. Su testimonio de los hechos. Así podrían presentar una denuncia oficial al único familiar del que sospechaban, su padre. De hecho, el hombre nunca se había presentado. Brillaba por su ausencia.

Al final, las tres coincidieron en que Theo debía encargarse de hablar con Mía y hacer las preguntas que creyera pertinentes. <<Desde que está aquí, se muestra callada y temerosa con cualquiera que se le acerque. Excepto con Theo. Las veces que la escuché hilar más de una frase, fue en su presencia>> hizo saber Carol, apoyando esa decisión.

Él asumió la responsabilidad, aunque sabía que sería duro. Pensó en que le haría bien tener antes una pequeña conversación con Lucy, pero ella debió marcharse rápido porque la necesitaban en otro caso. De igual manera, se sintió orgulloso. Se notaba que era buena en su trabajo, aunque ni ella misma lo creyera.

 

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—¿Cómo amaneciste hoy, cariño? —Theo se sentó a un costado libre de la cama, donde Mía se encontraba erguida. Parte de ella, estaba cubierta por la cobija que él le regaló y a un costado, mantenía cerca el oso de felpa.

—Bien —respondió—. Comí todo el desayuno. Incluso las frutas —contó orgullosa, a lo que Theo sonrió ligeramente—. ¿Estás contento?

—Claro que sí. Muy contento —aseguró. Luego, hizo un silencio, buscando las palabras indicadas—. Oye, Mía... Hoy necesito que hablemos sobre algo más. —Ella frunció levemente el ceño, confundida—. ¿Recuerdas que hace unos días te tomaron una fotografía de tus huesos? —preguntó, recurriendo a las palabras sencillas que él había usado en su momento para explicar lo que harían.

Mía asintió.

—¿Salió algo mal?

—No, no. Todo está bien, ¿si? Estás mejorando, de hecho —La tranquilizó—. Pero en ocasiones, cuando los huesos se lastiman y luego se sanan, quedan pequeñas marcas. Como cuando te abres una herida en la piel y luego queda la cicatriz —explicó—. ¿Entiendes?

—Sí.

—En las imágenes que te tomaron, pudimos ver que dos de tus costillas, los huesos que se encuentran justo aquí, —se utilizó a sí mismo para señalar el lado izquierdo del tórax— se lastimaron en alguna ocasión, pero ya volvieron a sanar —mencionó con cuidado—. Mía, ¿tienes algún recuerdo de lo que pasó? Lo que tú quieras contarme. Nada más. Incluso si aún no quieres contarme, está bien.

Para ese entonces, Mía había fijado la vista en un punto invisible. Sus manos, se encontraban aferradas a la manta con fuerzas. Desesperación, tal vez. Su mente revivía ese día, una y otra vez. Golpes. Estruendos. Silencio y luego dolor. Mucho dolor.

—Había una escalera muy alta, en el sótano —comenzó a hablar—. Mi papá y yo estábamos cenando, en el comedor. Hacía mucho frío —las lágrimas empezaron a deslizarse en el rostro de Mía sin esfuerzo. Theo sintió el impulso de pedirle que no siguiera, no si eso le causaba dolor. Pero entonces recordó que eso sería inevitable y la dejó seguir—. Dije algo que lo hizo enfadar, no me acuerdo qué. Pero se puso furioso y dijo que tenía que bajar al sótano. Le dije que no quería, estaba... Estaba muy frío y oscuro, no me gustaba estar ahí. Pero él dijo que lo que yo quería no importaba y me empujó por las escaleras —sorbió la nariz, tomándose una pausa. A pesar de su agitada respiración, siguió—. O tal vez yo me caí, no lo sé. Pero luego... Luego dolía. Justo aquí. Y se veía muy mal. Le pedí que me llevara a un hospital, pero él no quiso —su voz tembló, mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de las manos—. No podía moverme. Tenía mucho miedo.

Theo lo notó. Aunque estuviera contando un suceso pasado, el terror seguía apropiándose de ella. Lloraba de un modo que parecía no tener consuelo y temblaba, como si estuviera a la deriva, sin ningún tipo de protección. De pronto, sintió algo de alivio cuando él se acercó y la estrechó entre sus brazos, en un gesto totalmente paternal de los que no conocía.




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