Frágil e infinito

Capítulo 12

Esa noche, el hospital era un caos. Recibieron veintidós heridos que provenían de un edificio en llamas, algunos con heridas y quemaduras superficiales, pero otros con lesiones realmente graves. El personal médico y enfermería, no daban a basto. Iban y venían de un lado a otro, trasladando camillas con los pacientes que ingresaban, tratandolos y derivando a cirugía los casos correspondientes. También debían ingeniarse para afrontar la escasez de recursos, hecho que complicaba aún más el trabajo y ocupaban más tiempo de lo previsto. Theo era uno de los médicos que lideraba el equipo, hacía su trabajo mientras intentaba ordenar los casos de mayor a menor gravedad y ocuparse de mantener cierto <<orden>> para impedir que el caos se convirtiera en un desastre.

Mía, desde su habitación, no podía ver absolutamente nada, pero sí podía escuchar lo que estaba pasando. Vigilando aquel sector, se encontraba una enfermera nueva que iba y venía de habitación en habitación, ocupándose en particular de los más pequeños e inestables. Mía, en su estado, estaba medianamente bien. Controlada. Así que vio el rostro de aquella enfermera solo una vez y aprovechó para preguntar donde estaba Theo. <<Está muy ocupado. No creo que puedas verlo hasta mañana. Será mejor que descanses>>.

Aunque comprendía la situación, estaba encaprichada con la idea de saludarlo antes de dormir. Así que pretendió quedarse despierta, mientras leía un libro de Peter Pan que Theo le obsequió días atrás. Llevaba dos años sin ir al instituto, pero recordaba cómo leer. Quizá lo hacía un tanto más lento y pausado que los niños de su edad, pero lo hacía.

—Aquí estás —Mía se paralizó al oír aquella voz. Elevó la mirada y en el umbral de la puerta, encontró su pesadilla hecha realidad—. ¿Pensaste que ibas a escapar para siempre de mí? —Andrew Wilson se burló—. Sal de esa cama. Nos vamos. Rápido.

Cerró el libro y se aferró a él, como si eso pudiera protegerla.

—No puedo. Estoy enferma —respondió en un hilo de voz, con la mirada puesta en el suelo—. Me tengo que quedar.

A pesar de que su mente estaba en blanco a causa del temor, tuvo una luz de esperanza cuando recordó el botón de emergencia. Apenas la ingresaron, Theo le explicó para qué servía. Debía presionarlo cuando se sintiera mal o si necesitaba algo con suma urgencia. Sin dudas, que su padre la hubiera encontrado, era una emergencia. Atinó a presionarlo, pero no alcanzó. El hombre la arrancó de la cama, mientras le advirtió que, si causaba un escándalo, lastimaría a todos.

Mía sabía que su padre era capaz de causar grandes daños.

Mía no quería que lastimara a las únicas personas que habían sido amables con ella.

Y por nada del mundo, quería que lastimara a Theo.

Así que se dejó arrastrar a través del hospital y luego fuera, en silencio.

 

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—¡Theo! Mía no está en ninguna parte —alertó Carol. Su rostro estaba cubierto de preocupación—. La busqué por todos lados. Pregunté en la entrada, algunas personas me dijeron que la vieron salir con un hombre.

El médico, que se encontraba chequeando papeleo en recepción, de inmediato dejó lo que estaba haciendo. Notó la respiración agitada de Carol, era evidente que había buscado a la niña con desesperación.

—¿Hace cuanto que la vieron?

—No sé, cinco o diez minutos. Alerté a seguridad, la están buscando en los alrededores.

—Mierda. Seguro fue su padre. No debí perderla de vista —se reprochó a sí mismo, pellizcandose el puente de la nariz mientras caminaba apresurado.

—No es tu culpa, Theo —Carol intentó seguirle el ritmo, pero él avanzaba cada vez más rápido—. ¿A dónde vas, eh?

—Voy a buscarla —exclamó, alejándose aún más.

Salió al exterior, contempló a la marea de personas y su estómago se apretó, como si le hubieran dado una patada justo en medio. ¿Cómo la encontraría? Pensó en lo asustada que probablemente estaba Mía y el pecho le dolió. Le había prometido que no la dejaría volver a esa casa. Le había prometido que estaba a salvo. No podía fallarle, simplemente no era una opción. Tenía que rescatarla, como sea, a cualquier costo. Astuto, empezó a cuestionar a las personas que se encontraban en la calle. Algunos pasaron de él, pero otros hicieron memoria y respondieron lo que sabían. De pronto, se sintió esperanzado porque a medida que encontraba nuevas pistas, armaba el camino. Fue así que finalmente, divisó la cabellera rojiza de la niña, que caminaba casi a rastras al lado de un hombre que la sujetaba del brazo.

—¡Hey! ¿Señor Wilson? —gritó, aún le quedaba un largo tramo de recorrer para alcanzarlos—. ¡No puede llevársela así!

El hombre, que no se esperaba en absoluto la interrupción, se sintió en aprietos. Observó que detrás del médico se acercaban dos guardias de seguridad y supo que su única opción de librarse era correr tan rápido como pudiera. Soltó a la niña que se balanceó sobre sus talones a causa del empujón y se echó a correr, huyendo como el verdadero cobarde que era. Los guardias lo siguieron. Mía intentó correr hacia Theo, pero él la alcanzó antes y se agachó, hasta quedar a su altura.

—¿Estás bien? —preguntó, chequeando su aspecto con la mirada. Mía asintió, aunque tenía el corazón acelerado, se sentía mareada y le dolía ligeramente el pecho. Sin embargo, la persona que tenía enfrente la hacía sentir a salvo.

—Lo siento mucho. Fue mi culpa. Debí presionar el botón de emergencias. Tú me lo habías dicho —se juzgó a sí misma, acostumbrada a ser regañada por cualquier error que cometiera. Incluso cuando no cometía ninguno.

Lágrimas desbordaron de sus ojos y Theo se las quitó con cuidado, mientras le hablaba en un tono comprensivo.

—Hey, no. No es tu culpa, cariño. Nada de lo que pasó es tu culpa. ¿Está claro?

Mía asintió, tragando saliva. No quería echarse a llorar como una niña pequeña. Tenía diez años y debía comportarse como una niña grande. De todas formas, sentir miedo fue inevitable: durante unos largos minutos, creyó que regresaría a su antigua vida, a esa horrible pesadilla que vivió durante años. Hasta que él apareció, alejándola nuevamente de la oscuridad.




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