Frágil e infinito

Capítulo 16

Por lo general, Lucy era una chica de no citas. No le iba bien con las relaciones sentimentales y las salidas románticas. Nunca tuvo una pareja formal, solo llegó a salir durante un mes y medio con un compañero de universidad a los veinte años, que acabó dejando por sentirse <<invadida y presionada>>. Al principio, sobre todo en sus primeros años de universidad, le preocupó esa falta de deseo, de atracción sexual. Oía a sus compañeras conversar entre risas y euforia sobre los chicos con los que salían o les gustaban, y de forma inevitable, se sentía apartada. No porque sus compañeras la hicieran a un lado, en realidad, jamás lo hicieron. Si no porque ella no tenía nada que aportar, no podía comprender lo que le pasaba y se sentía como un <<bicho raro>>. Lo que la llevó a enfadarse mucho consigo misma por no poder adaptarse al resto.

Primero pensó que era falta de autoestima, que su escasa convicción para creer que alguien pudiera desearla, la afectaba en sus relaciones románticas. Segundo, pensó en que quizá el problema estaba en que no le gustaban los hombres, quizá era una lesbiana reprimida, pero con el tiempo notó que no era eso.

Simplemente no podía sentir deseo sexual por desconocidos.

Una vez que lo supo, fue cuestión de tiempo asumirlo y poco a poco, consiguió una especie de tranquilidad consigo misma que no cambiaba por nada.

Esa noche, de regreso a casa, estaba impresionada porque la salida con Thomas Jefferson había ido bien. No medianamente bien, tampoco excelente. Bien. Habían ido a cenar a un restaurante italiano que pertenecía a la familia materna del hombre, él se dedicó a contarle una historia interesantísima sobre cómo sus padres se conocieron y enamoraron en la Toscana, una región italiana y Lucy escuchó atenta, encantada con las historias de amor. <<Durante mucho tiempo fueron mejores amigos. Ella salía con otros, él con otras, pero en realidad se deseaban en secreto>> comentó, lo que estremeció la piel de Lucy, que sintió que oía una historia cercana. Familiar. Suspiró y bebió un trago de vino, pero nada evitó que pensara en él. Theo. Su "amigo" de sonrisa encantadora. Seguro estaba ocupado, encargándose de sus casos, siendo atento y amable con la gente que lo necesitaba.

Pensar en eso solo la hizo extrañarlo más.

<<¿Te gustaría conocer mi apartamento?>> preguntó Thomas, una vez que la cena terminó. Por supuesto, Lucy ya se había preparado para ese momento. <<No puedo, gracias. Tengo trabajo pendiente en casa>> contestó. Planeó la excusa antes de la cita, sabiendo que ese momento llegaría. Le gustó pasar tiempo con él, pero al menos por el momento, no deseaba más. Se tranquilizó cuando él no insistió, a pesar de que le transmitió una sensación extraña que no pudo identificar.

En casa, con el pijama puesto y bajo las sábanas, encontró esa seguridad que la hacía sentir a salvo. <<Ya está. Ya te esforzaste por salir al mundo. Hora de descansar>>. Experimentó una punzada de melancolía cuando, antes de quedarse dormida, recordó la noche que pasó. Las conversaciones, el lugar, las risas, la comida. Había estado bien, aunque con Theo, habría sido maravilloso.

 

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—Mierda. ¿Algún día podré comer lo que traigo? —se quejó en voz alta, cerrando el refrigerador. Frustrado.

Ese mismo día, su hermana Mila lo había visitado, <<trabajas tanto que ya no tengo tiempo de verte>> le había dicho, un tanto ofendida. Aunque sus tiempos también eran complicados, trabajaba, se encargaba de sus hijas Valentina y Molly, incluso de Brett, el mayor que estaba en la universidad. Sin embargo, a su hermana le encantaba culpar de una manera exagerada, bromeando. De hecho, le dejó una porción de tarta de atún, una de las comidas preferidas de Theo. Había esperado con ansias tener un breve descanso para comer y entonces, la tarta ya no estaba ahí.

—¿Teniendo un mal día, Dankworth? —se mofó Jefferson, que caminaba por la sala común con un extraño positivismo—. Siempre puedes usar la máquina expendedora. Quizá debas darle un golpe, no funciona bien.

—Lo sé —respondió, indignado. Estaba harto de la máquina expendedora repleta de patatas fritas o snacks que sabían a muerte por indigestión—. No necesito tus consejos, Jefferson.

—Definitivamente estás teniendo un mal día —sacó conclusiones apresuradas—. ¿Qué pasa, eh? Ya sé. Estás muy tenso. Necesitas acción —sugirió. Theo volteó a verlo, confundido—. Sexo.

De inmediato, Theo largó una carcajada irónica.

—Esto es increíble —rió por la ridícula situación—. ¿Qué pasa contigo? De pronto hablas con optimismo y eres un experto dando consejos que nadie pidió —se burló—. Aléjate de mí.

El hombre, victorioso, apoyó la espalda contra un mesón y desde allí, observó a Theo de forma altanera. Lo había estado buscando a propósito y halló el momento perfecto para ponerlo a rabiar. Thomas, no soportaba que Theo tuviera esa buena reputación. Además, había oído rumores de que el jefe del hospital, quería darle un cargo más alto a Theo. Un cargo que él también quería. Lo envidiaba tanto por eso.

—Así es como se comporta un hombre que tuvo una noche repleta de acción —murmuró, provocando que la expresión de Theo se endureciera. Le había dado justo en el punto—. Ya sabes. Buen sexo. Espero que no te moleste, pero necesitaba contarle a alguien que Lucy es... Caliente. Apenas la vi con ese vestido de tirantes, uf... Solo podía pensar en quitárselo.

Thomas lo observó cerrar los puños. Lo estaba consiguiendo. Theo estaba tenso, tan tenso que una provocación más e iba a desmoronarse. Thomas solo necesitaba una marca en su rostro para acusarlo y ensuciar su expediente.

—Cállate, Jefferson —lo increpó. Lo que sea que hubiera pasado entre ellos no era su asunto, pero sí estaba seguro de que Lucy no estaría nada cómoda con que Jefferson anduviera contando los detalles a cualquiera—. ¿Tengo que explicarte que eso que haces es de mala educación?




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