Ya sabía que en esa habitación estaba a salvo. Sabía que su padre estaba siendo buscado por la policía, que difícilmente podría acercarse a ella otra vez. Cada día su estado físico iba mejorando. Mía lo sentía. Su cuerpo, que empezó a recibir los nutrientes necesarios desde que ingresó al hospital, empezaba a responder de manera adecuada. Ya no le costaba tanto respirar. Su piel pálida había empezado a recuperar color. Podía salir de la cama, caminar por los pasillos del lugar y la sensación de cansancio infinito había disminuido. Aún no estaba completamente lista para el alta, pero lo estaría pronto. Sin embargo, existía un miedo desmesurado que llegaba por la noche, cuando estaba a solas e intentaba dormirse, o despertaba a mitad de la madrugada después de una temible pesadilla.
Soñaba que volvía al sótano.
Esa mañana, la pesadilla se extendió. Fue más intensa. Cuando logró despertar, no podía remediar la falta de aire, su corazón latiendo a un ritmo acelerado, la convicción de qué algo terrible pasaría. Carol llegó poco después, le indicó cómo respirar para tranquilizarse y le recordó que estaba en un ambiente seguro, donde nada malo sucedería. Estaba sentada a una orilla de la cama con las piernas colgando hacia afuera y comenzaba a recuperar el aliento, cuando Theo la encontró. Se sentó a su lado. Ella se hundió en su costado, apaciguando la sensación de inseguridad que aún permanecía en su interior.
—¿Ya sabes lo que pasará conmigo cuando tenga que irme? —preguntó. Necesitaba respuestas—. Me da miedo que sea un lugar horrible.
—No lo será —aseguró—. Lucy es la que se encarga de eso. Te prometo que será un lugar lindo, donde estarás cómoda y a salvo. Me voy a encargar de eso.
—Pero tú no vas a estar ahí.
—No —la voz de Theo se rasgó ligeramente—. Siempre puedo ir a visitarte. Lo haré.
Permaneció en silencio durante algunos minutos, intentando asumir que afuera la esperaba una nueva vida. Todavía no estaba convencida. No quería ir a otro sitio. Le daba miedo tener que adaptarse a un nuevo espacio, pero le provocaba aún más temor conocer a otras personas. No todos allí afuera serían como Theo, Carol o Lucy. Nadie la trataría con tanta paciencia. ¿Y si los hacía enfadar? ¿Si le gritaban? ¿Si otra persona quería hacerle daño? Tragó saliva, conteniendo sus ganas de llorar y aún rodeada por su brazo, elevó la mirada y contempló a Theo.
Creía en él.
Después de todo, él la había sacado de una jaula oscura repleta de espinas, para colocarla en un sitio luminoso, mullido, repleto de calma.
—¿Te puedo preguntar algo? —murmuró, abriendo los ojos con curiosidad. Él enseguida asintió.
—Lo que quieras.
—¿Lucy es tu novia?
Theo extendió una sonrisa, sorprendido por la clase de pregunta que ni siquiera presintió avecinarse. Por un instante creyó que había escuchado mal, pero Mía estaba ahí, expectante. Curiosa. Portando una pequeña sonrisa que iluminaba sus facciones invadidas por marcas de lo que alguna vez fueron golpes.
—Ah, así que se trataba de eso. Lucy es mi amiga —respondió con cierta gracia—. ¿Quién te dio esa idea, eh? Dime. ¿Fue Carol? —siguió hablando en un tono divertido. Mía rió por lo bajo, mientras negaba.
—Se me ocurrió a mí —aseguró, encogiéndose de hombros—. Lucy es linda. Es linda y es buena. Los amigos pueden convertirse en pareja, ¿no? ¿Por qué no le pides que sea tu novia? —sugirió, provocando otra sonrisa amplia en Theo.
¿Acaso estaban complotando para que él y Lucy estuvieran juntos? Primero Carol, ahora Mía. Realmente sonaba lógico pensar que se trataba de una especie de plan, uno que en principio, le divertía y al mismo tiempo, lo hacía pensar cada vez más en la idea de ellos dos juntos. Cruzando la línea de la amistad.
—Oh, mira. Llegó la comida. Hora de comer —cambió ligeramente de tema, tras ver ingresar al enfermero que repartía el almuerzo—. ¿Tienes hambre?
Mía asintió, un tanto ofuscada porque su pregunta había quedado a la deriva.
—¿También quiere un menú, doc? —ofreció el muchacho.
—Sí, gracias —aceptó—. Se ve delicioso, ¿no?
—Un poco, sí —se encogió de hombros, acomodando su almuerzo sobre una mesita que servía para comer en la cama. Perdiéndose en viejos recuerdos, Mía se mantuvo en silencio durante la mayor parte del almuerzo. Después de veinticuatro meses aislada del mundo, a veces el cambio brusco le resultaba abrumador. Aún no se acostumbraba a recibir comida cuatro veces al día. También le resultó estresante aquel paseo que dio el día anterior por el pasillo del hospital, topándose con toda clase de personas. Había estado prácticamente sola por mucho tiempo—. Cuando tenía como cinco o seis, casi nunca quería comer mis verduras. Mi mamá siempre me prometía un dulce a cambio —largo de repente, interrumpiendo el silencio.
—Bueno, parece un trato justo —comentó Theo, que la escuchaba atento. A pesar del tinte amargo, Mía apreciaba ese recuerdo, lo consideraba una parte buena de su vida—. ¿Cuál es tu dulce favorito?
—Los chocolates. Cualquier chocolate. Aunque mamá solía comprarme uno que tenía frutilla. Me encantaba —sonrió un poco—. Lo último que hicimos juntas fue ir al parque. Nos divertimos. Recuerdo que me prometió comprarme unos patines —jugueteó con los dedos, apenas nerviosa. Aunque su mamá ya no estuviera, le hacía bien hablar sobre ella—. Creo que te hubiera gustado conocerla. Ella era... Maravillosa. Muy buena. Como tú.
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En recepción, Theo entregó un listado de los últimos casos ingresados, para que la recepcionista pudiera cargarlos a la base de datos. Era cerca de la medianoche. Sentía los ojos pesados, el cansancio filtrándose por cada parte de su cuerpo, pero aliviado por la sensación de gratitud que le provocaba saber que hacía bien su trabajo. A pesar de que no le correspondía, se quedó apoyado sobre el mostrador dándole a la chica nueva un par de explicaciones, para facilitarle la tarea. Del otro lado, surgió Jefferson, que arrojó el papeleo sin mencionar <<por favor o gracias>>.