Su intuición no falló. Los rumores se extendieron como una verdadera plaga en la familia. Su tía Nancy se encargó de hacérselos saber a todos: Lucy había dejado de ser la eterna soltera -un concepto retrógrada- para ser la que paseaba por las calles de la ciudad con un hombre atractivo. Fue su mamá quien, durante el transcurso de la semana, la llamó reiteradas veces e inició un agotador cuestionario. <<¿Por qué no dijiste nada? ¿Cómo se llama? ¿Cuántos años tiene? ¿A qué se dedica? ¿Cuál es su salario? ¿Cuándo lo podremos conocer?>> entre otras cientos de preguntas que Lucy evadió, tan solo dijo su nombre y profesión. Por supuesto, no faltaron los típicos comentarios que la hacían estallar por dentro <<Tú tía dijo que es encantador. ¿Te estás cuidando, Lucy? Deberías empezar a hacer ejercicio. Tienes que estar a la altura o buscará algo mejor>>. A medida que su madre hablaba, sus ganas de asistir a esa estúpida boda disminuían.
—No, mamá. No iremos a la ceremonia. Theo está trabajando —explicó Lucy, abrumada. Hundida en la cama, portaba en su rostro una mascarilla hidratante. Debía quitársela en quince minutos. Su madre llevaba diez en el teléfono, realizando toda clase de preguntas sobre su repentina decisión de asistir a la boda—. Sí. Estaremos en la fiesta. No te preocupes —tras contestar, respiro frustrada, mientras la mujer daba un especie de sermón sobre lo mal visto que sería no asistir a la iglesia. <<¿Qué va a pensar la gente, Lucy? Es de mala educación>> Lucy pensó que debía estar agradecida de que al menos aceptó la invitación, pero no lo dijo—. Es médico, mamá. Sus horarios son complicados. No puede cambiarlos solo porque tu crees que es de mala educación. Hablamos más tarde —cortó el llamado. Observó la pantalla, notando que acababan de cumplirse los cinco minutos. Apartó el celular y corrió al baño, para enjuagarse la cara.
Lucy era la mayor de cuatro hermanos. Luego estaba Dylan de veintitrés, Noah de veintiuno y Benjamín, que acababa de cumplir dieciocho. Tenía la sensación de encontrarse alejada de ellos, pero entendía que, parte de ese distanciamiento, se debía a las exigencias de sus padres. Desde pequeña, le insistieron que debía ser un ejemplo para ellos, no le permitían equivocarse o el mundo se venía abajo. En cambio, si uno de los chicos cometía un error, tendían a minimizarlo. No le daban tanta importancia. Experimentó la presión de cuidar de ellos casi como si fueran sus hijos, cuando a sus padres, cada fin de semana, se les ocurría dejarla a cargo, como una niñera. Aquello la afectó más de la cuenta y, en cuanto tuvo oportunidad, se largó de esa casa. Si bien no vivía en el mejor apartamento, tenía un aprecio infinito por su espacio propio, los días en silencio, el poder de hacer lo que sea que tuviera ganas.
Sin embargo, de vez en cuando aparecía ese sentimiento ambiguo de nostalgia y culpa. Nostalgia al recordar las partes buenas de su pasado, culpa por haberse marchado y esquivarlos, diciendo a sí misma que debía ponerse como prioridad. Reconocía que su familia era tóxica, no quería verse atrapada otra vez en ese círculo sin salida del que tanto le costó librarse.
<<Solo es una fiesta. Todo irá bien. Esta vez no estarás sola>> pensó, al mismo tiempo que se quitaba los restos de mascarilla con agua tibia. Percibió la piel ligeramente más suave ante el tacto de sus manos, sensación que la tranquilizó. Algo tan sencillo como su rutina de autocuidado siempre le daba calma
Theo: Hey. Ceno con Mía y luego paso a recogerte. ¿Seguro que no pasa nada si nos perdemos la ceremonia?
Lucy: Sí, seguro. No te preocupes. Envíale un abrazo de oso a Mía.
Mintió a su madre. En realidad, el turno de Theo había acabado y de hecho, les daba tiempo de asistir a la iglesia, pero él había pedido saltear esa parte. Quería pasar un rato con Mía antes. Lucy ni siquiera pensó en negarse. <<Ocúpate de lo que es realmente importante>> le había dicho, mientras su garganta se apretaba, conmovida, y su mirada se llenaba de admiración. En su experiencia como asistente social pero también, como persona, estaba segura de que el vínculo entre Theo y Mía, era de las cosas más especiales que le tocó presenciar. Había algo mágico ahí, como un lazo invisible que los mantenía unidos, incluso antes de conocerse.
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Mía arrugó la nariz. Luego, negó con la cabeza.
—No me gusta —opinó—. ¡Probemos otra!
Divertido, Theo se quitó la corbata celeste con líneas amarillentas en diagonal y la reemplazó por una verde de puntos violetas.
—¿Qué tal? Es una buena combinación. ¿No?
La niña contuvo una risa e infló sus mejillas de aire, aunque de inmediato rompió en carcajadas por lo ridículo que se veía. Theo parecía tener una colección de corbatas que nadie jamás usaría pero en realidad, las había conseguido solo para hacerla reír. Estaba funcionando.
—Lo siento, Theo. Pero es horrible —apretó los dientes, poniéndo una mueca de disgusto—. Vas a espantar a Lucy —aún así, él se ajustó la corbata y Mía se llevó una mano a la boca, ocultando las carcajadas.
—¿En serio? No creo que sea tan mala —apartó las manos, permitiendo que el accesorio se luciera. La nariz de Mía aún se encontraba levemente arrugada. Era adorable—. Me gustan los colores.
—¡En serio! —insistió—. Esos colores no se ven bien juntos. Ni un poquito —agregó risueña, mientras husmeaba entre el pequeño tumulto de corbatas que se hallaba en un rincón de la cama. Entonces, halló una bordó oscuro y se la extendió—. Prueba esta.
Él siguió la indicación, nuevamente se cambió de corbata y Mía volvió a sonreír, esta vez satisfecha con el resultado. Sin dudas, combinaba con la camisa blanca y el saco azul oscuro que portaba. Lucía como un galán de película que está a punto de tener la cita que cambiará su vida. La cita donde la historia de amor llega a su punto más alto. Explota. No estaba seguro de que su romance fuera <<explosivo>>, se sentía más como <<verdadero>>. La clase de historia que construyes poco a poco, ladrillo a ladrillo, hasta formar un vínculo sólido. Indestructible. Podía ver el amor en los pequeños gestos, en los <<¿has dormido suficiente? Deberías tomar un descanso. Hoy escuché una canción que me hizo pensar en ti>>. Pudo sentir el modo infinito en qué ella lo quería, la madrugada qué, después de confesarle a Lucy que estaba planeando adoptar a Mía, ella se sentó junto a él y lo ayudó a informarse. Le explicó cada paso del procedimiento y luego, mientras le traía un té caliente, le dijo <<te apoyaré en lo que sea que decidas ¿de acuerdo?>>.