Frágil e infinito

Capítulo 28

Le resultó inverosímil aquel escenario. Durante un largo rato, tuvo la sensación que aún estaba durmiendo, en medio de una pesadilla de la que despertaría pronto. Afuera del hospital, habían montado un operativo policial, patrullas recorrían los alrededores, agentes que portaban un uniforme azul oscuro, interrogaban a transeúntes. Perdió la cuenta de la cantidad de veces que, inquieto, despeinó su cabello al pasear sus manos nerviosas o la forma en que se presionó el puente de la nariz, sumido en la impotencia. Su mandíbula estaba apretada, evidenciando tensión, del mismo modo en que sus puños se oprimían de vez en cuando. Lucy lo miró de reojo, ahí afuera de pie, con la mirada perdida entre el gentío, aguardando la esperanza de hallar a la niña. Supo que era suficiente cuando lo observó inflar el pecho, su respiración afectada por estar atravesando todo ese desconcierto. Lo sujetó de la mano, llevó otra a su pecho con suavidad, mientras intentaba contenerlo. Si no conociera el trasfondo de la situación, diría que se veía como un padre al que acababan de arrebatarle su pequeña. 

—Ey, entremos un momento. Te hará bien sentarte un rato y beber un poco de agua —sugirió, hablándole con cariño—. ¿Vamos?

—No. Si tú quieres entrar, está bien. Pero tengo que quedarme aquí —insistió. Temía que algún agente se perdiera algún detalle o que si la hallaban, estuviera demasiado asustada, pero entonces lo vería a él y se quedaría tranquila. 

—Theo, déjalos hacer su trabajo. Es como cuando tienes que atender a una emergencia. Los familiares suelen quedarse pegados al paciente, pero ¿tú qué haces? 

—Tengo que pedirles que se aparten para hacer mi trabajo —reconoció. Echó nuevamente otro vistazo, distinguiendo el panorama y comprendió que Lucy estaba en lo cierto. Necesitaba tranquilizarse—. Está bien. Entremos.

<<No debería haberla dejado aquí sola. Tendría que haberme quedado>> se dijo a sí mismo, mientras se acomodaba en uno de los asientos que se encontraban en la sala común del hospital. A medida que pasaba el tiempo, en su pecho se acumulaba más coraje. Sentía que le había fallado, que no la había cuidado lo suficiente. Se restregó la cara un par de veces. Lucy se aproximó dándole un vaso de agua. Después, se acomodó detrás e inició a darle un suave masaje en los hombros. Aquello lo relajó a medias, la tensión no se disipó por completo. No recuperaría la tranquilidad hasta ver a Mía a salvo. 

—Aquí estás —pronunció Carol, tras asomarse en la sala—. Lo siento tanto, Theo. Debí haber estado cerca. 

—Hiciste lo mejor posible, Carol. No es tu culpa —aseguró. Carol era enfermera. Las enfermeras se ocupaban de las tareas más pesadas del hospital, conocían cada detalle y hacían que el trabajo en equipo funcionara. Ni siquiera había pasado por su cabeza la idea de culparla—. ¿Tienes alguna novedad?

—Nada. Siguen buscando —la mujer que permanecía de pie, se llevó ambas manos a la cintura—. Me parece extraño que nadie la haya visto salir del hospital. 

—Sí. Es raro —coincidió Theo.

—¿Y sí aún está aquí? —pronunció Lucy, todavía trabajando en los hombros de su novio. Se había mantenido pensativa desde que pusieron un pie en el hospital. Prefería el silencio cuando no tenía nada bueno para decir y hasta ese momento, solo se había preocupado por contener a Theo. 

Carol balanceó la cabeza a los lados, dudando. 

—Ya la buscaron por aquí.

—¿Buscaron bien? —Theo, que conocía mejor que nadie a Mía, empezó a pensar que podía ser posible—. Es buena escondiéndose. De hecho una vez mencionó que cuando sus padres discutían, ella se asustaba y se ocultaba en el armario. ¿Revisaron?

—No todos —admitió. El hospital estaba repleto de armarios, taquillas, estanterías. Recovecos donde fácilmente, cualquier niño podría caber. 

Así que Theo se puso de pie, apartando el vaso de agua. La esperanza de que Mía aún estuviera en algún lugar, a su alrededor, logró estabilizarlo. Lucy sonrió en su interior, contemplando cómo la mirada del hombre recuperaba cierta luminosidad. 

—De acuerdo. Vamos a dividirnos —expresó, al mismo tiempo que emprendió a caminar hacia el ascensor. 

Mientras subían al piso de pediatría, indicó que le parecía lo más óptimo empezar buscando en la zona más cercana a la habitación de Mía. Ellas aceptaron, cada una fue a un extremo contrario y él, comenzó a buscar en el centro. Intentó mantener la calma para no alterar el ambiente, que seguía inmerso en el ritmo habitual. Se topó con un par de colegas que, al tanto de la situación, se mostraron preocupados, pero aseguraron no haberla visto. Preguntó a pacientes que transitaban los pasillos, también a enfermeros, celadores, personal de limpieza. Las respuestas continuaron siendo negativas, más no perdió la esperanza. Siguió. Revisó armarios, bajo las camas, incluso cualquier recoveco que sirviera de escondite para una niña de diez años.

Nada.

Abrumado, se detuvo a mitad de un pasillo. Observó hacia los lados, esperando que Lucy o Carol surgieran desde algún lado con buenas noticias, pero tan solo vio hacia el vacío. Fue entonces que, su mirada se clavó en la puerta que tenía enfrente. 

Ingresó a la pequeña sala de vendajes y apósitos, allí había un par de estanterías y un armario metálico de puertas anchas, color gris. Bajo sus pies, encontró un brazalete que supo reconocer al instante. Estaba hecho de mostacillas que él mismo le había obsequiado a Mía días atrás, ya que, además de colorear, también se entretenía creando bijouterie. Se agachó, recogió el accesorio que combinaba mostacillas púrpuras, celestes y en medio, contenía un corazón plateado. Tras comprobar que, efectivamente, pertenecía a ella, lo guardó en su bolsillo y cauteloso, avanzó hacia el armario. Al aproximarse a la rendija, escuchó un par de ruidos casi imperceptibles, no obstante, supo que estaba ahí. La había encontrado. Entendió la habilidad que tenía Mía para ocultarse, lo sencillo que le resultaba pretender que era invisible. Quedarse en silencio. Reprimirse. El corazón se le estrujó porque también comprendió que, aquella capacidad era producto de años de sufrimiento. Años ocultándose para <<no causar molestias>>, dado que un adulto le había hecho creer esa mentira.




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