Frágil e infinito

Capítulo 29

Movilizó a todo el personal del hospital presente. Estaba furioso. El interior de su corazón ardía, le habían dado justo en su punto débil. Durante su estadía en el hospital, Mía había hecho avances. No solo en su salud física, también en lo emocional. Tan solo un día atrás, su semblante era diferente, era una niña que, a pesar de las adversidades, comenzaba a recuperar su alegría, a reconstruir fe en el mundo. Sin embargo, la repentina aparición del sujeto que la manipuló y maltrató durante años, movilizó sus paredes justo cuando empezaba a sentirse segura. Estaba agotada. Theo lo notó en la manera que relató lo sucedido, resignada, dispuesta a aceptar que nunca podría vivir en libertad, que mientras Andrew estuviera suelto, debería permanecer en modo sobrevivir.

En un principio, decidieron cambiarla de habitación. La llevaron a otro piso. Una sala impoluta que Mía sentía ajena. Ahí no estaban sus cosas, ni los dibujos que había pegado en las paredes, tampoco estaban las mismas enfermeras, ni aquellos niños que solían corretear en el pasillo. Tampoco había una ventana donde pudiera observar el exterior. Le explicaron que era temporal, que encontraría una solución, a lo que ella se encogió de hombros sin expectativas. Lo único que la hizo sentir mejor, fue que Theo se quedó a su lado hasta que el pánico que había calado hasta sus huesos, cesó. Luego, él junto a Lucy se marcharon a una reunión, así que permaneció en compañía de Carol, sin contar los dos oficiales que hacían guardia en la entrada. Uno de ellos era Lewis, el policía que había conocido tiempo atrás.

—Realmente considero que es una pérdida de tiempo todo este alboroto —opinó Jefferson, sentado alrededor de la mesa en la sala de reuniones. Frente a él, estaba Theo y a su lado, Lucy. En la punta, se encontraba Megan Kerry, directora del hospital. A su derecha, Allison, la psicóloga infantil—. Hace tiempo tendrías que haberle dado el alta. No podemos seguir gastando recursos en una niña que probablemente inventó lo que pasó.

—Ella no está inventando. ¿Por qué lo haría? —intervino Theo, a la defensiva.

—Bueno, para llamar la atención. Es probable. De hecho, tiene antecedentes. ¿Recuerdas cuando no quería comer? —retrucó.

El contrario apretó los puños debajo de la mesa.

—Trabajo con niños desde hace años, Jefferson. Sé reconocer cuando están fingiendo. Ella no lo hace. Está aterrada. ¿Qué crees, Allison?

—Creo que Mía sufrió un ataque de pánico. Eso puede haberse ocasionado por una pesadilla, por recuerdos traumáticos o porque, evidentemente, su padre estuvo aquí.

Theo miró a Lucy de reojo, mientras apretaba la mandíbula. Lo frustraba que la mayoría estuviera dudando de la palabra de Mía. Sí, era cierto que no había rastros del hombre, pero no sería la primera vez que se colaba astutamente en el hospital. Lo hizo en otra ocasión, incluso logró sacarla del establecimiento y él alcanzó a detenerlo.

—O porque quería llamar la atención —insistió Jefferson—. Tiene que irse. Está ocupando recursos que podríamos destinar a una persona que de verdad los necesita.

—Aún no está lista para irse. Tenemos que repetir una serie de estudios antes de darle el alta.

—Suficiente —habló Megan, una mujer de cincuenta y ocho años. Llevaba un par de gafas y tenía el cabello rojizo lacio y recto por encima de los hombros. La postura en que se encontraba sentada y el tono de voz que utilizaba, imponía con sutileza que ella tenía la última palabra. Se había ganado el puesto gracias a su excelencia, por su capacidad de hallar el equilibrio perfecto entre ayudar a la gente y administrar los recursos disponibles—. Coincido con usted, Dankworth. La niña no está llamando la atención. Por su historial, es lógico que sufra ataques de pánico. Entiendo que no es la primera vez que su padre aparece ¿verdad?

—Así es —contestó Theo—. Quiso llevársela antes.

—Bien. Está claro que ese hombre sabe donde encontrarla. Por eso mismo, lo más sensato es que la saquemos de aquí. Puede continuar el tratamiento de manera ambulatoria —decidió. Enseguida, dirigió la mirada a Lucy—. Usted se estaba ocupando de encontrarle un hogar temporal ¿Cierto? ¿Es posible que pueda agilizar el traslado?

—Sí, doctora Kerry —aseguró—. Puedo adelantar su partida para mañana.

—Me parece acertado —Allison también apoyó la decisión. Thomas tan solo se cruzó de brazos, satisfecho.

—¿Dankworth? —consultó la directora, fijando la mirada en él.

—Está bien —carraspeó, mientras en su interior se sintió traicionado por la castaña que acariciaba su mano bajo la mesa intentando tranquilizarlo. Ni siquiera podía concebir la idea de que había llegado ese momento… Mía tenía que irse.

 

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En el pasillo, Theo se adelantó. No sabía con exactitud hacia dónde dirigirse. Estaba repleto de impotencia, desbordaba de coraje. Tampoco sabía qué hacer con todo eso. Se torturaba pensando en lo mucho que le afectaría a Mía enterarse que debía marcharse a otro sitio de un día a otro. Se suponía que las cosas se darían paso a paso, que tendría tiempo de hablarle, de prepararla para que pudiera marcharse segura.

—Ey… —Lucy tocó suavemente su hombro.

—No está lista para irse —volteó, abrumado—. Sabes que la conozco mejor que nadie. ¿Por qué no apoyaste mi postura?

La chica suspiró, rebuscando en su cabeza la manera más óptima de explicar lo qué estaba pasando.

—No estás pensando con claridad, Theo. Sé que la conoces mejor que nadie, que la quieres de un modo que solo alguien que es padre podría entender y también sé que tienes altas posibilidades de que la adopción sea favorable —lo alentó. Esa manera asertiva de comunicarse, recordando los puntos positivos, le proporcionó un halo de esperanza a Theo—. Eres capaz de entender que la doctora Kerry tenía razón. Estará más segura en otro lugar —resaltó, acogiendo una mejilla con cuidado. Un nudo se atascó en su garganta al darse cuenta que él también estaba asustado, solo que se esforzaba por disimular—. Escucha, habrá otras niñas de su edad. Las cuidadoras tienen una excelente reputación y conseguiremos que te den permiso para visitarla. Todo irá bien.




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