Ser problemática, supo ser un modo recurrente en la vida de Mila Dankworth. Solían importarle poco las consecuencias que pudiera causarse a sí misma cada vez que seguía sin miramientos sus apasionados impulsos para ayudar al resto. En especial, si se trataba del comedor comunitario para niños en el que estaba involucrada desde sus veinte años. Había confrontado a partidos políticos, grandes corporaciones, empresarios obnubilados por el dinero e incluso familiares violentos enfurecidos con Mila porque ayudó a sus víctimas -principalmente mujeres- a librarse de ellos. En ciertas ocasiones, las consecuencias la llevaron a terminar en un hospital. La última vez que pasó fue a sus veinticinco, luego de que un grupo de hombres le dieran una paliza por escrachar a un partido político que estaba dañando el comedor. Esa vez fue diferente, en el hospital conoció Elián, el hombre que creyó odiar, pero del que acabó perdidamente enamorada. Sin dudas, a sus treinta su vida había cambiado en varios aspectos: adoptó a Molly y a Brett -aunque con este último fue simbólico porque ya tenía dieciocho años- y dio a luz a Valentina. Tenía una familia que proteger, por ende, debió sentar cabeza y encontrar maneras más prudentes para seguir ayudando en causas importantes.
No obstante, ver a su hermano repleto de heridas sobre una cama del hospital, hizo que fuera consciente de la cantidad de veces que le causó esa amarga preocupación que aprieta el pecho.
Y se sintió mal.
Se sintió mal por todos esos momentos en los que actúo de manera inconsciente, precipitada, incluso estúpida. Por haberle causado esa sensación desesperante ante la posibilidad de perderla. Lo mismo que sintió ella horas atrás, cuando la llamaron del hospital para avisar que su hermano estaba en urgencias.
—Ey. ¿Mila? —Ella alzó la mirada, viéndolo entre abrir los ojos.
—Sí. Hace tres horas estoy aquí. ¿No lo recuerdas? —pronunció en un tono levemente divertido. La doctora había comentado que la anestesia provocaría que estuviera un tanto confundido.
Él apenas asintió. Tenía la boca seca. Observó como pudo a su alrededor, solo estaba su hermana.
—Uhm, ¿Lucy?
—Se fue a ver a Mía —contestó—. Así que Lucy, eh. ¿Cuándo pensabas presentarme a mi cuñada?
—Ya la conoces —delineó una sonrisa suave de costado. En realidad, Lucy y Theo eran la clase de pareja que no llevaban un itinerario de planes. Más bien, dejaban que la relación fluyera con naturalidad.
—Lo sé. Es hermosa. —Durante un rato, Mila y Lucy tuvieron una ligera conversación. Ella comentó que se dedicaba al trabajo social y en ese instante, Mila supo que tendrían muchas cosas en común. Más allá de su apariencia, Mila consideraba que Lucy tenía una bonita esencia—. ¿Tampoco pensabas contarme lo de Mía?
Él inhaló profundo, tratando de mantenerse centrado a pesar de las punzadas de dolor que provenían de distintas partes del cuerpo, en especial, del torso. Le molestaba respirar.
—¿Cómo te ves siendo tía?
—¡Voy a gritar! —murmuró con ganas de saltar de alegría. Le emocionaba el simple hecho de imaginarlo—. En serio. Voy a morir de emoción. —Tuvo que contener los chillidos y en su lugar, puso una sonrisa amplia.
—Aún queda mucho.
—Lo sé. Pero también sé que todo saldrá bien, daremos una fiesta de celebración en casa y serás un papá increíble, Theo.
También tenía mucho qué decir, había cientos de detalles que quería contarle a su hermana, pero simplemente su escasa energía no se lo permitía. Dormía, despertaba de a ratos, entonces sentía que su cuerpo necesitaba descansar otra vez.
—¿Las niñas? ¿Brett? —preguntó. Al menos la voz de Mila lo mantendría despierto un poco más.
—Valentina y Molly están con Elián —contó—. Sí, lo sé. Lo van a volver loco. Pero no te preocupes, ellas saben cómo manejarlo. Él se hace el duro, pero en realidad fracasa casi siempre que intenta ponerle límites —largó una ligera carcajada. Su manera de hablar, tan relajada, sin dudas restaba tensión—. Brett está en la universidad. Vendrá a verte el fin de semana. ¿Quieres un poco de agua? —ofreció, tras verlo un tanto abrumado.
Theo asintió, así que le extendió el vaso que estaba sobre una mesa al costado de la cama. Después, siguió hablando de trivialidades durante otros quince minutos, hasta notar que él contemplaba demasiado hacia el umbral de la puerta en la habitación, como si estuviera esperando ver ingresar a alguien. Lo entendió de inmediato.
—¿Me haces un favor? —Theo interrumpió.
—Sí. Lo que sea.
—¿Puedes ver cómo van las cosas con Mía? —pidió. Lucy había quedado en que le explicaría de manera adecuada lo que había ocurrido, pero las horas seguían transcurriendo y necesitaba saber qué estaba pasando.
—Sí. No te preocupes.
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Mía dobló una de las pocas camisetas que tenía y la metió al bolso, donde se encontraban algunas de sus pertenencias. Cerró la caja rectangular de mostacillas que también guardó con cuidado a un lateral, procurando que no pudiera moverse o si no, perdería las cuentas de múltiples formas y colores. Además, había guardado el <<cajón de arte>>, ese que estaba repleto de materiales artísticos como pinturas, lápices de colores, recortes y libretas. El juego de cartas, los libros de fantasía y los accesorios para el cabello. Se había presentado en el hospital sin nada, vistiendo prendas en mal estado y sufriendo por la incertidumbre. Theo poco a poco, llenó su mundo de vida. Tenía un abrigo precioso para mantenerse calentita, un par de zapatillas que no estaban huecas y un montón de cosas que la ayudaban a mantenerse entretenida y a desplegar su imaginación. Sin embargo, aquello terminaba siendo insignificante ante el hecho de que, en realidad, él le recordó cómo se sentía un verdadero abrazo, el cariño genuino, el estar en un lugar seguro.