La casa que habitaba Mila junto a Elián, Valentina, Molly y a veces, Brett, era preciosa y acogedora. No era una mansión lujosa, pero contaba con toda clase de comodidades. La característica que la definía era la iluminación. Durante los días soleados, la casa irradiaba luz a causa de los ventanales amplios que permitían su ingreso, así como también por los colores que habían optado para la ambientación: tonos blancos, naturales y café.
Tenían una sala con varios sofás cómodos y suavecitos, donde en medio se encontraba un televisor de setenta pulgadas que utilizaban para reunirse a ver películas o algún deporte -aunque casi siempre estaba puesto el canal de dibujos animados-. El comedor también era moderno y espacioso, a Mila le gustaba organizar reuniones a menudo con familiares y amigos. Había un cuarto de juego para las niñas, no obstante, tenían otra habitación para dormir, que compartían. También había una que Brett utilizaba cada vez que venía de visita, aún estaban sus cosas y pertenencias, les gustaba dejarle en claro que ese era su hogar, que podía regresar cada vez que lo deseara.
La habitación de Mila y Elián, por varias razones, era la más especial. Se encontraba en el último piso, tenía un compartimiento que utilizaban de armario, baño privado y un balcón que daba al patio trasero de la casa. Ese último era quizá, el espacio favorito de todos: se hallaba repleto de vegetación, flores y arbustos de toda clase, en medio piscina, juegos infantiles y un sector techado que también utilizaban para reunirse o preparar barbacoas.
Para distraer a su hermano -y también demostrarle cuánto lo apreciaban-, Mila organizó un almuerzo sencillo. Se propuso cocinar algo delicioso, regalarle un tiempo de calidad en familia. Comprobó que había sido una excelente idea tras ver su expresión de alegría en Theo, mientras se divertía con las ocurrencias de las niñas a quienes tuvo que repetirles que debían ser cuidadosas porque «el tío aún estaba recuperándose de un accidente». Molly lo entendía, pero Valentina a veces no medía la fuerza e intentaba treparse a sus hombros o sujetarlo del brazo -como lo hacía usualmente- y Theo, que se jactaba de consentirlas, le costaba poner límites. Así que Lucy estaba junto a él, vigilando que no hiciera grandes esfuerzos que lo pudieran perjudicar.
De hecho, le costaba mantenerse quieto, estaba tan acostumbrado al ritmo de su trabajo, a estar siempre de un lado a otro, que de pronto el silencio y la quietud lo desencajaba. Por eso se complementaban. Lucy era capaz de enfocarlo, de recordarle que aún debía tener paciencia. Ella sabía hablarle con la dulzura y comprensión suficiente, demostrando que entendía su dolor pero dejándole en claro que también debía preocuparse por él mismo.
En medio de una larga sesión de juegos de mesa, Theo se puso de pie. Tenía que ingerir los analgésicos, así que Lucy quedó a cargo de las pequeñas mientras él se dirigía a la cocina. Allí, se encontró a Mila preparando la carne y a Elián, que cortaba verduras sobre una mesada.
—¿Necesitan ayuda? —preguntó a su hermana y la rodeó por los hombros con su brazo libre. Todavía llevaba el cabestrillo en el otro. Estaba harto—. Gracias por esto —le dijo con cariño. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba rodearse de su familia.
—No es nada —aseguró, mirando a su hermano mayor con admiración. Mila deseaba con fuerzas que pudiera encontrar su felicidad. Lo había visto asumir responsabilidades cuando apenas era un adolescente, pasarla mal, hacer sacrificios por los demás, lidiar con el desamor… Estaba segura que el mundo, al final, le tenía preparado algo bueno. Bueno de verdad—. Eres el invitado, Theo. Nos gusta que los invitados no tengan que hacer nada. ¿No, amor?
—Esas son las reglas —Elián volteo, dándole la razón—. Además, tu novia nos mataría si ve que te pusimos a trabajar —bromeó.
—Lucy no le haría daño a una mosca.
—Quizá por ti, sí —difirió Mila—. Te cuida muchísimo.
—Te ayudó a quitarte el abrigo cuando llegaron —pronunció Elián en un tono divertido, dándole una mirada de complicidad a Mila—. Después lo colgó por ti en el perchero.
—Lo sé.
—También te regañó cuando quisiste impulsar a Molly en la hamaca. Y le hiciste caso —agregó la chica—. Tengo que felicitarla por eso. No es fácil cuidar a Theo alias «lo puedo todo solo».
—¿Hablas en serio? Tú eras la que quería salir caminando del hospital cuando tenías dos costillas rotas— reclamó—. ¿Ya lo olvidaste?
—Bueno, esa es una historia vieja —admitió a medias. Al mismo tiempo, su marido reprimió una sonrisa. Era tan evidente que estaban hechos de lo mismo. No cabía duda de que eran hermanos crecidos bajo el mismo techo, que mantenían las mismas costumbres y hábitos -algunos malos-.
—Mia, eres la menos indicada para hablar sobre esto. Te escapaste del hospital, de hecho. ¿Lo recuerdas, Elián?
—Era una persona bastante complicada en ese entonces —reconoció.
—¡Ey! Se supone que estás de mi lado. Deberías defenderme —exigió un tanto frustrada. Detestaba cuando Theo y Elián complotaban para molestarla, a veces se volvían bastante infantiles solo para verla enfadada.
—Lo hago. Pero la verdad no puede ocultarse, Mila.
Theo rió suave.
—¿Cómo lo hacen? Quiero decir, siempre han sido tan diferentes que aún me resulta increíble que estén juntos. Aún más que tengan niños, sin ofender —pronunció en un ligero tono de broma.
—Debo reconocer que tu hermana es la que hace que todo funcione.
—Mentira. Tú también pones tu parte. Nos complementamos —le sonrió con amor.
Un tanto agotado, Theo se apoyó de espaldas contra el filo de la mesada. Elián se había acercado a su esposa e inició a colocar las verduras condimentadas en una fuente para horno. Ella lo ayudaba. Durante un instante, Theo se mantuvo en silencio. Un montón de inquietudes alborotaban su cabeza.