Frágil e infinito

Capítulo 41

Vacías.

Así se sentían sus mañanas, cada vez que despertaba sola en su cama. Desayunaba en silencio. Le faltaba el sonido de la música que oían juntos pero, en particular, añoraba la voz ligeramente ronca de Theo dándole los buenos días.

Vacías.

Así se sentían sus noches, cada vez que cerraba los ojos y conciliar el sueño se le hacía una tarea imposible, porque nada era lo mismo sin las caricias que Theo le proporcionaba hasta verla dormir. El sutil contacto con su piel, el hecho de saber que estaba ahí, a su lado.

Lo contradictorio era que, sabía cómo llenar esos vacíos. Sabía lo que debía hacer para retomar la vida que tenía antes de Theo. Podía apegarse a las series o películas, ver una tras otra. Encontrar alguna banda de música con la que obsesionarse. Conseguir un nuevo trabajo -además del que ya tenía- para mantenerse aún más ocupada. Hallar un nuevo pasatiempo, tal vez podría aprender a tocar un instrumento, ir a clases de gimnasia, aprender cerámica o un idioma nuevo -sabía español, inglés e italiano, quizá podía tomar lecciones de francés-. Sin embargo, tenía la sensación de que, llenar los vacíos con cosas superficiales, sería retroceder. Dar cien pasos atrás. Volver a ser la chica que se encerraba en sí misma, no compartía sus sentimientos con nadie más y se mantenía a salvo en una especie de burbuja llena de matices que la hacían sentir cómoda.

Además, la voz de su consciencia no dejaba de repetir: «Estás haciendo las cosas mal. Estás tomando el camino equivocado. Tienes que arriesgarte». Existía una parte de sí misma que la empujaba a una nueva dirección, que le impedía convertirse en su antigua versión, que pretendía hacerla reaccionar antes de que fuera demasiado tarde.

Era tal la lucha que mantenía consigo misma que, a duras penas sobrevivía. Lloraba cada vez que estaba a solas. Apenas comía. Se hacía daño a sí misma intentando convencerse de que aislarse era la opción correcta a través de afirmaciones dolorosas como «nunca serás suficiente para mantener una relación» o su favorita «estás hecha para estar sola».

Cada vez que entraba al hospital por trabajo y recorría los pasillos donde más de una vez se encontró a Theo, su corazón se encogía. El vacío se intensificaba. Esa tarde, no fue la excepción. Acabó de solucionar un caso y abrumada, se sentó en una de las sillas de espera.

—¿Lucy?

Reconoció la voz, así que elevó la mirada. Carol se encontraba frente a ella, de pie. Vestía el uniforme de trabajo, llevaba el cabello recogido y sus ojeras poseían un ligero color violáceo. Estaba exhausta, aún así, le dio gusto encontrarse a la castaña.

—Ey, ¿cómo estás?

—Muy bien —respondió—. ¿Tú cómo estás?

—¿La verdad? No tan bien —admitió, su voz mantenía un tono bajo.

—Ya lo veo. ¿Tienes tiempo para un café?

—Eh... Sí —largó un suspiro pesado—. Claro.

Se levantó, siguió a la mujer hacia la sala común que utilizaba el personal del hospital. Su corazón latía rápido. A pesar de la sonrisa amigable que portaba Carol, Lucy tenía la equivocada sensación de que cualquier persona cercana a Theo, estaría furiosa con ella. Después de todo, tenían motivos suficientes para molestarse. Él fue honesto. Le demostró en un sinfín de ocasiones cuánto la quería. Sin embargo, Lucy había desaparecido rompiéndole un poco el corazón. Sin dar demasiadas explicaciones. De imprevisto.

En la sala, Carol preparó café. Sirvió uno para la castaña y otro para ella. Lucy se hundió en un sofá, cruzando las piernas y aferrándose a la taza, el calor que desprendía le transmitía una especie de seguridad. Calmaba sus nervios. La contraria, también ocupó otro sofá, justo al frente.

—¿Te gustaría contarme que está mal? —preguntó, tomando la iniciativa—. No voy a mentirte. Visité a Theo hace unos días y me contó que le habías pedido un tiempo. Lo sé.

—Y él te pidió que hablaras conmigo, ¿no?

—No —aseguró—. Ni siquiera sabía que te encontraría aquí. Solo te vi y pensé que tal vez necesitas de una amiga.

Lucy se encogió de hombros. La actitud amigable de Carol removió algo en su interior, le había dado justo en su complejo de «hacer amistades». La única amiga que mantenía, se había mudado al otro lado del país y ya no hablaban a menudo. Además, solía tener la sensación de que no le agradaba a las personas, que en general terminaban aburriéndose de ella, que no podían comprender su actitud reservada. Parte de su corazón siempre se había mantenido «hermético», guardando sus sentimientos e incluso sus miedos más grandes para sí misma. Desde pequeña, acostumbraba a resolver sus problemas a solas, sin pedir ayuda a nadie. El año anterior, una fuerte gripe la llevó a pasar alrededor de quince días en la cama, sin salir de su apartamento, sin contárselo a nadie. Pasó toda una temporada temiéndole a Adrien, el vecino que solía «acosarla» de manera disimulada. Tampoco olvidaba como, gran parte de su vida, fue atormentada por su «asexualidad» que al principio no podía entender, y durante un largo tiempo, se consideró un bicho raro.

Quizá las cosas hubieran sido un poco más fáciles si hubiera tenido una amiga a su lado.

—El problema es... —se pausó. No sabía por dónde empezar—. Es que ni siquiera sé cómo explicarlo en voz alta.

—¿No estás segura de lo que sientes por Theo?

—No. Sí. Lo quiero. Lo quiero de un modo que nunca imaginé que podría querer a alguien. Eso es lindo pero también es... Aterrador —explicó—. Es mi primera relación. ¿Sabes? Todo es tan hermoso y emocionante, que de pronto me da miedo de que sea demasiado bueno para ser real. No lo sé. De pronto él quiere que la relación se vuelva aún más seria y el problema es... Es que me da miedo estropearlo, Carol. Llegará un punto en que no seré suficiente. Él me va a pedir cosas que no puedo darle y tendré que irme, pero entonces será peor, porque el tiempo habrá pasado y dolerá más —confesó, al borde las lágrimas.




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