Frágil e infinito

Capítulo 42

A pesar de la gente estropeando el camino, Theo no la perdió de vista. Reconocería en cualquier parte su cabello castaño, ligeramente ondulado y esa manera frenética de caminar, siempre presionada por los horarios. A veces, tenía la incómoda percepción de que Lucy se apartaba de él, como si tuviera la intención de huir de su vida, porque en realidad no alcanzaba a comprender la clase de amor incondicional que sentía hacia ella. Cuánto la quería, sin importar qué. De lo contrario, no estaría ahí, yendo tras ella, buscándola de forma intermitente, a pesar de que trataba de escabullirse.

Estaba seguro del valor de lo que tenían. No iba a rendirse. Theo, de algún modo, siempre tuvo el impulso natural de buscar el amor. Años atrás, peleó por una relación que acabó consumiéndose por la toxicidad y los engaños, mientras se convencía a sí mismo que las cosas cambiarían y que no podía darse por vencido a la primera. El final estaba cantado. Ella lo engañó, él acabó hundido en un pozo oscuro de decepción, sofocado al pensar en «tantos años echados a la basura». Quizá, por esa razón, valoraba aún más la clase de relación que mantenía con Lucy. Más allá de los altos y bajos, ella no le mentía y, siendo consciente del daño que podía causar, no lo arrastraba a sus problemas.

En la acera del hospital, se dio prisa y consiguió aproximarse.

—Lucy —exclamó, intentando detenerla—. Ey, Lu.

De espaldas, la chica cerró los ojos. Reconoció su voz de inmediato. Theo tenía una forma particular de pronunciar su nombre: cada vez que lo hacía, Lucy era abatida por una marea de sensaciones. Evocó una especie de caricia invisible que iniciaba en un extremo de su espalda y acababa en el otro. El cosquilleo indescriptible que comenzaba en sus oídos y se extendía a través de todo el cuerpo.

Estaba segura de que pasarían los años y aún así, la voz de Theo seguiría causando el mismo efecto.

—Ey —volteó, apenada—. Theo.

Lo contempló. De inmediato, comprobó que ya no llevaba el cabestrillo y sonrió. Al mismo tiempo, se dio cuenta que se veía ridículamente guapo. Capaz de robar el aliento a cualquiera que se cruzara en su camino. En seguida sintió que el mundo estaba diciéndole «¿En serio quieres perder a este hombre?».

—¿Estás bien? —En seguida, Theo notó que Lucy había estado llorando. La conocía con tanta exactitud que podía adivinar con facilidad esos pequeños detalles—. ¿Alguien te lastimó? —preguntó, fiel a su impulso protector.

Su sincera preocupación se hizo evidente. En su pecho se abrió un espacio repleto de coraje tras notar las facciones angustiadas de la chica. Si había algo que no podía tolerar, era que le hicieron daño a las personas que quería.

—No, no. No pasó nada malo —aseguró. No estaba segura qué responder. La había encontrado desprevenida. Desarmada—. ¿Tú cómo estás? Bueno, es evidente que te ves mejor.

«Más lindo. Más iluminado».

Poco convencido, Theo asintió.

—Físicamente, sí. La recuperación ha sido excelente. Tú ayudaste, Lucy. Mucho —reconoció—. Tengo una reunión con la jueza en una hora, así que también estoy nervioso. ¿Qué digo? Los nervios me están consumiendo.

—Oh, eso es genial —Lucy sonrió con naturalidad. La felicidad que sentía por él era genuina—. Tranquilo, todo irá bien. No tienes de qué preocuparte. La decisión está tomada, el resto es papeleo.

—Sí, supongo que sí —murmuró, pero al instante regresó al punto que ensombrecía su ánimo—. ¿Seguro que estás bien, Lu? —insistió. Mantenía las manos en los bolsillos o de otra manera, no iba a ser capaz de contenerse a tocarla, acariciar su rostro o acomodar los alterados mechones de cabello—. Sé que me pediste un tiempo. Estas últimas dos semanas, traté de entenderlo. Pero ya no soporto esta situación, Lucy. Necesito que dejes de esquivarme. Si algo va mal o estás triste, no tienes que esconderte de mí. Sea lo que sea, no quiero estar lejos, quiero estar a tu lado hasta que... Quiero estar contigo siempre.

El corazón le latía tan rápido, que Lucy tuvo que abrazarse a sí misma para no dejarse caer. Lo tenía a unos centímetros, nada le costaba dar un paso al frente y recuperar lo que tenían. Sin embargo, todavía se sentía avergonzada por su manera fría de esfumarse, dejando los planes a medias. Le costaba tanto perdonarse a sí misma... Dejarse querer.

—También quiero estar contigo, Theo —aseguró—. No dudo de ti. En absoluto.

—¿Entonces?

—¿Qué tal si hablamos mañana? —propuso—. Sé que en menos de una hora tienes una reunión importante. Será mejor que tengas la mente despejada. ¿No crees?

Frustrado, no le quedó opción más que aceptar. Siendo realista, Lucy tenía razón. Debía mantenerse enfocado en la cuestión de Mía.

—Está bien. Si es lo que quieres, bien. Te llamaré.

—De acuerdo —sonrió un poco. No podía evitarlo. La presencia de Theo cambiaba el color de su ánimo: los grises se convertían en tonos cálidos.

Theo la acompañó hasta la calle, donde detuvo a un taxi para ella. Abrió la puerta y Lucy dio un paso al frente, rumbo al interior del vehículo. Todavía de pie, se giró para despedirse y fue consciente de la cercanía existente entre ellos. Cada partícula de sus cuerpos se atraían una a la otra. Había un magnetismo que jamás desaparecía, siempre estaba ahí, como una tentación. Sin poder evitarlo, Theo se inclinó y le dejó un beso en la mejilla, cerca de la comisura de los labios. Un beso dulce que la sonrojó. Un beso que expresaba protección y deseo en partes iguales.

«Cuido de ti pero también me muero por tocarte».

 

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Miró el reloj en su teléfono. Trató de concentrarse en el nuevo libro que había empezado a leer, no obstante, poco después, se encontró de nuevo chequeando la hora. Faltaban diez minutos para la reunión que Theo tendría con la jueza, en la que firmaría la guarda pre adoptiva de Mía, y Lucy no podía estar más nerviosa. Sabía que todo iría bien. También estaba segura de que se trataba de un momento determinante para Theo, algo que cambiaría su vida para siempre y de algún modo, Lucy percibía esa sensación de que algo importante estaba ocurriendo. Entonces, supo que quería acompañarlo.




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