Frágil e infinito

Capítulo 43

La gélida brisa de la noche golpeó su rostro. Lucy, imparable, sonrió. Sentía que nada podía derribar la versión de sí misma que había elegido seguir a su corazón. La que decidió sin titubear, tomó las riendas de su vida y se arriesgó, luchando contra los miedos que estaban en su cabeza. No había forma de extinguirlos por completo, pero al menos sabía que, la mayor parte de ellos, solo eran parte de su imaginación. Pequeñas sucursales de su inseguridad, que llevaban la voz de todas aquellas personas que alguna vez la minimizaron. Por esa razón, no las debía oír. Ya no más. Tenía que callarlas con la voz interior que se valoraba a sí misma. Además, ya no estaba sola. Había otras personas que a menudo le recordaban su valor: Theo, que podía hacerla sentir especial con solo una mirada. Carol, que se había convertido en una amiga de verdad, capaz de ayudarla a reaccionar. Mía, que no había dudado en confiar en ella y también la familia de Theo, quienes la trataron como si fuera una más desde el día en que la conocieron.

Contempló a Theo de reojos, que caminaba a su lado con un aire desestructurado. Luego de abandonar el juzgado, decidieron concretar la cita que había quedado pendiente por mucho tiempo. Fueron a un bonito restaurante, disfrutaron de una cena deliciosa -postre incluido- y acabaron degustando un vino dulce blanco. Ninguno se alarmó por beber un par de copas de más, esa noche era solo de ellos, sin obligaciones, sin presiones. Se trataba de sentirse el uno al otro.

—¿Tienes frío? —preguntó él, tras devolverle la mirada.

—Estoy bien —aseguró, aunque su piel se había estremecido a causa del frescor. Es que, tras salir apurada de su apartamento, olvidó el abrigo.

—Tienes frío —dedujo.

Theo se quitó el saco, la alcanzó por detrás y la abrigó, mientras sus brazos la rodearon con fuerza. Seguido, la sujetó provocando que sus pies se despeguen del piso y Lucy emitió grititos de emoción, tenía un cosquilleo en la boca del estómago que apenas la dejaba respirar.

—¡Te vas a lastimar! Aún te estás recuperando —lo regañó, aunque lo hizo entre risas. Tiró la cabeza hacia atrás ý él le besó el cuello, causándole más cosquillas. Esa sensación estremecedora calaba hasta los huesos—. ¡Theo!

—Me gusta hacerte reír. ¿Está mal?

—Si te haces daño, sí.

—Bueno, no puedo evitarlo. Siempre quise hacer que sonrieras, desde el día que nos conocimos. ¿Recuerdas? Estabas toda seria en una esquina de la fiesta —se burló sin malicia.

Lucy volvió a tocar el suelo, pero las manos de Theo no abandonaron su cuerpo, se hicieron lugar alrededor de su cintura y acariciaron la zona provocando una oleada de calor.

—La verdad es que no sabía lo que hacía —confesó—. Fui a esa fiesta siguiendo el estúpido impulso de ser más sociable.

—Y no te fue tan mal —se mofó en el mismo tono burlón. Ella le dio un golpe juguetón en el brazo que no se había herido. Todavía cuidaba de él como si la paliza hubiera ocurrido el día anterior. No olvidaba aquellos días en que lo encontró vulnerable, quejándose del dolor, tan frágil como una hoja de vidrio.

En medio de risas, Lucy bajó la mirada y se mantuvo pensativa durante largos segundos. La chica temerosa e introvertida que había sido durante los primeros años de universidad, ni siquiera en sus mejores sueños se imaginó de esa manera: alejada de su familia tóxica, independiente y caminando bajo la luz de las estrellas entre los brazos del hombre que amaba.

—La verdad nunca entendí por qué te acercaste a mí esa noche —reveló—. Aún no sé qué hice bien. Nunca fui el tipo de chica que llama la atención. No como la mayoría.

—Ey, detente un minuto —su expresión adquirió seriedad—. ¿Qué quieres decir con eso?

—Vamos, Theo. Los hombres en general se acercan a las mujeres que les parecen atractivas físicamente. Nunca me distinguí precisamente por eso —explicó su postura—. Esa noche lucía hecha un desastre. ¿Te acercaste por la camiseta de The Doors, no? —recordó. Desde un principio, compartieron gustos musicales. Sin embargo, eso era solo un detalle en comparación a los sentimientos que los unían.

—¿Qué? —cuestionó descolocado—. Para mí siempre fuiste hermosa, Lucy. Pero además, entre medio de toda la gente, estabas siendo tú misma. Eso me cautivó.

A causa de la diferencia de altura, Lucy elevó la mirada hacia él y ensanchó una sonrisa. Si durante años había creído que no existía un lugar en el mundo para ella, esa noche descubrió lo equivocada que estaba. Encajaba ahí, a su lado. Separados funcionaban, pero juntos se convertían en una mejor versión.

 

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—¿En qué estás pensando? —preguntó Theo, irrumpiendo el silencio que los había acompañado durante un largo rato. No era incómodo, más bien, reconfortante.

A pesar de las palabras extinguidas, se habían mantenido cerca el uno del otro: los dedos de Theo rozaban la cintura femenina, de vez en cuando ascendían y dejaban caricias en los hombros descubiertos, Lucy sujetaba su mano y, cada tanto, se ponía en puntas de pie para besarle el cuello o pasear su mano a través del cabello.

—En que ya es hora de ir a casa —respondió.

—¿Te acompaño a tu apartamento? —ofreció él, pero Lucy contuvo una sonrisita y negó.

—¿Podemos ir a tu casa? Echo de menos dormir en tu cama —confesó, dejándose llevar por la llama que ardía en su interior y que empezaba a quitarle el aire. Incluso sus mejillas estaban ligeramente rojizas.

—Así que solo echas de menos la cama. Eso me dolió, Lucy.

—No me refería solo a la cama —lo corrigió, divertida—. Echo de menos dormir contigo, Theo.

«Y la forma en qué me haces sentir cuando estamos juntos».

No llevó demasiado tiempo llegar a casa de Theo. Supieron desde un principio que, tras dos semanas distanciados, tener que contenerse se parecía a una tortura. Era la primera vez que Lucy tenía ganas incontenibles de tocarlo, la necesidad de sentir su cuerpo sobre el suyo sin ninguna clase de límites. De hecho, consciente de lo difícil que le resultaba conectar con alguien de aquel modo, se sentía una afortunada de haberlo hallado. Él encendió una ilusión. Él despertó esa avalancha de sensaciones. Él encendió el fuego que ardía en su interior.




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