Faltaba una hora y treinta minutos para que la cena fuese servida y Brick, el chef de la familia Grant, se encontraba tan concentrado en la preparación de unos exquisitos platillos que, él esperaba, dejaran anonadados a todos los integrantes de la familia.
El corpulento hombre de cincuenta años, tarareaba una cancioncilla que había escuchado de una de las mucamas tres días antes, mientras cortaba zanahorias y calabazas con una velocidad y perfección que dejaría boquiabierto a cualquier novato.
Bailaba ligeramente en su lugar, moviendo las caderas al ritmo de la música que invadía su mente, obsequiando una divertida escena al joven pelirrojo que ya tenía algunos minutos de haber llegado.
Y sin más, Lyuben, soltó una carcajada ante el exagerado movimiento de culo y pies del hombre y, por supuesto, atrajo la atención del concentrado adulto.
Brick se volvió con el entrecejo fruncido, haciendo ver una falsa expresión de enojo para recibir al pequeño Lyu, su más fiel y útil ayudante.
—Qué bailecito te acabas de echar, Brick —comentó entre risas Lyuben, ignorando la falsa expresión de molestia que el hombre tenía mal marcada en el rostro.
El chef se acercó a Lyu mientras este se atragantaba con su burla y le dio un golpe leve en la cabeza con el cucharón de madera que traía entre los dedos de la mano derecha.
—Riéndote de mi baile, ¿eh?
Lyu se sobó la parte golpeada con exageración, a pesar de que no le había dolido en absoluto.
—Admite que tus pasos eran ridículos.
Brick se cruzó de brazos tras inflar el pecho y soltó un bufido que movió su bigote chocolate que tenía unos cuántos pelos blanco sobresaliendo de aquí y allá.
—Eres solo un jovenzuelo que no sabe nada sobre bailes profesionales.
—En eso te equivocas —refutó Lyu con orgullo —. Estoy aprendiendo a bailar de Acteón, así que te gano en bailes profesionales.
—¡Ja! Solo es un vals, cuando sepas al menos cinco bailes diferentes me presumes.
—Sí, sí. Pero no es cualquier vals, es un vals nupcial —Brick achicó los ojos —. Un vals que no has bailado a pesar de ser tan anciano.
—¡Pequeño mocoso, cómo si tú te fueras a conseguir una mujer con ese pelo feo y sucio!
Lyuben se encogió de hombros y rodeó al chef para encaminarse al horno que estaba en funcionamiento, cocinando uno de los platillos que ya comenzaban a oler fuertemente.
—Huele delicioso —dijo Lyu, atraído por el aroma que le empezaba a hacer agua la boca —. ¡Es estofado de champiñón y pescado! —festejó, pegando lo más que pudo la cara al vidrio que lo separaba por seguridad del fuego y de la comida.
—No solo es eso —advirtió Brick, regresando a su lugar —. Estoy haciendo la ensalada con carne favorita del joven Acteón y una tarta de calabaza con nuez que ordenó la señora.
—¡Qué delicia, Brick! —vociferó con éxtasis Lyuben, volviéndose para ver al hombre con ojitos de cachorro regañado.
El chef supo qué era lo que el adolescente le estaba suplicando con ese tipo de carita de lastima. Era en sí una rutina que habían acogido desde hace ya algunos años atrás.
Lyuben tenía hambre y su estómago no quería trozos de pan duro y sopas insípidas de las que preparaba su madre con el poco presupuesto que tenían. No, el estómago de Lyuben exigía algo más refinado y difícil de conseguir como lo era el pescado y la carne. Él añoraba un manjar que solo podían degustar las personas con suficiente dinero como para acostarse sobre una cama de oro.
Brick sonrió malicioso.
—Hace un momento no solo te burlaste de mi baile profesional, sino que incluso me llamaste solterón —dijo, volteando la cabeza con un giro teatral —. Además, esos ojitos ya no me conmueven.
El labio inferior del adolescente se levantó y comenzó a temblar. Brick se limitó a cerrar los ojos y dar una firme negativa; no cedería tan fácilmente, aunque al final tanto él, cómo Lyuben, terminarían cenando su propio banquete privado.
—¡Ay, por favor! No seas tan cruel, Brick —se levantó la camisa zarrapastrosa, enseñando su cuerpo delgaducho y pálido —. Mira esto —enterró un par de veces los dedos de la diestra por encima del ombligo —. Te juro que puedo sentir los dedos en la espalda, mi estómago está por quedarse pegado a ella. ¿Acaso me quieres ver tan flaco como una calcomanía? Tú estás soltero porque quieres, pero yo sí deseo una linda novia y con estos huesos que sobresalen... ¿Cómo podré conseguirla? —Brick lo miró, mitigando la risa que ansiaba soltar —. Solo tú puedes rescatarme de la soltería y del hambre —puso expresión triste —. Sé mi héroe, Brick. Sé mi héroe.
El hombre no pudo evitar poner los ojos en blanco ante la dramatización que estaba presenciando. Lyuben podía ser perfectamente un actor de novelas de drama si es que las continuaran haciendo. Abrió la boca para decirle lo tonto que se veía, pero se lo pensó por unos segundos que fueron eternos para Lyuben y su vacío estómago.
—Discúlpate por herir mi ego —Lyu sonrió triunfante, borrando de la faz de su rostro toda expresión triste.
—Me disculpo por herir tu ego —soltó sin ganas, provocando que Brick volviese a borrar el color de sus ojos.
—¿Es en serio? Al menos échele ganitas joven —reclamó.
—¡Ay, bueno! ¿Te parece más esfuerzo si derramo una par de lagrimitas? —recibió otro coscorrón sin fuerza en respuesta —. Deberías dejar de ser tan rudo con un pobre adolescente hambriento —se quejó.
Ambos comenzaron a burlarse de la situación absurda que orquestaban, era divertido hacer tales escenas de las cuales nunca nadie más gozaba además de ellos dos.
No obstante, esta vez sí que tenían la colérica atención de alguien y ese alguien aguardaba impaciente a que los dos sirvientes dejaran de reírse de sí mismos para reclamar el tiempo que perdían.
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Lyuben se secó una lágrima que se quedó atascada en su ojo derecho y Brick cogió la gran bocanada de aire que le faltaba a sus pulmones.
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Editado: 04.06.2023