Kevin, el enfermero de turno en el hospital, se movía por la habitación con calma. Su andar era metódico, como si el tiempo en esa sala no tuviera la misma urgencia que en otros lugares del hospital. La tenue luz del atardecer entraba por la pequeña ventana, y el sonido rítmico del monitor cardíaco llenaba el aire con un pulso mecánico.
Kevin acomodaba las sábanas y revisaba los fluidos de un paciente que yacía inmóvil en una camilla. Era un hombre al que las heridas lo habían reducido a lo esencial: sin piernas, sin brazos, con vendajes envolviendo su cuerpo como si intentaran mantener los restos de lo que alguna vez fue una persona completa. Su piel, pálida y tensada, contrastaba con sus ojos. Esos ojos lo decían todo, amplios, llenos de miedo y vacío, como si estuviera atrapado en una pesadilla de la que nunca podría despertar.
"Sabes, Dora hubiera hecho cualquier cosa por alegrarte el día. Era de esas niñas que siempre sabían cómo hacer sonreír a cualquiera", dijo Kevin con una calidez palpable mientras seguía ajustando una vía intravenosa. Su tono era relajado, casi amigable, como si hablara con un viejo amigo. "Le encantaba pintar. A veces me traía dibujos que había hecho en la escuela, todos llenos de colores. Decía que el mundo debería ser más colorido, más alegre. Tenía razón, ¿no crees?"
El hombre en la camilla, con la boca apenas visible tras un tubo de respiración, emitió un débil gemido. Sus ojos seguían fijos en Kevin, como si intentaran hablar, pero el horror que los consumía parecía impedir cualquier forma de comunicación real. Kevin, sin embargo, parecía ajeno al terror que irradiaba de esos ojos.
"Dora tenía solo seis años. Una niñita preciosa", continuó Kevin mientras sacaba una foto del bolsillo de su bata. La sostuvo frente al hombre en la camilla. "Mira, esta es ella. ¿No es adorable?"
La foto mostraba a una niña de cabello rizado, con una sonrisa brillante que irradiaba pureza e inocencia. Vestía un pequeño vestido amarillo y sostenía un osito de peluche. "Siempre andaba con su osito. Lo llamaba 'Teddy'. Decía que Teddy la protegía de todo lo malo en el mundo".
Kevin guardó la foto con cuidado y siguió revisando los suministros médicos, aún con su tono sereno. "Le gustaba mucho bailar. En las mañanas, mientras yo preparaba el desayuno, ella se ponía a bailar en la cocina. No importaba la música. Si no había música, simplemente la imaginaba. La verdad es que nunca necesitaba mucho para ser feliz. Con poco, le brillaban los ojos."
El hombre en la cama intentaba moverse, aunque fuera un poco. Sus músculos atrofiados no respondían, y los tubos que lo mantenían vivo parecían volverse más pesados. Las lágrimas comenzaban a acumularse en el borde de sus ojos, mientras su cuerpo desprovisto de extremidades permanecía inerte, incapaz de reaccionar.
"Sabes, su luz... se apagó." Kevin hizo una pausa, y por primera vez su voz adquirió una sombra de tristeza. "La vida es frágil, ¿verdad? Solo toma un segundo... una acción... para arrebatar algo que amabas más que nada. Pero no te preocupes, yo he aprendido a sobrellevarlo."
Se inclinó hacia la camilla, mirando al hombre directamente a los ojos, y le limpió una lágrima que caía por su rostro demacrado. "Tú, más que nadie, sabes de lo que hablo", susurró con una dulzura escalofriante. "Tú lo causaste. Tú apagaste su luz."
El hombre abrió los ojos aún más, desesperado, como si quisiera gritar, pero su cuerpo roto solo emitió un jadeo ahogado. Kevin seguía con su voz tranquila, casi cariñosa, mientras colocaba las manos suavemente sobre los vendajes de sus muñones. "No te preocupes, papá se hará cargo. Siempre cuido de quienes amo. Y tú... bueno, tú también necesitas cuidados."
El enfermero comenzó a apretar los vendajes lentamente, haciendo que el hombre en la camilla gimiera de dolor.
"Shh... tranquilo. No duele tanto, ¿verdad? Después de todo lo que hiciste, esto es lo mínimo. ¿Sabes? La justicia a veces tarda, pero llega. Y yo... me aseguraré de que sientas cada segundo de tu vida vacía."
Kevin sonrió, acariciando la frente del hombre con una suavidad perturbadora. "No quiero que pienses que te odio, ¿sabes? Después de todo, eras parte de su vida, aunque solo fuera en su último instante. Pero quiero que sepas algo: lo que hiciste no quedará impune."
El hombre cerró los ojos con fuerza, como si quisiera desaparecer, pero Kevin no se apartaba. "Dora era la luz de mi vida. Y tú te la llevaste. Pero no te preocupes, papá se encargará de ti... siempre."
Con esa última frase, Kevin se levantó y salió de la habitación, dejando al hombre atado en la cama, rodeado de su propia impotencia y el eco de una promesa que sabía que nunca acabaría, esperando un día incierto a su nueva vida.