Víctor se sentaba en la penumbra de su habitación, su única compañía siendo la caja de cristal que reposaba en su escritorio: una pequeña granja de hormigas que había montado semanas atrás. Las cortinas cerradas bloqueaban la luz del día, dejando que solo la lámpara de su escritorio iluminara tenuemente el diminuto mundo de las hormigas. Cada día, al despertar, Víctor se dirigía directamente hacia ellas, como si observarlas fuese un ritual secreto que solo él comprendía.
El movimiento incesante de las pequeñas criaturas lo hipnotizaba. Las observaba trabajar en armonía perfecta, excavando túneles, transportando minúsculos granos de arena y compartiendo su alimento con precisión matemática. Admiraba la forma en que las hormigas funcionaban como un solo ente, sin desvíos, sin dudas. Se preguntaba si, en su diminuta existencia, ellas se sentían igual de atrapadas que él en esa habitación, repitiendo el mismo ciclo día tras día.
Con el paso de los días, Víctor notaba patrones. En la colonia había una reina robusta, rodeada por las obreras que la cuidaban con devoción. Se dedicaban a expandir el nido, creando nuevos pasajes y cámaras en la oscuridad del sustrato. Víctor observaba cómo una hormiga, en particular, sobresalía entre las demás: una obrera más grande, tal vez más fuerte, que parecía liderar ciertas operaciones. Era persistente, guiando a las demás a través de los laberintos que tejían bajo la tierra. Víctor la bautizó mentalmente como "la comandante".
Día tras día, la rutina de Víctor giraba en torno a ese diminuto mundo. No salía de su habitación, no respondía llamadas. Sus pensamientos estaban completamente sumergidos en las vidas de las hormigas. Y entonces, una mañana, sucedió algo inusual. La comandante se había desviado de su ruta habitual. No trabajaba ni ayudaba a las otras; simplemente se detenía frente al cristal, como si estuviera observándolo.
Víctor se inclinó hacia adelante, perplejo. Aquella hormiga parecía mirarlo, sus diminutas antenas moviéndose rítmicamente, como si estuviera estudiándolo. Una sensación extraña recorrió su espalda, la incomodidad fue tal que volteó violentamente, pero no había nada. Sin embargo la sensación seguía ahí, sin embargo dejó de pensar, o mejor dicho, se obligo a dejar de pensar en ello.
Los días siguientes, las cosas comenzaron a desmoronarse dentro de la colonia. Las obreras dejaron de construir y transportar alimentos. La reina, normalmente inmóvil, parecía moverse inquieta, buscando algo. Pero la comandante permanecía ahí, cerca del cristal, observando. Víctor sentía su mirada más intensa, más penetrante. Se decía a sí mismo que todo esto era producto de su imaginación, pero no podía apartar la vista de aquella pequeña figura que ahora parecía controlar el ambiente.
Una noche, el insomnio lo consumió. No podía despegarse de la granja de hormigas, esa sensación extraña y sofocante no lo dejaba respirar. De repente, algo cambió. Una grieta, minúscula, apenas perceptible, apareció en el vidrio de la granja. Víctor se acercó rápidamente. "¿Qué sucede?" murmuró, observando cómo la fisura se extendía poco a poco.
Justo en ese momento, las hormigas comenzaron a salir.
No eran muchas al principio, solo unas pocas. Pero más y más emergieron, esparciéndose por la superficie de su escritorio. Víctor retrocedió, perplejo, viendo cómo el orden del pequeño mundo se desmoronaba ante sus ojos. El caos reinaba mientras las hormigas formaban una especie de círculo sobre el escritorio. Y en el centro de ese círculo, la comandante.
Una hormiga normal no debería actuar así.
Sin advertencia alguna, un estruendo sordo resonó en la habitación. La grieta en el vidrio creció, y de repente, las paredes mismas de la habitación comenzaron a temblar. Víctor se agarró al borde de la mesa, sintiendo cómo el suelo bajo sus pies se desvanecía. Las hormigas habían dejado de moverse; ahora estaban quietas, observándolo desde todos los ángulos.
Y entonces, la habitación entera se quebró.
El suelo, las paredes, incluso el aire alrededor de Víctor se desgarraron como si fuesen frágiles capas de papel. Todo se desmoronó. Lo que alguna vez fue su habitación ahora se revelaba como una gigantesca caja de cristal, una vasta granja de hormigas. Y Víctor, aterrado, comprendió que él también era observado.