Fragmento

Amigo

El aire era denso y frío, como si la oscuridad misma estuviera viva. Al abrir los ojos, una joven se encontró en un lugar que parecía una caverna. Las paredes estaban cubiertas de sombras inquietantes, y el único sonido que podía oír era un eco distante, como un lamento perdido en el tiempo. Intentó recordar cómo había llegado allí, pero su mente estaba en blanco, atrapada en un laberinto de confusión y miedo.

A medida que se incorporaba, un grito desgarrador resonó en el aire, cortando la penumbra como un cuchillo afilado. Era un grito de dolor, crudo y lleno de desesperación. Su corazón se detuvo por un instante, y el miedo se apoderó de ella. Siguiendo el sonido, avanzó vacilante, su pulso acelerándose con cada paso.

Lo que vio la hizo temblar. En el centro de la oscura habitación, un hombre vestido con ropas manchadas de sangre se inclinaba sobre una figura que yacía atada. Era su padre. El loco tenía un cuchillo brillante en su mano y estaba cortando lentamente la carne de su padre, disfrutando de cada momento. Su víctima gritaba, suplicando por piedad, pero cada palabra era ignorada por el monstruo que se reía con locura.

—No, no, ¡por favor, para!

la joven gritó, las lágrimas corriendo por sus mejillas mientras se acercaba, o es intentaba, pues descubrió que estaba en una jaula maniatada, incapaz de hacer algo e incapaz de apartar la vista del horror que se desplegaba ante ella. El loco se detuvo un instante, girando la cabeza hacia ella, sus ojos desquiciados iluminados por una risa maníaca.

— Aficionados—dijo, riendo, como si estuviera comentando un juego. Su sonrisa era una mueca, y sus dientes parecían afilados como cuchillos. Luego, con una despreocupación inquietante, volvió a inclinarse sobre su padre y continuó su cruel tarea.

El corazón de la joven se rompió. Gritó con todas sus fuerzas, llamando al hombre que la había amado, que la había protegido. "¡Papá, no te vayas! ¡No te vayas, por favor!" Pero sus palabras eran solo ecos en un lugar donde la razón había sido despojada, y la locura reinaba suprema.

— ¡Son unos aficionados!— gritó al hombre que estaba cortando, burlándose de él.

¿Cómo pudo pasar algo tan macabro? Empecemos desde el principio.

Vitor siempre había sido distinto, lo sabía desde que tenía uso de razón. Para él, la humanidad era un desfile de mediocridad. Las emociones, las normas sociales y las relaciones humanas le parecían absurdamente triviales. Su mente fría y calculadora no podía evitar ver a los demás como simples piezas en un tablero, moviéndose sin razón, sin importancia. Sin embargo, en Erick encontró algo extraño, diferente. A pesar de esa condescendencia con la que trataba a todo el mundo, Erick había sido el único que lo miraba sin asco ni miedo. Había decidido ser su amigo, y aunque Vitor no sentía amistad en el sentido tradicional, apreciaba la compañía.

Erick y Vitor estaban sentados en el parque. Erick hablaba con entusiasmo sobre una película que acababa de ver. Vitor apenas prestaba atención, solo asintiendo en los momentos correctos. De repente, Erick lo empujó ligeramente en el brazo, riendo.

— ¡No me estás escuchando, Vitor!

— Claro que sí, te escucho, — respondió Vitor, con una sonrisa fingida pero convincente.

Erick lo conocía lo suficiente como para saber que no estaba prestando atención, pero eso no le importaba. Sabía que Vitor no tenía interés en esas cosas, pero el simple hecho de que intentara aparentar lo hacía feliz. Le palmeó el hombro y sonrió.

— Eres un caso, amigo.

En el fondo, Vitor pensaba: Tolero su presencia, juegas mi juego... aunque nunca entenderías cuán diferente soy. Pero aun así, aquí estamos, fingiendo que nos importan las tonterías humanas.

Un día, Erick le dio una noticia importante: había conseguido novia. Se llamaba Rita, y hablaba de ella con una felicidad genuina que Vitor era incapaz de entender, aunque lo disimulaba.

— Rita es increíble, Vitor. Tienes que conocerla.

— Me alegro por ti, — mintió Vitor, mientras sonreía de forma forzada.

Erick soltó una carcajada y lo palmeó en la espalda.

— Sabes que no te importa, pero gracias por fingirlo. Me haces feliz al intentarlo.

Vitor miró a su amigo con una mezcla de indiferencia y algo parecido al respeto. Erick entendía su naturaleza, sabía que su "felicidad" no le importaba, pero ambos seguían con la farsa. Y eso le parecía fascinante.

Rita era amable, encantadora, pero Vitor nunca se tragó su fachada. Desde el principio, había notado detalles: las pequeñas tensiones en su sonrisa, la forma en que evitaba ciertas preguntas. Como buen psicópata, Vitor sabía detectar a otros depredadores. No dijo nada, pero empezó a observarla más de cerca.

Él siempre había sido un observador meticuloso. Aunque las emociones y relaciones humanas le parecían absurdas, poseía una aguda percepción para detectar cualquier fisura en las fachadas ajenas. Desde el momento en que Erick le presentó a Rita, algo en ella no cuadraba. Tenía una sonrisa demasiado perfecta, unos gestos que parecían calculados. Vitor no era alguien que se guiara por corazonadas, pero su instinto psicopático lo empujaba a prestar atención a los detalles que otros pasaban por alto. Y en Rita, había demasiadas cosas que no encajaban.




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