Fragmento

Tablero

En el tablero de ajedrez, cada pieza se mueve con precisión bajo las manos invisibles de un jugador. Cada movimiento es calculado, cada destino parece predeterminado. Pero para un peón, llamado Eco, la partida no es solo un juego, es un reflejo de la vida misma, un escenario donde las grandes piezas parecen tener todo el control, y él, una simple pieza pequeña y prescindible, lucha con un dilema existencial.

Eco, el peón, se encontraba siempre en la primera línea de batalla. Aunque pequeño y con movimientos limitados, dentro de su mente bullía una profunda reflexión. "¿Cuál es el propósito de mi existencia?" se preguntaba. "Si solo me sacrifican por el bien de los otros, ¿tengo algún valor por mí mismo?"

Su amigo Cabrión, el caballo, era todo lo contrario. Saltaba de casilla en casilla, siempre desubicado, distraído por cualquier cosa que llamara su atención. A veces no recordaba si estaban en medio de una partida o si solo se trataba de un paseo. Aunque a Eco le gustaba Cabrión, su constante despiste era frustrante.

—Cabrión, ¿te has preguntado alguna vez por qué estamos aquí? —le preguntó Eco un día, mientras el caballo se sacudía, como si quisiera deshacerse de alguna idea molesta.

—¿Aquí? ¿Dónde? Oh, claro, el tablero. Pues... no lo sé. ¡Mira! ¡Una torre en jaque! —respondió Cabrión, mientras se lanzaba despreocupadamente al combate, ignorando por completo la pregunta filosófica.

Eco suspiró. Su amigo caballo nunca lo entendía, y los demás peones tampoco parecían interesarse por las cuestiones profundas. "Solo somos peones", decían. "Nuestro destino es avanzar, ser sacrificados o, con suerte, alcanzar el final del tablero". Pero Eco no quería ser solo un peón que marchaba sin cuestionar nada. Deseaba algo más.

En las sombras del tablero, La Reina observaba. Era la más poderosa de todas las piezas, capaz de moverse en cualquier dirección, a cualquier distancia. Los demás la respetaban, pero pocos sabían que su mirada no se posaba en los reyes o las torres, sino en el peón que avanzaba lento, pero con propósito. Ella estaba enamorada de Eco.

Una noche, después de una larga batalla, la Reina se acercó a él, cuando todos los demás dormían en sus casillas.

—¿Por qué te ves tan abatido, Eco? —preguntó la Reina, con una suave voz que irradiaba poder y ternura a la vez.

Eco levantó la mirada, sorprendido de que la Reina se hubiera fijado en él.

—Me siento atrapado en una vida que parece tener un único propósito, pero... no sé si ese propósito es el mío. Solo me muevo hacia adelante porque es lo que se espera de mí, pero nunca se me pregunta lo que quiero, ni quién soy realmente.

La Reina sonrió con compasión.

—Muchos no se atreven a hacer esas preguntas, Eco. La mayoría sigue el camino que les han trazado sin pensar. Pero tú, un simple peón, has despertado algo que ni las piezas más grandes logran entender.

—¿Y qué hago con eso? —preguntó Eco, alzando la voz con frustración—. ¡Soy solo un peón! Nadie escucha mis pensamientos, mis preguntas son ignoradas, y mi destino ya está decidido.

La Reina se inclinó hacia él, tocando suavemente la casilla que compartían.

—No subestimes tu importancia. Un peón tiene el poder de cambiar la partida, de desafiar el destino. Si llegas al otro lado, te transformarás en lo que tú decidas ser. Puedes ser una torre, un alfil, o incluso una reina. Pero antes de llegar a ese momento, debes creer que tu existencia tiene más significado que el que te han dicho.

Las palabras de la Reina encendieron una chispa en Eco, pero también lo llenaron de dudas. Si tenía el poder de decidir su futuro, ¿qué elegiría ser? ¿Debería seguir los deseos de los demás o forjar su propio camino? El dilema lo agobiaba.

La partida continuaba, las piezas se movían, pero Eco ya no era el mismo. Cada paso que daba hacia el frente lo acercaba a una decisión definitiva. Mientras tanto, Cabrión seguía brincando por el tablero, ajeno a las preocupaciones profundas de su amigo. A veces le hacía reír con su ingenuidad, y otras veces lo desesperaba con su incapacidad de ver más allá del siguiente salto.

Al final de la partida, Eco alcanzó la última fila. Los jugadores esperaban su transformación, y la Reina observaba desde la distancia, su corazón latiendo con fuerza por aquel peón que había llegado tan lejos.

—¿Qué serás ahora, Eco? —susurró la Reina.

Eco, después de mucho reflexionar, entendió que no se trataba de lo que los demás esperaban de él. No quería ser ni torre, ni alfil, ni siquiera una reina. Quería seguir siendo lo que siempre había sido, pero con una diferencia: ahora sabía que, incluso como peón, tenía el poder de cambiar el curso de la partida.

Y así, en una jugada que desafió toda lógica, Eco eligió seguir siendo un peón, avanzando con la firmeza de quien sabe que su valor no reside en su tamaño o en sus movimientos, sino en su capacidad de pensar y decidir.

La Reina sonrió con orgullo, comprendiendo que, en esa elección, Eco había demostrado ser más libre que cualquier otra pieza en el tablero.




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