Fragmento

Habitación

Carlos despertó en una habitación sin fin. Todo era blanco, desde el suelo frío y pulido hasta las paredes que parecían extenderse infinitamente hacia arriba. No había ventanas, puertas ni ninguna salida. La luz blanca, sin una fuente clara, iluminaba todo a su alrededor, bañándolo en una claridad que no variaba. La cama, dura y cubierta por una sábana de hospital, y un pequeño baño en una esquina eran sus únicos acompañantes.

Los primeros minutos los pasó en un estado de desconcierto, creyendo que había sido algún accidente, que alguien lo encontraría o que pronto oiría un sonido, cualquier cosa que indicara la presencia de otros. Pero el silencio era absoluto, profundo, y la quietud absoluta. Se acercó a las paredes, buscó un borde, una grieta, algo que pudiera indicar una salida, pero sus manos solo tocaron una superficie lisa, interminable, que le devolvía un frío implacable.

Las horas se convirtieron en una eternidad. Su mente comenzó a fragmentarse bajo el peso del vacío. Pensó en su vida, en su familia, en todos los momentos que podrían haberse perdido en esa prisión. Se sentó en la cama, y luego se tumbó, tratando de calmar su respiración acelerada, pero sus pensamientos giraban como una espiral sin control. Empezó a susurrar en voz alta, sus propias palabras resonando como ecos interminables en el espacio vacío.

El tiempo dejó de tener sentido. Dormía cuando el cansancio lo vencía, pero cada despertar era igual al anterior, en la misma posición, en el mismo silencio. La idea de que podría no volver a salir se clavó en su pecho, como una daga que giraba lentamente, recordándole que estaba atrapado en una celda infinita. Los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos, y comenzó a arañar las paredes, gritando hasta que su voz se quebró en un lamento.

Una noche –si es que el concepto de noche aún tenía sentido– sintió una presencia, un cambio en el aire. Miró alrededor, pero la habitación seguía inmutable. Sin embargo, en su interior, algo se rompió. No pudo soportar más la idea de aquella eternidad blanca, de aquel lugar sin tiempo, sin propósito. En su desesperación, empezó a golpear la cama, el suelo, cualquier cosa que pudiera probar que aún estaba vivo, que sus sentidos no lo habían abandonado. Su garganta ardía, y el agotamiento lo hizo caer de rodillas.

Y entonces, de la nada, todo desapareció.

Despertó con una camisa de fuerza ajustada a su cuerpo y el sonido de voces distantes. Cuando abrió los ojos, estaba en una cama en una habitación diferente, una celda de hospital psiquiátrico. Médicos y enfermeras lo observaban con preocupación. Trató de moverse, de hablar, pero su cuerpo estaba débil. En susurros frenéticos, hablaba de la habitación blanca, de las paredes sin fin, del eco de su propia voz.

Los médicos intentaron calmarlo, pero para Carlos, la habitación blanca seguía allí, grabada en su mente.




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