Fragmento

Vela

Era una vela pequeña y antigua, de cera oscura y con una mecha que apenas se sostenía en pie. El dueño de la vela, un anciano que vivía solo en una cabaña en el bosque, siempre advertía: "Esta vela jamás debe apagarse, pase lo que pase. Si su llama se extingue, no podrás detener lo que vendrá".

Una noche, Elena, una joven del pueblo cercano, escuchó historias sobre la misteriosa vela del anciano y decidió visitar su cabaña. Al llegar, lo encontró sentado en su silla junto a la vela, mirándola con una seriedad que hacía que la piel se le pusiera de gallina.

—¿Qué tiene de especial esa vela? —preguntó Elena, curiosa.

El anciano la miró con una mezcla de miedo y advertencia en sus ojos.

—Esta vela es lo único que mantiene a raya una presencia... algo que nunca debió ser llamado. Si su luz se apaga, esa cosa será liberada.

Elena, escéptica, pensó que el anciano sólo quería asustarla con cuentos de terror. Pero la mirada de miedo en sus ojos hizo que comenzara a dudar. Aun así, cuando se ofreció a vigilar la vela por él para que descansara, él aceptó con una expresión de alivio, y le advirtió una última vez antes de retirarse a su habitación:

—Pase lo que pase, no dejes que la vela se apague.

Elena se sentó junto a la vela, intrigada pero un poco escéptica. Pasaron las horas y el calor de la pequeña llama le hacía compañía, calmándola. Pero, cerca de la medianoche, un viento helado comenzó a soplar a través de las paredes de la cabaña, y la llama de la vela empezó a parpadear. Preocupada, Elena intentó rodear la vela con sus manos para protegerla del viento, pero la llama disminuía.

El aire a su alrededor comenzó a oler a tierra mojada y descomposición, como si algo estuviera emergiendo de las sombras. Entonces, escuchó un susurro, suave al principio, pero aumentando en intensidad, como un canto oscuro, gutural, que parecía provenir de los rincones oscuros de la cabaña. Sentía una presencia cada vez más cerca, una sombra que se movía en el límite de su visión.

Finalmente, la llama de la vela titiló una última vez y se extinguió.

Elena se quedó en la oscuridad absoluta, apenas respirando, cuando una mano helada se posó sobre su hombro. Un susurro espeluznante le llegó al oído, como un lamento desesperado y antiguo.

—Gracias por liberarme... —dijo la voz, llena de un odio insondable.

Elena intentó gritar, pero su voz quedó atrapada en su garganta. Una sombra espesa y oscura comenzó a envolverla, y mientras luchaba, notó que la cabaña se llenaba de un frío insoportable, como si toda la calidez se desvaneciera en un abismo sin fin. Desde su habitación, el anciano escuchaba, impotente, los gritos de Elena mientras la sombra se la llevaba a un lugar desconocido.

A la mañana siguiente, la cabaña estaba vacía, pero sobre la mesa, la vela había vuelto a encenderse, ardiendo suavemente, esperando a su próxima víctima, como si nada hubiera sucedido.




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