La lluvia caía de manera constante sobre el asfalto, creando charcos que reflejaban las luces de los faroles. Ian caminaba por la calle con la cabeza agachada, buscando no empaparse más de lo que ya estaba. Su vida había sido una rutina constante, vacía, hasta aquella tarde. Mientras sus pies arrastraban el peso de la fatiga, algo en el borde del callejón le llamó la atención. Allí, entre la penumbra, apareció un objeto brillante, algo que no parecía encajar con el resto del paisaje gris y desolado.
Se acercó sin pensarlo, guiado por una curiosidad inexplicable. Era un espejo antiguo, casi perdido entre la basura y la suciedad. Su marco de madera tallada con intrincados detalles, con símbolos que Ian no pudo identificar, brillaba tenuemente bajo la luz de la calle. La superficie reflejaba algo más allá de lo físico: parecía sugerir algo inquietante.
Lo tomó entre sus manos, sintiendo el frío del cristal atravesarle las yemas de los dedos. Al mirarse en él, algo lo desconcertó. En su rostro, no había simplemente una copia de sí mismo. El reflejo era imperfecto. Sus ojos, normalmente tan apagados, parecían más vivos, más conscientes. Algo en su mirada, en su expresión, estaba... errado. Ian parpadeó y el reflejo parpadeó con él, pero cuando lo hizo, no se movió con la misma sincronía. Hubo un retardo, como si la imagen estuviera dándole una respuesta no solicitada.
Un escalofrío recorrió su columna vertebral, y por un momento, sintió que algo dentro de él se congelaba. Pero, al final, desechó la sensación. "Es solo un espejo viejo," pensó, y continuó su camino, dejando el espejo en su mesita de noche.
Esa noche, el sueño fue esquivo. Algo lo mantenía despierto, una sensación de incomodidad que le nublaba la mente. Sin poder evitarlo, Ian se sentó en la cama y miró al espejo, como si el reflejo lo llamara. Esta vez, al mirarse, su rostro apareció más nítido, más claro que antes. Pero cuando sus ojos se encontraron con los del reflejo, la imagen de él sonrió.
Ian no recordó haber sonreído, pero ahí estaba: una sonrisa extraña, que no surgía de sus labios, sino del fondo de sus ojos. Fue una sonrisa inquietante, maliciosa, como si el reflejo supiera algo que él no sabía. Ian parpadeó y la sonrisa desapareció, pero no pudo quitarse la sensación de que algo había cambiado. Algo en la relación entre él y ese espejo estaba alterado.
Intentó apartar la vista, pero algo lo retenía. Los ojos del reflejo lo mantenían en su lugar, inquebrantables. Ian sentía que su corazón latía con fuerza en su pecho, pero no podía apartarse. Cada vez que se alejaba, el reflejo seguía ahí, mirándolo. No solo lo imitaba, lo estudiaba.
La siguiente semana, las cosas empeoraron. Ian empezó a notar que algo raro ocurría cada vez que se acercaba al espejo. Al principio, pequeños detalles: un movimiento de su reflejo que no coincidía exactamente con su gesto, una postura ligeramente diferente. Luego, los cambios comenzaron a ser más pronunciados. En ocasiones, al mover la mano hacia la derecha, su reflejo la movía hacia la izquierda. Cuando tocaba su rostro, el reflejo permanecía inmóvil. Lo observaba sin parpadear, una presencia palpable y desconcertante.
Ian intentaba ignorarlo, pero una sensación creciente de desesperación lo invadía. Una tarde, decidió poner a prueba el espejo, convencido de que sus pensamientos eran solo paranoias infundadas. Se paró frente a él, mirando detenidamente cada detalle, cada movimiento. Sin previo aviso, el reflejo hizo algo que Ian no pudo haber anticipado. Golpeó el vidrio con la palma, no de una manera sincronizada con él, sino como si tuviera una fuerza propia. Ian retrocedió instintivamente, el rostro pálido, el cuerpo tenso. No era un gesto normal. Era como si el reflejo intentara salir.
"Esto no puede ser real," se dijo, respirando pesadamente, pero algo dentro de él sabía que sí lo era. Al mirar el espejo una vez más, vio como el reflejo sonreía lentamente. Un brillo en los ojos del reflejo lo aterraba. Era como si se burlara de él, de su incapacidad para comprender lo que estaba sucediendo.
Los días se hicieron semanas, y la paranoia se instaló profundamente en la mente de Ian. Ya no podía pasar más de unos minutos sin revisar el espejo, convencido de que algo más estaba ocurriendo. Sentía que su reflejo ya no solo lo observaba, sino que tomaba nota de cada uno de sus movimientos. A veces, al mirarse, sentía una presión extraña, como si su reflejo lo estuviera absorbiendo, como si algo le estuviera robando el aire.
Lo peor fue la primera vez que vio a alguien más en el espejo. No era otra persona, sino alguien que se parecía a su madre, en el reflejo, pero ella no estaba allí, no en la realidad. En el mundo tangible, solo estaba él. Sin embargo, en el cristal, su madre lo miraba fijamente, sonriendo sin decir una palabra, su rostro inexpresivo.
Esa imagen se repitió durante varias noches, la presencia de su madre, a veces acompañada por otros familiares, pero en formas distorsionadas. Sus voces, sus gestos, comenzaron a invadir los límites de la realidad y la ilusión. Ian no sabía si las imágenes que veía eran realmente sus recuerdos o si eran simples creaciones del espejo, pero la sensación de que las cosas se desmoronaban a su alrededor lo dejó sin aliento. Los recuerdos comenzaron a desvanecerse, se sentía distante de su propia historia, como si el espejo estuviera reescribiendo su vida.
Finalmente, Ian entendió lo que sucedía. Ya no estaba frente a un espejo, estaba frente a una prisión. Algo más estaba tomando su lugar, algo que lo miraba desde el cristal, mientras él desaparecía poco a poco. En sus momentos de lucidez, sintió una presión en el pecho, como si alguien lo estuviera apretando desde adentro, arrastrando su alma hacia el reflejo. Su cuerpo comenzó a volverse más liviano, como si estuviera siendo vaciado.