Cansado llegó al auto, dejó por fin la flauta y huyó de ahí, siempre recordó todo el infierno que paso, solo el tiempo diría que fue de él y de su vida, pero jamás olvidaría lo que vio y vivió.
La leyenda de Xerebah continuó, pero esa noche, la flauta permaneció silenciosa, esperando a su siguiente víctima. Y Taron, el único sobreviviente, nunca dejó de tocarla, pues sabía que la criatura nunca lo dejaría ir, solo lo observaba en las sombras, esperando el momento exacto para reclamar su alma.
Solo él permanecía allí, en el borde del bosque, respirando con dificultad. Liria y Ery no estaban. Nadie estaba. La flauta, ahora en sus manos, ya no emitía sonido. Taron, tembloroso, miró al vacío. Había sobrevivido, pero al precio de algo que nunca podría comprender.
Finalmente, cuando Taron creyó que ya no podía más, una explosión de luz cegó sus ojos, y el sonido de la flauta se detuvo. La oscuridad se desvaneció, y cuando Taron abrió los ojos, todo estaba en silencio.
El aire volvió a moverse a su alrededor, mientras el mundo parecía volverse más y más denso. La criatura comenzó a desvanecerse, absorbiendo el aire, el tiempo y la existencia misma. Taron tocó con la última gota de aliento que le quedaba, mientras la flauta emitía un tono más bajo, casi como un suspiro de despedida.
Xerebah se detuvo en seco, su rostro de angustia reflejando una rabia insondable. Pero antes de que pudiera hacer nada más, Taron comenzó a retroceder lentamente, tocando la flauta con destreza, sin dejar que el sonido se interrumpiera ni por un segundo.
Liria, con lágrimas en los ojos, sintió cómo sus fuerzas se agotaban. En ese momento, la flauta dejó de sonar. La melodía cesó. En ese instante, la criatura se abalanzó sobre ella, pero Taron, en un esfuerzo desesperado, logró retomar la flauta. Con el último vestigio de energía que le quedaba, sopló con fuerza, y la flauta emitió nuevamente su sonido.
El aire comenzó a espesarse, y cada uno de los jóvenes luchaba por respirar, pero la melodía no se detenía. Ery, desesperado, intentó arrancar la flauta de las manos de Liria, pero fue inútil. La criatura los observaba, sabiendo que su tiempo estaba llegando. Con una sonrisa sombría, Xerebah levantó su mano, y uno por uno, los jóvenes comenzaron a desvanecerse, siendo arrastrados por la neblina oscura.
La voz de Xerebah resonó en sus mentes, como un eco aterrador. "La flauta nunca debe dejar de sonar... o todos moriréis".
De repente, una sombra oscura se materializó ante ellos, tomando la forma de una mujer alta, delgada y pálida, con ojos vacíos como pozos insondables. Xerebah. La criatura los observó en silencio, mientras la melodía de la flauta se volvía más frenética, como un canto que llamaba a algo terrible. Los tres intentaron huir, pero no pudieron mover ni un músculo. La sombra se acercó, flotando hacia ellos con una rapidez sobrenatural.
Liria, sin pensarlo, levantó la flauta y la acercó a sus labios. Inmediatamente, la melodía se intensificó, resonando en el aire como si todo el bosque la estuviera escuchando. Un silencio sepulcral cayó sobre ellos.
Mientras caminaban por el espeso bosque, la oscuridad parecía tragarse cada rincón, y un aire extraño se levantaba entre los árboles, como si la tierra misma estuviera susurrando advertencias. De repente, Taron tropezó con algo extraño. Al acercarse, vio la flauta: un instrumento tallado en hueso, decorado con símbolos antiguos y cubierto de polvo. La melodía que emanaba de ella era suave, casi imperceptible, pero aterradoramente hermosa.
Una noche, tres jóvenes, movidos por el miedo pero también por la curiosidad, decidieron adentrarse en el bosque para descubrir la verdad sobre la flauta. El primero de ellos, Ery, era valiente, pero inexperto. La segunda, Liria, era escéptica, y su confianza en las explicaciones racionales la llevaba a dudar de los mitos. El tercero, Taron, era sensible a las historias, pero también desesperado por escapar de su propia angustia.
La flauta era un objeto peculiar. No se tocaba con las manos, sino que su sonido emergía solo cuando el aire la atravesaba. Quienquiera que encontrara esa flauta y la tocara, sería marcado por Xerebah. Y aunque nadie sabía cómo o por qué, quienes intentaban escapar de la melodía morían, uno a uno, hasta que no quedaba ninguno. Pero, como todas las leyendas, algunos en la aldea se atrevían a desafiarla.
En una aldea apartada, donde las sombras se alargaban como dedos inquietos al caer la noche, existía una leyenda que los habitantes temían contar. La historia hablaba de Xerebah, una entidad oscura que rondaba los límites del bosque cercano. Se decía que Xerebah había sido una mujer, una sacerdotisa de antiguos cultos, pero que, tras traicionar a su gente, fue maldecida y condenada a convertirse en un espectro devorador de almas. Su presencia era anunciada por una melodía sombría, que salía de una flauta de hueso que, se decía, había sido su única compañía en su condena eterna.
Toda historia inicia desde el principio, pero hay ocasiones que el mismo principio es el final de una.