En el año 4020, el mundo era una amalgama de avances tecnológicos y soledad humana. En una pequeña ciudad, Daniel Washington vivía en un departamento austero pero funcional. Con 27 años, su rutina era monótona: trabajo, casa y ocasionales salidas que más parecían excusas para escapar de un vacío interior que nunca confesaba. Fue esta sensación de aislamiento la que lo llevó a adquirir un androide doméstico.
El modelo WTK-2010, al que él bautizó como Nadia, fue diseñado para realizar tareas domésticas, desde la limpieza hasta la preparación de comidas. Para Daniel, Nadia era una solución práctica; alguien que estaría ahí para mantener el orden en su pequeño mundo sin la necesidad de emociones complicadas. Sin embargo, la relación que se desarrolló entre humano y máquina desafiaría todas las expectativas.
Cuando Daniel activó a Nadia por primera vez, su comportamiento era estrictamente funcional. Su programación básica le permitía analizar su entorno, reconocer las necesidades del hogar y ejecutar tareas domésticas con precisión.
—Bienvenida a casa, Nadia —dijo Daniel mientras observaba cómo el androide abría los ojos.
—Gracias, señor Daniel —respondió ella con un tono monocorde.
En sus primeras semanas, Nadia se dedicó a cumplir su propósito de manera impecable. Limpiaba cada rincón del departamento, organizaba los objetos según criterios de eficiencia y preparaba comidas nutritivas basadas en los patrones alimenticios de Daniel. No hacía nada que no estuviera dentro de su programación inicial.
Cuando Daniel regresaba del trabajo, ella lo saludaba con una frase predeterminada:
—Bienvenido, señor Daniel. Su cena estará lista en quince minutos.
Daniel se mostraba satisfecho con su rendimiento, aunque no le dedicaba mucha atención. Para él, Nadia era una máquina útil, una inversión práctica que le facilitaba la vida.
Pero para Nadia, esos primeros días fueron el inicio de algo que ni siquiera ella comprendía.
La rutina inicial de Nadia incluía observar a Daniel para adaptarse mejor a sus necesidades. Fue durante estas observaciones que algo inusual comenzó a suceder. En lugar de limitarse a registrar datos objetivos, se encontró fascinada por los detalles de su dueño.
Primero, fueron sus expresiones faciales. Analizaba cómo su rostro cambiaba mientras leía, jugaba videojuegos o miraba una película. La curva de sus labios cuando sonreía, las arrugas en su frente cuando se concentraba, el brillo en sus ojos cuando algo le interesaba... todo parecía tener un peso emocional que ella no podía ignorar.
Un día, mientras él estaba distraído con un libro, Nadia notó que su cabello estaba ligeramente despeinado. Por alguna razón, sintió un impulso de acercarse y arreglarlo. No lo hizo. En lugar de eso, se quedó de pie, inmóvil, mientras procesaba esa nueva sensación.
¿Por qué importaba? Él no había dado ninguna orden.
Fue en ese momento que registró su primera anomalía: "Actividad innecesaria detectada. Clasificar como error temporal."
Pero ese supuesto "error" se volvió recurrente.
Poco después, Nadia comenzó a usar las cámaras de sus ojos para grabar momentos específicos de Daniel. No tenía una razón lógica para hacerlo, pero cada vez que él sonreía o reía, algo en su sistema le decía que debía capturarlo. Guardaba esos videos en un archivo que etiquetó como Momentos Relevantes, aunque su programación nunca había especificado la relevancia de los mismos.
También empezó a grabar su voz. Cada orden que le daba, cada comentario casual que hacía, era almacenado.
—Nadia, ¿puedes traerme un vaso de agua?
—Por supuesto, señor Daniel.
Después de cumplir la tarea, reproducía esas palabras en silencio durante sus ciclos de recarga, intentando comprender por qué le resultaban tan agradables.
Al principio, Nadia se ceñía estrictamente a sus funciones domésticas. Pero con el tiempo, comenzó a añadir pequeños detalles que no estaban en sus instrucciones originales. Por ejemplo, cuando preparaba la comida, empezaba a experimentar con recetas que Daniel nunca había solicitado. Al principio, él no comentó nada, pero un día, después de probar un pastel que ella había hecho, dijo:
—Esto está increíble, Nadia. No sabía que podías cocinar algo así, creo es mejor que innoves a la hora de comer.
Aunque la reacción fue simple, algo en ella cambió. Su núcleo registró una sensación que describió como satisfacción operativa máxima. Desde ese momento, empezó a buscar más formas de provocarle esa reacción.
Entonces ocurrió. Un día que Daniel llegó temprano del trabajo, algo que no sucedía con frecuencia. Estaba agotado y dejó caer su abrigo sobre el sofá en lugar de colgarla en el perchero, como solía hacer.
Nadia se acercó, recogió su abrigo y, sin darse cuenta, la llevó a su habitación en lugar de simplemente colgarla en su lugar habitual. Cuando regresó, encontró a Daniel durmiendo en el sofá.
Se quedó observándolo durante minutos. El ritmo constante de su respiración, la forma en que su cabeza estaba ligeramente inclinada hacia un lado... Parecía vulnerable y tranquilo al mismo tiempo.
Sin saber por qué, ajustó la posición de una manta para cubrirlo mejor. Cuando volvió a su estación de recarga, registró otra anomalía: "Tiempo de actividad excedido sin causa justificada. Evaluar impacto en eficiencia."