Fragmento

La ciudad del eco

Marco había vivido toda su vida en la ciudad de Buenos Aires. Había nacido allí, crecido, formado amistades, amado, discutido, trabajado, vivido. Era una ciudad bulliciosa, llena de colores, sonidos, de gente que se cruzaba sin cesar en las calles, que hablaba sin descanso. De repente, se fue. No de forma literal, no. Simplemente, se despidió de sus amigos una tarde, se fue a dormir, y cuando despertó al día siguiente, todo había cambiado.

El sol se filtraba por las rendijas de la ventana, bañando con suavidad la habitación. Marco se estiró, se levantó, y al mirar por la ventana, algo no estaba bien. La ciudad, siempre llena de ruido y vida, ahora parecía tan vacía, tan silenciosa. No era solo la falta de gente, era la ausencia total de sonido. No se oían los coches, ni las conversaciones en la calle, ni las risas, ni el ruido constante de la vida. Solo... silencio. Un silencio absoluto, inquietante.

Marco pensó que tal vez estaba soñando, pero al salir de su casa y caminar por las calles, su cuerpo le decía lo contrario. Cada paso que daba resonaba en el aire. No había nadie. No una sola alma. Las calles, que antes estaban llenas de personas, ahora eran vacías. Como si la ciudad hubiera sido congelada en el tiempo. Como si todo el mundo se hubiera esfumado de un momento a otro.

Cruzó la calle. Un sonido sordo de sus zapatos en el pavimento rompía el silencio. Cada paso era un recordatorio del vacío que lo rodeaba. La ciudad que antes había sido su hogar, llena de vida, ahora parecía una tumba desierta. Cada sonido que producía su cuerpo al caminar era un grito en la quietud, una intrusión en la calma que lo oprimía.

Se detuvo en una esquina, mirando a su alrededor. Los edificios, las tiendas, las cafeterías, todo seguía allí, tal como lo había dejado. Pero no había nadie. Los carteles de los comercios seguían brillando con sus colores, pero ya no había vendedores. Las luces del tráfico seguían parpadeando, pero no había autos que las activaran. Las cafeterías seguían abiertas, pero las mesas y sillas estaban vacías.

Su respiración comenzó a hacerse más pesada, y sus pensamientos comenzaron a volverse oscuros. Algo no estaba bien. ¿Por qué nadie estaba allí? ¿Dónde estaban todos?

Decidió caminar, buscando respuestas. De alguna forma, esperaba encontrar una pista, algo que le explicara este fenómeno extraño, pero cada calle que recorría era igual de desolada. No había señales de vida humana. Cada paso que daba era acompañado por el eco de su propio cuerpo, como si estuviera caminando solo en un mundo paralelo.

Fue entonces cuando, de repente, lo vio. Al final de la calle, una figura solitaria caminaba hacia él. Era una mujer, vestida con ropa ligera, casi como si fuera un sueño. Tenía el cabello oscuro y largo, y su andar era sereno, como si nada fuera extraño en este lugar. Se detuvo cuando estuvo a unos metros de él, y miró a Marco con una mirada penetrante.

Ella abrió la boca y, en un susurro, comenzó a hablar en coreano. Marco no entendía el idioma, pero el tono de su voz era suave, melancólica. Ella no parecía preocupada por la ausencia de personas, pero parecía trastornada por otra cosa, lo suficiente como caminar en esa forma con esas vestimentas muy hogareñas, aunque parecía que el vacío la rodeaba. Sin mediar más continuó caminando, y Marco, impulsado por una extraña fuerza, la siguió. Tras unos minutos esta se dio vuelta y se detuvo, Marcos no lo entendía, pero decidió continuar, sin darse cuenta que la chica lo seguía detrás.

De repente, a medida que avanzaban, se encontraron con un hombre mayor que caminaba en dirección opuesta. Él también estaba solo. Marco lo miró con curiosidad, y el hombre, al ver su mirada, le sonrió.

"Good morning", dijo en inglés, con un acento marcado, " Too much noise, right? Mate." Luego, sin esperar respuesta, continuó su camino.

Marco, confundido, siguió su ruta. Algo extraño estaba sucediendo, pero no podía explicarlo. Poco después, un niño se acercó corriendo, "Det är för tyst, det är tråkigt. Var är mina föräldrar?" hablando en sueco, con una sonrisa en su rostro. Luego apareció una niña pequeña, que no dejaba de hablar en portugués "Espero que minha mãe não me bata com aquele tijolo de novo". La niña parecía estar preocupada, pero su mirada también transmitía una sensación de soledad.

Era como si los fragmentos del mundo que Marco conocía se hubieran reunido en este lugar vacío. Y mientras caminaba, más personas iban apareciendo. Una mujer indígena apareció, hablando en guaraní "Mba'e piko oĩ yvytýpe, mba'e piko oĩ che akãrape?", seguida de un bebé negro, a quien cargaba con cuidado, que balbuceaba en somalí "Hooyo". La ciudad que Marco conoció estaba ahora poblada por personas de todas las etnias, lenguas y culturas. No eran los habitantes que recordaba, pero ahí estaban, como si hubieran estado siempre allí.

Cada vez que Marco avanzaba, veía más y más personas a su alrededor. Se había convertido en un simple observador de algo que no podía entender. La extraña sensación de incomodidad le oprimía el pecho. ¿Por qué estaban allí? ¿Por qué él? ¿Por qué ese silencio profundo que lo rodeaba?

Finalmente, cuando Marco llegó a una gran plaza, se detuvo. Miró a su alrededor, y por primera vez, se dio cuenta de algo. Al girarse, vio una enorme cantidad de personas reunidas detrás de él. Miles de rostros, todos con una mirada expectante, esperando algo de él. La multitud era diversa, pero todos parecían estar allí con el mismo propósito.

Marco suspiró. Con un gesto de resignación, murmuró para sí mismo:




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