Fragmento

Ramas

Había algo en el aire esa mañana, algo que lo hacía sentir incómodo, pero no sabía qué. Juan García, un profesor de literatura de mediana edad, se despertó de su sueño con una sensación extraña, como si todo el peso del mundo hubiera caído sobre su pecho. Miró el reloj, eran las 7:30 a.m. Se frotó los ojos, buscando con torpeza la sensación de normalidad, pero nada era normal. La casa estaba demasiado tranquila, y la radio, que siempre solía estar encendida en las primeras horas del día, no emitía ningún sonido.

Se levantó y caminó hacia la ventana. El día parecía ser como cualquier otro, sin embargo, algo lo inquietaba. No podía evitar la sensación de que algo había cambiado, que algo horrible estaba por suceder. Pero no lo pensó demasiado. Después de todo, era solo una mañana cualquiera en su rutina habitual.

Las calles estaban anormalmente vacías cuando se subió a su automóvil de camino a su trabajo.

Al llegar a la universidad, se encontró con algo extraño. Los pasillos, que normalmente estaban llenos de estudiantes, estaban vacíos. Era una quietud incómoda, como si todo hubiera sido despojado de vida. Los pocos empleados que se cruzaban con él no parecían notar su presencia. Eran figuras deshumanizadas, con ojos vacíos, moviéndose como sombras que solo existían para completar tareas automáticas.

Juan se encogió de hombros, creyendo que quizás la facultad estaba en medio de algún receso inesperado. Pero a medida que avanzaba por los pasillos, un sentimiento de paranoia comenzó a apoderarse de él. Las paredes, con sus manchas de humedad y la luz artificial parpadeante, parecían inclinarse hacia él, observándolo con un interés morboso. Algo no estaba bien, y no solo en el edificio, sino en el aire mismo.

Al llegar al aula, sus estudiantes aún no llegaban, lo cual le pareció extraño, dado que la clase debía comenzar en breve. Se sentó frente a su escritorio, mirando el reloj mientras pasaba el tiempo. De repente, escuchó unos ruidos leves, como si alguien caminara por el pasillo. Pero, al asomar la cabeza por la puerta, no vio a nadie. Solo el vacío.

Minutos después, el sonido se repitió, más cerca, esta vez acompañado de una risa suave, como un susurro. La puerta del aula se abrió lentamente, y lo que apareció del otro lado hizo que el corazón de Juan se detuviera en su pecho. No era su estudiante, ni siquiera era humano. Era una figura alta, deformada, con extremidades que parecían ramas secas y quebradas. Sus dedos, largos y retorcidos, se extendían como garras, y su piel parecía arrugada y cubierta de cortezas, como si fuera parte de un árbol muerto, uno compuesto de piel, carne y huesos. La cabeza de la criatura estaba inclinada hacia un lado, y su rostro, apenas visible entre la oscuridad de su capucha rota, era una mueca de terror. Sus ojos, vacíos, no reflejaban nada, solo un abismo sin fin.

"Profesor...", murmuró la criatura, y la voz distorsionada le heló la sangre. "Tengo dudas con el parcial."

Juan dio un paso atrás, sintiendo cómo el aire se volvía denso, como si las paredes mismas quisieran aplastarlo. La criatura avanzó hacia él con movimientos torpes pero veloces. Sin pensar, Juan corrió hacia la ventana, intentó abrirla, pero estaba atascada. Volvió la vista atrás y vio cómo la criatura se deslizaba hacia él, mientras una terrible sonrisa se dibujaba en su rostro.

"Profesor... por favor"

Juan salió del aula corriendo, notando que había más criaturas, una más horripilante que la anterior. Estas comenzaban a hablar cosas sin sentido o a repetir frases, algunas más perturbadoras que otras, como "Ayúdame", "Déjame en paz" y "¿Qué eres?".

Juan se subió a su auto y condujo rápidamente a su casa. Mientras veía que más de esas criaturas aparecían por las calles, sin prestar atención, chocó con una... y entonces despertó.

Despertó en su cama, con la ropa de la noche aún puesta, empapado en sudor. Miró a su alrededor, confundido. Estaba en su casa, de vuelta en el mundo que conocía. Pero el miedo seguía pegado a su piel, como una sombra que nunca se desvanecía. Se levantó de la cama, sintiendo el aire en su rostro, el ruido de la ciudad al fondo. Todo parecía estar en orden, hasta que, al mirar a través de la ventana, vio algo que lo hizo helarse.

En las calles, las figuras que caminaban no eran humanas. Eran esos seres deformes, como si fueran "hombres rama". Algunos se arrastraban, otros caminaban de forma torpe, mientras que algunos simplemente se balanceaban sobre sus extremidades, como si estuvieran imitando el movimiento de los árboles en el viento. Estaban por todas partes, acechando la ciudad.

Juan intentó salir de su casa, pero se dio cuenta de que la puerta estaba bloqueada. Al igual que las ventanas. La ciudad se había transformado en un infierno de ramas y carne muerta. La atmósfera estaba densa, cargada de una energía oscura que lo invadía todo. De repente, el sonido de risas distorsionadas llenó el aire, y fue cuando entendió que esos seres ya lo estaban observando, que la pesadilla que había experimentado antes no había sido un sueño, sino una advertencia.

Con cada día que pasaba, los hombres rama se acercaban más. La ciudad era un lugar vacío, lleno de cadáveres y gritos distorsionados. En su refugio, Juan solo encontraba paz en pequeños momentos, cuando el silencio reinaba, pero incluso esos momentos eran cortos. Porque sabía que no podría escapar de ellos para siempre. El miedo lo consumía, y su mente se volvía más frágil con cada hora que pasaba.




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