Fragmento

Sociedad

El reloj de pared marcaba las 2:17 de la madrugada. Emilia se encontraba en su pequeño departamento de la ciudad, sumida en el silencio de la noche. El suave zumbido del ventilador y el crujir ocasional de la madera eran los únicos sonidos que rompían el vacío. Desde la ventana, la luz de la farola iluminaba su rostro, generando sombras que bailaban sobre las paredes.

Nunca había sido una persona especialmente sensible al miedo. De pequeña, jugaba a asustarse con películas de terror y le encantaba hablar de los fantasmas que según otros acechaban en las casas vacías. Sin embargo, algo en esa noche parecía diferente. Algo se cernía en el aire, como una presión invisible, algo que la hacía sentir incómoda, y no era la oscuridad lo que la inquietaba.

Emilia se levantó del sofá, sintiendo una pesadez inusual en sus pies. Caminó hasta la cocina para beber agua. Al abrir el grifo, sus manos temblaron por un instante. Fue fugaz, pero lo sintió: una presión en su pecho, un miedo inexplicable que la invadió. Se miró al espejo mientras bebía. No estaba acostumbrada a ver su reflejo a esas horas, y por alguna razón, la imagen que la devolvía parecía... ajena.

No era la primera vez que sentía eso. Durante las últimas semanas, Emilia había tenido la sensación de que alguien la observaba, como si algo estuviera acechando en las sombras, esperando el momento adecuado para mostrarse. Pero no podía ser un monstruo. Eso no existía. Ella sabía que los monstruos eran solo productos de la imaginación. Lo que realmente la aterraba, lo que realmente la hacía temblar, era mucho peor: la sociedad.

En su cabeza, siempre había una voz que no la dejaba descansar. Esa voz la reprendía por todo lo que hacía, por cada palabra que decía, por cada paso que daba. El qué dirán, las expectativas de los demás, las normas impuestas por la gente que la rodeaba. La sociedad en la que vivía había creado una prisión mental que parecía devorarla poco a poco. En su cabeza, se hablaba constantemente de lo que era correcto y lo que no, de lo que debía ser y lo que no.

Tomó el teléfono móvil y vio que tenía varios mensajes sin leer. La mayoría eran de su madre, preguntando si había llegado bien al trabajo, si había comido, si estaba cuidando su salud. Emilia se sintió un poco ahogada por la sobreprotección. Pero lo peor de todo era que no podía ignorar las expectativas que los demás tenían de ella. Todo en su vida parecía estar mediado por los demás. Las preguntas constantes de su madre, las expectativas de su jefe, las comparaciones con su hermana, todo la aplastaba.

Y luego estaban los demás: los amigos que siempre criticaban sus decisiones, los compañeros de trabajo que parecían juzgarla por su silencio, la gente que opinaba sobre su vida sin conocerla. Cada palabra que salía de sus labios parecía estar contaminada por sus inseguridades y miedos. Había veces en que deseaba ser invisible, desaparecer de esa mirada crítica y constante que la juzgaba sin compasión.

Emilia apagó el teléfono y se apoyó en la encimera de la cocina, mirando al vacío. Cerró los ojos, intentando alejarse de esa sensación de claustrofobia mental. ¿Cuántas veces había intentado ser quien no era para encajar? Había fingido risas, cumplido expectativas, y se había sacrificado por complacer a los demás. Y ahora, en el silencio de la noche, esa sensación se volvía aún más agobiante.

De repente, un sonido la hizo volver en sí. Un suave golpeteo, casi imperceptible, provenía de la puerta principal. Emilia se tensó. Miró la hora: 2:20. Nadie la visitaba a esa hora. Nadie sabía que estaba sola. Su corazón latía con fuerza mientras caminaba hacia la puerta. No podía ser un intruso. La puerta estaba cerrada con llave.

Al llegar frente a ella, el sonido se detuvo. Emilia quedó paralizada por un segundo. La mente comenzó a trabajar a toda velocidad. La razón intentaba calmarla, pero había algo dentro de ella que le decía que algo no estaba bien. El miedo comenzaba a aflorar. Abrió la puerta lentamente, apenas dejando espacio entre ella y el umbral.

No había nadie. Solo el pasillo vacío que llevaba a los demás departamentos. Sin embargo, cuando Emilia cerró la puerta, notó algo extraño: el espejo del pasillo reflejaba una figura que no estaba allí. En el reflejo, se veía a una persona parada en el centro del pasillo. No la veía directamente, pero sabía que estaba allí. La figura estaba demasiado borrosa para distinguir si era un hombre o una mujer, pero la sensación de estar siendo observada se intensificó.

Emilia retrocedió, su respiración se volvió más pesada, y la visión del reflejo parecía moverse con ella, como si tuviera vida propia. El espejo estaba distorsionado, como si algo intentara atravesarlo. La figura parecía acercarse poco a poco, pero cada vez que Emilia intentaba mirar directamente al pasillo, ya no veía nada.

Esa sensación de ser observada la consumía, y no era solo por esa figura en el espejo. La sociedad la observaba constantemente, y lo peor era que no podía escapar. La gente juzgaba hasta los movimientos más pequeños de su vida, y si no cumplía con las expectativas, el rechazo era inminente. Cada paso fuera de la norma era un paso hacia el abismo de la soledad. En su cabeza, las voces de sus padres, amigos y compañeros de trabajo se mezclaban con la imagen del reflejo borroso que la observaba. Era como si esa figura en el espejo fuera el epítome de todos los juicios que la perseguían.

Volvió al interior de su departamento, cerrando la puerta con rapidez. Necesitaba estar sola, alejarse de esa presencia que no comprendía. Intentó respirar profundamente, pero el aire parecía espeso, como si algo lo estuviera contaminando. Se dejó caer en el sofá, abrazándose a sí misma en busca de consuelo. Pero el consuelo nunca llegaba. La presión en su pecho se intensificaba a medida que la sensación de ser observada se volvía más fuerte. Miró al espejo de su sala, pero no vio nada más que su reflejo. Sin embargo, en el fondo de sus ojos, parecía haber una sombra, algo que la acechaba, algo que la juzgaba.




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