La tarde avanzaba con tranquilidad, el sol bañaba la habitación de Biel con una luz dorada y cálida. Afuera, los pájaros cantaban una melodía suave, y el viento susurraba entre los árboles, como si el mundo entero estuviera en calma. Pero dentro de su habitación, la escena era muy diferente.
Un fuerte sonido vibrante irrumpió en el aire, sacándolo bruscamente del mundo de los sueños. Biel abrió los ojos de golpe, confuso, sintiendo que su corazón daba un salto. Su teléfono zumbaba sin descanso sobre la mesita de noche.
—¡Maldición! —exclamó mientras estiraba la mano, aún adormilado, para tomar el celular. Pero en su torpeza, el aparato resbaló entre sus dedos, haciéndolo inclinarse de más.
El resultado fue catastrófico.
Con un sonido seco, Biel cayó de la cama y su cuerpo impactó contra el suelo de madera con un estruendo que resonó por toda la casa. Un quejido salió de su boca mientras se frotaba la cabeza con una mueca de dolor. Era como si la gravedad hubiera decidido jugarle una broma pesada.
Desde la cocina, la voz dulce de Charlotte llegó a sus oídos.
—¿Pasa algo, hermanito?
Biel se apresuró a responder, tratando de disimular el golpe que aún le hacía ver chispas.
—¡No pasa nada, hermana, tranquila!
Pero la verdad era otra. Su espalda palpitaba por el impacto, y su orgullo estaba aún más herido que su cuerpo. Finalmente, logró tomar el teléfono y contestó la llamada.
—¿Qué pasa ahora, Bastián? ¿Acaso estás perdido? —dijo con voz ronca, aún adormilado.
Del otro lado de la línea, se escuchó la risa inconfundible de su mejor amigo.
—Déjate de bromas. ¿O es que uno ya no puede llamar a su mejor amigo sin razón?
Biel suspiró y pasó una mano por su cara, tratando de despejarse.
—No es que no puedas llamar, pero… es muy temprano para esto.
—¿Temprano? —Bastián soltó una carcajada—. Hermano, ya son las diez. ¿Acaso seguías durmiendo?
Biel entrecerró los ojos y miró el reloj en la pared. La gran manecilla avanzaba implacable, marcando exactamente las diez en punto.
—Tsk… Sí, todavía dormía —admitió con voz baja.
—Eres un holgazán de primera, Biel. Pero bueno, te llamaba para salir a divertirnos. No nos hemos visto desde que nos graduamos de la academia.
Biel se pasó una mano por el cabello despeinado y se dejó caer de espaldas sobre la alfombra.
—Huh… suena bien. ¿A dónde quieres ir?
—A una tienda de antigüedades que está cerca de donde vivo.
Biel arqueó una ceja, sin poder evitar soltar una risa sarcástica.
—¿Tienda de antigüedades? Eso suena… aburrido.
—No es cierto —respondió Bastián, con un tono de ofensa fingida—. Ahí hay cosas interesantes. Quién sabe, tal vez encuentres algo que cambie tu vida.
Biel rodó los ojos, aún sin convencerse.
—Está bien, está bien. ¿A qué hora nos vemos?
—A las dos de la tarde. No faltes, ¿eh?
—Sí, sí, iré, no te preocupes.
—Eso espero. Si no, iré a sacarte de la cama a la fuerza la próxima vez.
Biel rio por lo bajo y colgó la llamada. Se quedó unos segundos con el teléfono en la mano, dejando escapar un suspiro. No podía negar que le hacía falta pasar tiempo con Bastián, pero la idea de una tienda de antigüedades no le emocionaba en absoluto.
Sacudiendo la cabeza, se puso de pie, estiró los brazos y bostezó largamente. Sentía su cuerpo como si hubiera peleado contra un oso en sueños. Miró por la ventana, donde el sol ya estaba en lo alto, y sonrió levemente.
—Bueno… veamos qué tiene este día para mí.
Biel se cambió de ropa y salió a tomar el desayuno, allí estaba Charlotte esperándolo para tomar el café, Biel le dijo que saldría con su amigo a divertirse, Charlotte solo le pidió que no llegara muy tarde, Biel le dijo que no llegaría tan tarde y que estaría aquí para la cena.
Biel salió de la casa después de despedirse de su hermana, cuando salió miro el teléfono donde Bastian le había enviado la ubicación de donde se encontrarían, al poco tiempo se encontró con Bastian en un lugar muy peculiar.
—¿Seguro que aquí hay algo interesante? —preguntó Biel, observando los edificios viejos y descoloridos a su alrededor. La calle estaba casi desierta, salvo por un par de ancianos sentados en una banca y una bandada de palomas picoteando las migajas de pan esparcidas en el suelo. El aire olía a madera envejecida y polvo acumulado.
Bastián se encogió de hombros con una sonrisa despreocupada.
—Nunca sabes lo que puedes encontrar en lugares como este. Y si no, al menos tendremos algo de qué reírnos.
Biel suspiró. —Espero que no sea otra de tus ideas raras, como aquella vez que me llevaste a buscar "tesoros" en una relojería de quinta.
Bastián soltó una carcajada.
—Eh, encontraste ese viejo reloj de bolsillo que te gustó, ¿no?
—Que se detuvo a los cinco minutos de haberlo comprado—replicó Biel, rodando los ojos.
Sin más rodeos, entraron a una tienda de antigüedades, un local deteriorado cuya fachada gastada tenía un letrero medio borrado que decía "Antigüedades y Rarezas". Las letras estaban desvaídas, y el cartel mismo se balanceaba peligrosamente con cada ráfaga de viento.
—¿Seguro que es buena idea entrar aquí? —dijo Biel, entrecerrando los ojos mientras observaba una grieta que recorría la pared hasta el techo.
—Tranquilo, parece que se va a caer, pero todavía aguanta unos años más—bromeó Bastián.
Los amigos cruzaron el umbral. Un tintineo resonó cuando la campanilla de la puerta anunció su llegada. En el interior, el aire estaba cargado de un aroma a madera antigua, incienso y un leve rastro de humedad. La luz entraba a través de las ventanas cubiertas de polvo, creando haces dorados que parecían flotar en el ambiente.
Desde el fondo de la tienda, un anciano emergió de entre las sombras. Era el dueño del local. Su rostro estaba parcialmente oculto por la sombra de un sombrero negro de ala ancha, pero sus ojos claros brillaban con una intensidad extraña, casi hipnótica. Biel y Bastián sintieron, por un instante, que esos ojos veían más de lo que mostraban en el exterior.
Editado: 03.07.2025