Fragmento de lo Infinito

Capítulo 3: Encuentros y Destinos Cruzados

El amanecer llegó con un brillo dorado, como un velo de luz que disipaba las sombras nocturnas entre los árboles. El rocío matutino cubría las hojas, destellando como fragmentos de cristal bajo la primera luz del día. Biel exhaló un suspiro contenido, sintiendo la humedad del aire posarse en su piel. Otro día más en este mundo desconocido, otro día sin respuestas.

Acalia, a unos pasos de distancia, afilaba su espada con movimientos pausados pero certeros. El raspar del metal contra la piedra llenaba el silencio entre ellos con una cadencia hipnótica, casi inquietante. Mientras guardaban los pocos suministros que Acalia había logrado encontrar, Biel no podía apartar su mente de una única pregunta.

—¿Crees que esté aquí? —preguntó de repente, rompiendo el aire denso que los envolvía.

Acalia detuvo por un instante su tarea, el filo de la espada reflejó la luz matutina como si destellara en respuesta. Sus ojos se alzaron hacia él, fríos pero llenos de una sabiduría insondable.

—Es posible. Pero este mundo es vasto, Biel. No sabemos dónde ni cuándo pudo haber llegado.

—¿Cuándo? —repitió Biel, frunciendo el ceño—. ¿Qué quieres decir?

Acalia volvió la vista hacia su espada y continuó afilándola, pero su tono se tornó más grave, como si cada palabra contuviera el peso de algo que él aún no podía comprender.

—Este mundo no sigue las mismas reglas que el tuyo.

No explicó más. Su silencio era un muro infranqueable, uno que Biel no podía escalar por más que lo intentara. Se obligó a asentir, sintiendo la frustración arder en su pecho como brasas encendidas.

Acalia se puso en pie y señaló al este.

—Vamos. Hay un pueblo a medio día de camino. Tal vez alguien allí tenga información.

Biel lanzó una última mirada al improvisado campamento antes de seguirla. Cada paso en el sendero sinuoso parecía absorber el sonido de su respiración, de su latido ansioso. Las raíces sobresalían del suelo como dedos nudosos intentando aferrarse a sus tobillos, y el follaje se mecían con un murmullo que rozaba lo susurrante.

El silencio entre ellos se tornó insoportable, pesado como una niebla densa que le oprimía los pulmones. Biel necesitaba hablar, aunque fuera para deshacerse de la sensación de estar atrapado en un sueño que no terminaba.

—Acalia... —dijo finalmente, con voz más baja de lo que pretendía—. ¿Por qué haces esto? ¿Por qué me ayudas?

Ella no se detuvo, pero sus dedos se tensaron alrededor de la empuñadura de su espada. Su voz, cuando respondió, era un murmullo distante.

—Ya te lo dije: te necesito tanto como tú a mí.

Biel entrecerró los ojos. Había algo en la manera en que lo decía, en la forma en que evitaba mirarlo, que le provocaba escalofríos.

—Eso no responde mucho —insistió—. ¿Qué ganas con esto?

Acalia, esta vez, sí se detuvo. Se giró hacia él con una mirada que lo atravesó hasta los huesos, un fuego helado brillando en sus pupilas. Su expresión era un equilibrio precario entre la paciencia y algo más profundo, algo que Biel no pudo descifrar.

—Tienes muchas preguntas —dijo con una calma que parecía contener una tormenta—. Algunas de ellas, ni siquiera yo puedo responderte todavía. Pero escucha esto, Biel: mientras estés vivo, tienes una oportunidad de descubrirlas por ti mismo.

El viento sopló entre los árboles, revolviendo los cabellos de Acalia y haciendo que su capa ondeara como una sombra alargada. Biel sintió un nudo en la garganta, una sensación indefinible que oscilaba entre la incertidumbre y una tenue chispa de esperanza. No entendía a Acalia, no entendía este mundo, pero por ahora... lo único que podía hacer era seguir adelante.

A medida que se acercaban al pueblo, Biel sintió un nudo en el estómago. Algo no estaba bien. Una columna de humo negro se alzaba en el horizonte, retorciéndose en el cielo como los dedos de una criatura hambrienta. Su corazón se aceleró, y un escalofrío le recorrió la espalda.

—Eso no es normal, ¿verdad? —preguntó, su voz cargada de aprensión.

—No, no lo es —respondió Acalia, su tono más grave que antes. Sus ojos se afilaron, como los de un depredador detectando peligro.

Cuando finalmente llegaron a la entrada del pueblo, Biel sintió que el aire le pesaba en los pulmones. Lo que vio le hizo detenerse de golpe. Las casas ardían, las llamas devoraban la madera y levantaban sombras espectrales sobre las calles cubiertas de escombros. Los gritos desgarraban el ambiente como cuchillas invisibles, mezclándose con el estruendo de estructuras desplomándose y el retumbar de explosiones lejanas. Un grupo de bandidos saqueaba el lugar con salvaje desenfreno, sus risas crueles resonaban como una burla macabra al sufrimiento que los rodeaba.

—¡Esto no está bien! —exclamó Biel, sintiendo un ardor en el pecho mientras avanzaba instintivamente hacia el pueblo.

Acalia lo detuvo con una mano firme en su hombro. Su mirada era hielo puro, carente de emociones superficiales.

—No puedes hacer nada —dijo con voz inquebrantable—. No estás listo para enfrentarte a ellos.

—¡¿Cómo puedes decir eso?! ¿Vas a quedarte aquí mirando mientras esta gente sufre? —Biel sacudió su brazo, deshaciéndose del agarre de Acalia.

—Si corres hacia ellos ahora, lo único que lograrás es morir —sus palabras cayeron como una sentencia.

Biel apretó los puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Su respiración se tornó irregular. El aire olía a cenizas y sangre, un recordatorio cruel de su impotencia. Pero antes de que pudiera replicar, una explosión sacudió la tierra bajo sus pies.

Ambos giraron hacia el sonido y vieron una batalla en pleno desarrollo. Dos personas combatían contra los bandidos: una joven hechicera y un mago. La hechicera, de cabello rubio y túnica azul, lanzaba esferas de fuego que iluminaban el caos con destellos incandescentes. A su lado, el mago, un joven de cabello castaño con un bastón ornamentado, conjuraba hielo que inmovilizaba a los bandidos, dejándolos vulnerables.



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En el texto hay: juvenil, magia, fantasia sobrenatural

Editado: 19.07.2025

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