El grupo avanzaba por el camino que llevaba a la ciudad de Zerpia, una metrópoli bulliciosa que se alzaba entre colinas verdes y un río cristalino que la rodeaba como un protector natural. A medida que se acercaban, Biel no podía evitar sentirse asombrado por la magnificencia de las torres que se alzaban hacia el cielo, brillando bajo la luz del sol.
—Bienvenidos a Zerpia —dijo Acalia, con un tono que mezclaba admiración y cautela—. Esta ciudad es un cruce de caminos para aventureros, comerciantes... y problemas.
—Suena encantador —respondió Biel con una sonrisa nerviosa.
Kael, quien caminaba unos pasos detrás, añadió: —También es un lugar lleno de secretos. Si Gard está cerca, es probable que tenga espías en esta ciudad.
Acalia asintió, y el grupo se adentró en la ciudad, sus sentidos alerta ante cualquier señal de peligro. Calles empedradas, mercados vibrantes y la mezcla de olores a especias, hierro y comida recién hecha les daban la bienvenida. Pero la atmósfera, aunque animada, tenía un trasfondo inquietante. Biel podía sentir las miradas curiosas, y a veces hostiles, que los seguían a medida que avanzaban.
El grupo encontró refugio en una posada discreta, donde Acalia decidió que era el momento de compartir una verdad que había mantenido oculta.
—Hay algo que deben saber antes de que avancemos más —dijo Acalia, mientras desplegaba un mapa sobre la mesa.
Todos se inclinaron hacia adelante, curiosos. Biel notó la expresión seria de Acalia, lo que indicaba que no era una simple conversación.
—¿Qué tanto sabes sobre los Reyes Demonios? —preguntó, fijando su mirada en Biel.
—Solo historias, leyendas sobre seres increíblemente poderosos —respondió Biel, encogiéndose de hombros.
Acalia asintió lentamente. —Esas historias son ciertas. Los Reyes Demonios no eran simples leyendas; eran entidades reales, conectadas directamente con los Fragmentos del Infinito. Hace más de dos mil años, gobernaron este mundo y sembraron el caos. Pero no todos eran malvados. Algunos buscaban el equilibrio, aunque sus métodos fueran incomprensibles para los mortales.
Hizo una pausa antes de continuar. —Entre todos ellos, cinco destacaron por encima del resto. Los llamamos los Reyes Demonios Supremos. Cada uno dominaba un aspecto fundamental del universo:
Kael intervino, su voz teñida de respeto y temor. —Estos Reyes eran tan poderosos que incluso los dioses temían su influencia. Fue entonces cuando surgió un héroe, un mortal elegido por los Fragmentos del Infinito, quien logró sellarlos. El precio fue alto: su vida y gran parte del equilibrio del mundo quedaron en juego.
Biel sintió un escalofrío recorrer su espalda. —¿Por qué Gard los busca ahora? ¿Qué pretende lograr?
—Gard no solo busca los Fragmentos por su poder —respondió Acalia—. Él quiere convertirse en un ser superior a los Reyes Demonios. Cree que si reúne todos los Fragmentos, podrá reclamar el poder de los cinco y reescribir las reglas del universo.
El silencio que siguió fue roto solo por el crepitar de la chimenea. Biel miró el mapa, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
Usando el mapa proporcionado por Kael, el grupo se dirigió hacia las catacumbas de Zerpia, un lugar oscuro y olvidado que se encontraba bajo la ciudad. A medida que descendían por escaleras antiguas y mal iluminadas, el aire se volvía más pesado, impregnado de un olor a moho y antigüedad.
—Esto no me gusta nada —murmuró Xanthe, aferrando su bastón con fuerza.
—No tiene por qué gustarte. Solo tenemos que salir vivos —respondió Easton, intentando mantener la calma.
Biel, quien iba al frente, sintió que algo dentro de él resonaba. Era como un eco distante que le llamaba desde las profundidades.
Finalmente, llegaron a una gran cámara iluminada por un brillo rojizo. En el centro, sobre un pedestal, descansaba el tercer Fragmento del Infinito. Su luz pulsaba como un corazón vivo, llenando la sala con una energía opresiva.
—Ahí está —susurró Kael, con un tono reverente.
Biel dio un paso adelante, pero se detuvo cuando escuchó una voz dentro de su cabeza. Era profunda y resonante, cargada de una autoridad abrumadora.
—¿Eres tú mi portador? —preguntó la voz, haciendo eco en su mente.
Biel sintió que su cuerpo se congelaba. Las palabras parecían provenir no solo del Fragmento, sino de algo mucho más grande y antiguo.
—Biel, ¿estás bien? —preguntó Acalia, notando su vacilación.
Antes de que pudiera responder, un estruendo sacudió la cámara. Desde las sombras, emergió una figura imponente: un caballero oscuro con una armadura ornamentada, cuyos ojos brillaban con un rojo intenso.
—Nadie tomará este Fragmento —dijo el caballero, desenvainando una espada que parecía estar hecha de pura energía.
El grupo se preparó para luchar, sabiendo que este sería su mayor desafío hasta ahora. Y en el centro de todo, Biel sintió que el Fragmento llamaba su nombre, como si solo él pudiera decidir el desenlace de este enfrentamiento.
Editado: 19.07.2025