La posada donde Biel y su grupo se alojaban aquella noche estaba envuelta en un silencio profundo, roto únicamente por los crujidos de la madera vieja y el murmullo del viento que se filtraba por las grietas. Dado que solo había tres habitaciones disponibles, se había decidido compartir: Xanthe y Easton en una, Acalia y el caballero oscuro en otra, y Biel con Sarah en la última.
Biel observó el techo de la habitación que compartía con Sarah, incapaz de conciliar el sueño. Compartir espacio con ella lo hacía sentir algo nervioso, no por desconfianza, sino por la cercanía de alguien cuyo pasado aún era un misterio para él. La respiración calmada de Sarah llenaba el cuarto, pero su mente estaba demasiado agitada como para descansar. Finalmente, decidió romper el silencio.
—Sarah, ¿estás despierta? —preguntó en voz baja.
—Sí, ¿Qué ocurre? —respondió ella, girándose ligeramente hacia él desde su lugar en la cama.
—No puedo dormir. Hay algo que quiero saber sobre el Rey Vampiro… y sobre ti.
Sarah guardó silencio durante unos momentos antes de asentir.
—Está bien. Pero no será fácil escucharlo.
Biel se acomodó en su colchón, preparado para escuchar.
Sarah tomó una respiración profunda antes de hablar.
—El Rey Vampiro Lip no es solo un monarca inmortal. Es una entidad antigua, mucho más vieja que cualquier historia mortal. Su poder no proviene únicamente de su naturaleza vampírica, sino de un pacto con fuerzas oscuras que trascienden incluso a los Fragmentos del Infinito.
Biel frunció el ceño.
—¿Qué busca entonces? ¿Es solo poder?
—No —respondió Sarah—. Busca control. No le interesa destruir como Gard, sino poseer todo lo que pueda: la vida, la muerte… incluso los Fragmentos. Y tú, Biel, eres parte de ese plan.
—¿Por qué yo? —preguntó, sorprendido.
—Por lo que llevas dentro —dijo Sarah, apuntando al Fragmento que Biel portaba—. Lip puede sentir su poder, y también el de Acalia. Ambos son piezas clave para sus ambiciones.
Biel guardó silencio por un momento.
—¿Y tú? ¿Qué lugar ocupas en todo esto?
Sarah miró al suelo antes de responder.
—Crecí bajo la sombra de Lip. Mis habilidades, mi conocimiento sobre él y su corte no son casualidades. Fui entrenada para servirle, pero escapé cuando entendí la oscuridad detrás de sus planes. Ahora, mi objetivo es detenerlo.
Biel la miró con seriedad.
—Lo haremos juntos. Encontraremos una forma.
Sarah le dedicó una leve sonrisa.
—Gracias, Biel. Pero por ahora, deberíamos intentar descansar. Mañana será un día largo.
En la habitación que compartía con el caballero oscuro, Acalia dormía inquieta. Su mente estaba atrapada en un sueño que parecía más un recuerdo.
Se encontraba en un vasto prado bañado por la luz del sol, un lugar lleno de tranquilidad. Frente a ella estaba un hombre alto, de cabello plateado y ojos llenos de determinación.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Acalia, su voz temblando de emoción.
—Siempre estaré contigo —respondió el hombre, con una sonrisa tranquila. Sus palabras resonaban como una promesa grabada en el tiempo.
Acalia sintió un calor reconfortante al escucharlo, pero ese momento de calma fue efímero. El paisaje cambió de manera abrupta: la luz desapareció, sustituida por sombras opresivas que devoraban todo a su alrededor. El hombre frente a ella cayó de rodillas, una lanza oscura atravesando su pecho.
Acalia quiso correr hacia él, pero sus piernas no respondían. Estaba atrapada, obligada a presenciar su caída.
—¡No! —gritó, desesperada. Lágrimas calientes corrían por su rostro mientras luchaba contra una fuerza invisible que la mantenía inmóvil.
El hombre, con su último aliento, levantó la vista hacia ella. Sus ojos seguían llenos de determinación, a pesar del dolor evidente.
—Sigue adelante, Acalia. Protege lo que yo no pude. Confío en ti.
De repente, las sombras se agolparon alrededor de él, consumiéndolo por completo. El prado desapareció, y Acalia quedó sola en una oscuridad absoluta. Un eco persistente resonaba en su mente: "Siempre te protegeré".
Acalia despertó sobresaltada, su cuerpo cubierto de sudor frío. Su respiración era agitada y sus manos temblaban. Miró a su alrededor, encontrándose con los ojos atentos del caballero oscuro.
—¿Pesadillas? —preguntó él, con voz grave, inclinándose ligeramente hacia ella.
Acalia asintió lentamente, intentando calmarse.
—Nada que no pueda manejar —respondió, aunque su tono sugería lo contrario. Sabía que este sueño no era una simple ilusión; era un recuerdo, un recordatorio de una promesa que aún debía cumplir.
En el Umbral Divino, los dioses observaban con atención los eventos que se desarrollaban en el mundo mortal. La sala estaba iluminada por la energía del multiverso, que proyectaba imágenes cambiantes de Biel y sus aliados.
—El equilibrio está en juego —dijo Solaryon, cuya presencia brillaba como un sol naciente. Sus palabras resonaron con un tono de advertencia—. Esto cambiara un poco las cosas, el mundo mortal, también el espiritual y celestial se verán afectados.
Nyxaris, envuelto en un manto de sombras ondulantes, replicó con calma.
—Si tan solo el dios creador se encontrara aquí ya habría intentado hacer algo.
Chronasis, el dios del tiempo, permanecía inmóvil. Sus ojos reflejaban innumerables líneas temporales que se entrecruzaban en un patrón caótico.
—Algo está despertando —afirmó, sin apartar la vista de las proyecciones—. Algo que podría cambiar el destino de todos los mundos.
Thalgron, el dios de la guerra, golpeó el suelo con su lanza, generando un eco atronador.
—Entonces debemos intervenir ahora, antes de que sea demasiado tarde.
Elaris, la diosa de la vida, levantó una mano, irradiando una energía calmante.
—No aún. El portador necesita enfrentarse a estos desafíos. Si interferimos, podríamos desequilibrar aún más la balanza.
Editado: 03.07.2025