Fragmento de lo Infinito

Capítulo 38: Cuando el Destino Tiembla

Los rayos del sol comenzaban a teñir el cielo de tonos anaranjados cuando el grupo llegó a la imponente puerta de la Ciudad de los Aventureros. La preocupación se reflejaba en sus rostros, pero en especial en el de Charlotte, quien no apartaba la vista de Biel, aún inconsciente sobre la improvisada camilla.

—¡Biel...! —susurró, su voz temblando mientras sus dedos rozaban la frente del chico, sintiendo el frío sudor que cubría su piel. —Por favor... despierta...

Easton colocó una mano firme sobre su hombro. —No te preocupes. Biel solo está inconsciente. Gastó toda su energía en esa batalla... Necesita descansar. —Intentó sonar tranquilo, pero su mirada lo delató: la incertidumbre también lo carcomía por dentro.

Charlotte apretó los labios, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. —Pero... ¿y si no despierta...? ¿Ylfur...? Él... Él lo protegió... ¡Recibió tanto daño!

—No te preocupes por Ylfur —intervino Acalia con voz serena, aunque en sus ojos danzaba una sombra de preocupación. —Él es un demonio... Se recuperará con el tiempo.

A su alrededor, el bullicio de la ciudad contrastaba con el pesado silencio del grupo. Al cruzar las puertas, los guardias los detuvieron con semblantes serios.

—¡Alto! —exclamó uno de ellos, observando el estado en el que llegaban. —¿Qué ha sucedido? Hubo explosiones en las afueras...

Raizel dio un paso al frente, su expresión decidida. —Ustedes lleven a Biel a tratar sus heridas. Yo me quedaré aquí y explicaré todo lo sucedido.

Acalia asintió. —Está bien. No perdamos más tiempo.

Mientras Raizel se quedaba con los guardias, el resto del grupo avanzó por las concurridas calles, atrayendo miradas curiosas y murmullos preocupados. Charlotte se mordió el labio, esforzándose por contener las lágrimas. La voz de Biel, siempre animada y valiente, ahora era solo un eco en su mente.

—¿Crees... que él...? —su voz se quebró, apenas capaz de terminar la pregunta.

—No digas eso —la interrumpió Easton, su voz más áspera de lo habitual. —Biel es fuerte... Demasiado terco para dejarnos así.

Charlotte asintió débilmente, aferrándose a esas palabras.

Mientras tanto, Raizel explicaba lo ocurrido a los guardias. Su voz era firme, aunque su mente repasaba cada instante de la batalla. —Los nobles enviados desde Marciler... Pensábamos que querían destruir la Ciudad de los Aventureros, pero en realidad, su objetivo era el ojo mágico de Gaudel.

Los ojos de los guardias se abrieron con sorpresa. —¿Qué...? ¿La Emperatriz Domia... envió a esos dos...?

Raizel asintió con gravedad. —Todo fue orquestado por ella. Ellos escaparon, pero el peligro sigue presente.

—¡Esto debemos informarlo de inmediato al Rey! —exclamó uno de los guardias, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y urgencia.

—¡De prisa! —ordenó su superior. —Ve e informa al Rey sobre lo sucedido. ¡Esto es grave!

Raizel los observó partir, su mirada volviéndose sombría. Emperatriz Domia... ¿Qué planeas realmente?

El viento sopló suavemente, moviendo su capa mientras se quedaba en silencio, con la determinación brillando en sus ojos. Sabía que esa batalla era solo el comienzo.

En el Umbral de los Dioses, un lugar donde el tiempo y el espacio carecían de significado, las entidades supremas observaban los eventos del mundo humano. A través de un espejo etéreo que reflejaba la realidad mortal, las imágenes de Biel y sus amigos luchando por sobrevivir tras la batalla se proyectaban con claridad.

—Estos humanos... otra vez envueltos en guerras sin sentido —dijo Solaryon, el Dios de la Luz, con un tono de exasperación. Su figura irradiaba una luz cegadora, y sus ojos dorados observaban con desdén—. La ambición de gobernarlo todo es un fastidio interminable.

Nyxaris, el Dios de las Sombras, rió suavemente desde su trono envuelto en penumbra. —La vida humana es así. Siempre debe haber conflictos. La luz y la oscuridad, la paz y la guerra... es su naturaleza.

—Tal vez, pero lo que más me preocupa es el humano candidato a Rey Demonio... —dijo Chronasis, el Dios del Tiempo, mientras su mirada se enfocaba en Biel, aún inconsciente—. El chico llamado Biel... quedó agotado después de la batalla para no conseguir nada, y ahora está al borde de la muerte. Tiene un gran poder, pero sus batallas pasadas no parecen haberle enseñado nada.

Thalgron, el Dios de la Guerra, golpeó su lanza contra el suelo, haciendo temblar el Umbral. —¡Ese humano no tiene el instinto de un verdadero guerrero! Pelea con el corazón, pero sin la mente. Un líder que no aprende de sus derrotas está destinado a caer.

—Aún es joven —intervino Elaris, la Diosa de la Vida, con voz suave y compasiva—. Está creciendo y buscando su propósito. Además, no pelea solo... Tiene amigos que le dan fuerza.

—¿Fuerza? ¿Depender de otros es fuerza? —se burló Thalgron, sus ojos ardiendo con desdén—. ¡Eso es debilidad!

—No entiendes nada, Thalgron —intervino Nyxaris, su tono burlón—. La verdadera fuerza no está en la soledad, sino en los lazos que creamos. Incluso las sombras necesitan luz para existir.

Veyrith, el Dios del Caos, observó con una sonrisa maliciosa. —Todo esto es fascinante. Ese chico está destinado a alterar el equilibrio... Lo sé... lo siento en mis entrañas. Ya ha comenzado a influenciar a quienes lo rodean. Será interesante ver si sobrevive.

—Este conflicto es solo de humanos —declaró Orivax, el Dios de la Sabiduría, con voz grave—. Nosotros no podemos intervenir. La historia debe seguir su curso natural. Lo que sea que ocurra, está en manos humanas.

—Pero... —Elaris bajó la mirada, sus ojos reflejando preocupación—. Acalia está ahí... y su destino está intrínsecamente ligado al de Biel. Si él cae... ella también lo hará.

Solaryon suspiró, su luz parpadeando ligeramente. —Solo podemos observar... aunque es frustrante no poder hacer nada.

—Algunos de nosotros ya hemos intervenido antes... —dijo Veyrith, su sonrisa ampliándose—. Y no me refiero solo a mí. ¿No es cierto, Nyxaris?



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En el texto hay: juvenil, magia, fantasia sobrenatural

Editado: 04.09.2025

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