El entrenamiento había comenzado. Como si el destino mismo los empujara en direcciones distintas, cada uno de los compañeros de Biel se separó, llevándose consigo sus respectivos Fragmentos a sus dominios. Se volverían a encontrar en seis meses, pero hasta entonces, cada uno debía embarcarse en un camino solitario hacia la fortaleza y el entendimiento de su propio poder.
Biel observó a sus amigos desaparecer en destellos de luz y sombras, sintiendo una extraña mezcla de emoción y vacío. Sabía que este era un paso necesario, pero la idea de entrenar lejos de los demás le causaba una inquietud que no podía explicar del todo. Entonces, Aine posó su delicada mano sobre su hombro, atrayendo su atención.
—Querido Biel, ahora iremos a mi dominio —dijo ella con una voz serena, pero firme, como una melodía envolvente en medio de una tormenta.
Biel la miró con determinación y asintió.
—Está bien. Estoy listo.
En un parpadeo, la realidad se desmoronó como un espejo roto, y el mundo a su alrededor cambió. La sensación de ser arrastrado a través del espacio era como si una brisa celestial lo envolviera, ligera pero incontrolable. En un instante, Biel, Charlotte y Yumi se encontraron en una ciudad que desafiaba toda expectativa.
Era una metrópolis majestuosa, de elegancia inmaculada. Las calles estaban pavimentadas con piedras que reflejaban la luz del sol como si fueran estrellas atrapadas en la tierra. Los edificios, de arquitectura refinada, parecían construidos con marfil y oro, elevándose hacia el cielo con una gracia casi divina. La brisa transportaba un aroma dulce, un perfume de flores exóticas que flotaba en el aire como un susurro.
Charlotte dio un paso adelante, sus ojos reflejando el asombro que la consumía.
—Es… hermoso. —Su voz era apenas un murmullo, como si temiera romper la armonía del lugar.
Yumi, a su lado, miró a su alrededor con una mezcla de asombro y cautela. Sus dedos recorrieron la tela de su vestido, como si quisieran asegurarse de que no estaban soñando.
—Esto no se parece a nada que haya visto antes… —susurró.
Aine sonrió con dulzura, su cabello ondeando con el viento como hilos de plata danzando al compás de una música secreta.
—Este es mi territorio —dijo con orgullo, extendiendo los brazos—. Y aquí entrenaremos durante seis meses. Este será el lugar donde se fortalecerán, donde romperán sus límites y se convertirán en versiones más poderosas de ustedes mismos.
Biel la miró con una chispa de determinación en sus ojos.
—Entonces haremos lo que sea necesario. No desperdiciaré este tiempo.
Aine inclinó levemente la cabeza y continuó con una voz llena de dulzura, pero también de una autoridad innegable.
—Aquí, en esta ciudad, todo lo que deseen estará a su alcance. Ropa, hospedaje, comida… cualquier cosa que necesiten. No tienen que preocuparse por el dinero, pues en este reino el dinero no existe. Serán libres de elegir lo que deseen.
Charlotte frunció el ceño levemente.
—Eso suena… demasiado perfecto.
Yumi asintió.
—No estamos acostumbradas a recibir tanto sin dar nada a cambio.
Biel cruzó los brazos, pensativo. Luego, miró a Aine con respeto, pero también con firmeza.
—Apreciamos tu hospitalidad, Aine, pero no abusaremos de tu amabilidad. Hemos venido aquí a entrenar, no a ser consentidos.
Los ojos de Aine destellaron con una ternura inmensa, pero también con una sombra de melancolía.
—No se preocupen. ¡Nada de esto es un regalo inmerecido! —dijo, su voz un eco suave entre las paredes de la ciudad—. Biel, tú eres mi portador. Te mereces todo esto y mucho más. Has pasado por mucho, demasiado. Es momento de que, aunque sea por un instante, experimentes un mundo donde puedas respirar sin peso en los hombros.
Las palabras de Aine cayeron sobre Biel como una brisa cálida, pero también como una daga silenciosa. Recordó todo lo que había vivido, las heridas, las batallas, las pérdidas. Sus puños se cerraron con fuerza.
—No hay descanso para los que deben ser fuertes —murmuró, su voz apenas un susurro.
Aine se acercó y tomó su mano con delicadeza, como si sostuviera algo frágil pero valioso.
—Y sin embargo, incluso los más fuertes necesitan un instante para recordar por qué pelean.
Biel la miró a los ojos, sintiendo la sinceridad en cada una de sus palabras. Se permitió un leve suspiro, dejando ir una parte del peso que cargaba en su alma.
—Bien —dijo al fin—. Pero no olvidaré por qué estamos aquí.
Aine asintió con una sonrisa, y sin decir más, guió a Biel, Charlotte y Yumi hacia el corazón de la ciudad, donde el entrenamiento verdadero daría inicio.
La calma de aquel paraíso era solo una ilusión. Pronto, el dolor se convertiría en su maestro.
Aine guió a Biel, Charlotte y Yumi por las calles adoquinadas de la majestuosa ciudad, donde el sol reflejaba su resplandor sobre los edificios de cristal y mármol. El viento danzaba entre las estructuras, llevando consigo el aroma a flores y especias exóticas. A medida que avanzaban, la gente empezó a inclinarse en señal de respeto, saludando con sonrisas a Aine, quien correspondía con una elegancia natural.
—Gran Fragmento de la Llama Eterna, es un honor verla de nuevo —dijeron dos figuras que emergieron entre la multitud. Sus presencias eran firmes, pero con un aire de humildad.
Aine se detuvo, giró suavemente y les dedicó una sonrisa apacible.
—Nos alegra volver a verla —continuó uno de ellos—. Veo que trae acompañantes. Estamos a su servicio para lo que sea necesario.
—Esta vez entrenaré a estas tres personas por seis meses —dijo Aine con voz melodiosa, pero con una autoridad incuestionable—. Y cuento con su ayuda para que el entrenamiento sea efectivo.
Ambos individuos hicieron una leve reverencia.
—Con gusto le serviremos en lo que necesite.
El primero, un joven de cabellos oscuros y mirada afilada, se adelantó.
Editado: 02.08.2025