Cada grupo fue enviado a un dominio distinto, cada uno bajo la tutela de su respectivo Fragmento. Para Ryder, Raizel y Sarah, el destino fue el dominio de Eldric, el Fragmento de la Esencia del Crepúsculo.
Cuando atravesaron el portal dimensional, fueron recibidos por una vista que les robó el aliento. Ante ellos se extendía una ciudad que parecía haber sido moldeada por los sueños de un artista divino. Las calles estaban pavimentadas con piedras iridiscentes que reflejaban la luz como si fuesen constelaciones encadenadas al suelo. Las casas, elegantes y esculpidas con detalles intrincados, poseían formas curvas y armoniosas que parecían fundirse con la naturaleza circundante. En el aire flotaba un aroma dulce, una mezcla de lavanda y frutas exóticas, mientras risas melodiosas se deslizaban entre los edificios como el eco de una canción olvidada.
La gente, radiante de energía y vitalidad, se desplazaba con una gracia sobrenatural. Sus ojos, de colores imposibles, destellaban sabiduría y amabilidad. A su alrededor, criaturas majestuosas y extrañas convivían en perfecta armonía: ciervos con cuernos de cristal, aves de plumajes que reflejaban los colores del crepúsculo y felinos con un aire regio que parecían observarlo todo con inteligencia profunda.
Eldric, con una sonrisa serena, extendió los brazos hacia la ciudad.
—Los Fragments son seres hermosos, no solo por su apariencia, sino por su corazón y su esencia —dijo con voz grave pero cálida—. Es mi deber protegerlos. No teman, ellos les ayudarán a adaptarse en estos seis meses.
Raizel observó a los Fragments con curiosidad, percibiendo en ellos una energía antigua y pura.
—Entonces, ustedes son fundamentales en las leyes que rigen la vida de los héroes —dijo con un tono reflexivo.
Eldric asintió con solemnidad.
—Exactamente. Somos el pilar sobre el cual los héroes pueden sostenerse. Sin nosotros, sería imposible que sean aceptados en este mundo. Nosotros, las Llaves Primordiales, somos elegidos por la raza de los Fragments para guiarlos.
Sarah, con los brazos cruzados y una ceja arqueada, observó a Eldric con interés.
—Dices que ustedes son las Llaves Primordiales, pero hasta ahora solo dos fragmentos han tenido portadores: Luthan con su héroe y Aine con Biel.
Eldric la observó con calma y luego continuó.
—Así es. Pero en el futuro, cuando nosotros tengamos portadores, otros cinco Fragmentos emergerán y serán las nuevas Llaves para los héroes que estén por venir. Por ahora, viven en paz, pues falta mucho tiempo para que nos despertemos en totalidad.
El Fragmento chasqueó los dedos y, en un parpadeo, el escenario cambió drásticamente. La ciudad resplandeciente se desvaneció, y en su lugar, un terreno vasto y etéreo se extendió a su alrededor. La brisa era espesa y vibrante, cargada de un poder indescriptible que les hizo estremecer los huesos.
Sarah se cruzó de brazos y sonrió con aire desafiante.
—Vaya, vaya. Así que este es el lugar donde entrenaremos.
Eldric avanzó unos pasos y, con un destello de luz, su cuerpo comenzó a dividirse. Frente a ellos, surgieron dos copias exactas de él mismo, cada una irradiando la misma energía, pero con una intensidad levemente distinta. Ryder entrecerró los ojos y apretó los puños, sintiendo que algo grande estaba por suceder.
—Ahora entrenaremos —anunció Eldric con una sonrisa críptica—. Quiero ver hasta dónde pueden llegar.
Los tres observaban con asombro cómo Eldric se había multiplicado. No era una simple copia ilusoria, podían sentir que cada uno de ellos poseía su propia esencia, su propio poder. Sin previo aviso, Eldric alzó la mano y un torbellino de luz los envolvió.
Raizel sintió cómo su cuerpo se desvanecía y, en un parpadeo, se encontró en un bosque cubierto de neblina líquida, donde los árboles parecían susurrar secretos al viento. Ryder apareció en un desierto de arena blanca, donde el cielo ardía con un sol que no daba calor. Sarah, por su parte, aterrizó en un valle en penumbra, donde el suelo era de obsidiana y las estrellas brillaban bajo sus pies como si caminara sobre el firmamento.
Eldric se manifestó en cada uno de los lugares, su voz resonando como un eco divino.
—A partir de ahora, enfrentarán su verdadero desafío. No es sólo el poder lo que entrenaremos, sino el corazón. Cada uno de ustedes descubrirá si realmente tiene lo necesario para avanzar en este mundo.
El entrenamiento había comenzado. Y con él, el primer paso hacia una verdad que ninguno de ellos esperaba.
Sarah miró a su alrededor con una sensación inquietante. El lugar le resultaba extrañamente familiar, como un eco distante de un sueño olvidado. El cielo era de un gris perpetuo, con nubes que se retorcían en espirales lentas, como si fueran reflejos de una mente atormentada. El suelo era de obsidiana pulida, reflejando su imagen distorsionada en sombras danzantes. La brisa era densa y cargada de un aroma a tierra húmeda, un vestigio de las noches interminables de su infancia en las Tierras Oscuras.
—¿Dónde estamos? —preguntó, con un tono que oscilaba entre la curiosidad y la cautela.
Eldric, de pie frente a ella, la observó con una expresión tranquila pero penetrante.
—Señorita Sarah, este es el lugar donde usted podrá desatar su verdadero potencial como vampiro —dijo con voz firme, su tono cargado de un significado más profundo de lo que parecía a simple vista.
Sarah sintió un escalofrío recorrer su piel. Sus colmillos se apretaron levemente mientras su instinto le advertía que algo grande estaba por suceder.
—Sé que tu padre era Lip —continuó Eldric—. Y que fue derrotado por Acalia. Además, sé que tu hermano es ahora el Rey Vampiro.
Sarah cerró los ojos por un instante. El nombre de su padre evocó un torrente de imágenes fragmentadas en su mente: su voz grave llamándola cuando era niña, sus enseñanzas sobre el honor y la sangre, su mirada severa y finalmente su caída. Inspiró profundamente y abrió los ojos, ahora brillando con una intensidad inusual.
Editado: 19.07.2025