Fragmento de lo Infinito

Arco 4 - El Ocaso de Domia / Capítulo 51: Nueva Alianza

Biel se dejó caer sobre la enorme cama de su habitación en el castillo, sintiendo cómo el suave colchón lo atrapaba como si la misma gravedad hubiera decidido apiadarse de él. Cubrió su rostro con las manos y exhaló un largo suspiro. Su mente era un remolino de pensamientos caóticos.

—No puede ser... —murmuró para sí mismo, observando el techo ornamentado—. Ese viejo decrépito me vendió como si fuera un saco de trigo en el mercado. ¿Cómo demonios pasé de ser un viajero interdimensional a un prometido real?

Su ceja se crispó al recordar las palabras del rey. Biel esperaba un desafío marcial, un duelo con el capitán del ejército, o al menos una prueba de habilidades, pero en su lugar, le habían entregado un compromiso matrimonial envuelto en la diplomacia de la realeza.

—Vaya giro argumental —suspiró con ironía.

Aine, quien flotaba elegantemente a su lado con una expresión serena, inclinó la cabeza y lo observó con curiosidad.

—¿Le ocurre algo, querido Biel? —preguntó con una ligera sonrisa.

Biel giró el rostro hacia ella con la expresión de alguien que había sido emboscado por el destino.

—¿Tú puedes creer esto? —soltó, agitando las manos—. Pensé que me harían pelear contra un general o algo así, no que terminaría en un compromiso. ¡¡Compromiso!! ¿Qué se supone que haga con eso?

Aine soltó una risa suave, casi melódica, como el tintineo de campanas en la brisa nocturna.

—Supongo que te toca aprender sobre la diplomacia humana. Pero debo admitir que la princesa es interesante...

Biel la miró con escepticismo.

—¿Interesante?

Aine asintió y cruzó los brazos con aire pensativo.

—Aunque no lo creas, es extremadamente fuerte. —Hizo una pausa y luego sonrió con cierta picardía—. Aunque, por supuesto, no tanto como yo.

Biel arqueó una ceja, divertido.

—Oh, claro. Porque si hay alguien que necesita un recordatorio de su supremacía, es precisamente yo.

Aine elevó una ceja en respuesta y le lanzó una mirada de fingida indignación.

—Bueno, querido Biel, no es mi culpa que la competencia sea tan... mediocre. —Su sonrisa era la de alguien que disfrutaba jugar con las palabras, como un gato con su presa.

Biel no pudo evitar reírse. El ambiente en la habitación se aligeró momentáneamente con su risa. Se acomodó mejor en la cama y miró al techo una vez más.

—Bueno... al menos la princesa no parece una mala persona. Aunque... —Hizo una pausa y frunció el ceño—. ¿Cuánto tiempo crees que tarde en descubrir que no tengo ni la menor idea de lo que estoy haciendo?

Aine ladeó la cabeza con dulzura fingida.

—Oh, querido Biel, creo que ya lo sabe.

Biel puso los ojos en blanco y giró sobre sí mismo en la cama, enterrando el rostro en la almohada.

—Voy a dormir antes de que me convenzan de que este compromiso es una buena idea.

Aine dejó escapar una suave risa y flotó hasta la ventana, observando la luna iluminar el jardín real.

—Dulces sueños, prometido real.

Biel gruñó en respuesta y se cubrió con la manta, preguntándose si al despertar, todo habría sido solo un extraño sueño. Pero en lo más profundo de su mente, sabía que no tenía tanta suerte.

Biel flotaba en la vasta negrura de su conciencia, el espacio entre sueños donde el tiempo parecía doblarse sobre sí mismo. Frente a él, emergiendo de la penumbra como una montaña viviente, estaba Monsfil, el Rey Demonio de la Destrucción Eterna. Su presencia imponía un respeto ancestral, pero su expresión era la de alguien que había visto demasiado y ahora disfrutaba de cada pequeño giro inesperado de la historia.

—Vaya, vaya, has venido otra vez, joven portador —dijo Monsfil con una sonrisa afilada.

Biel suspiró, cruzándose de brazos.

—Han pasado muchas cosas... —murmuró, sintiendo el peso de los recientes eventos como un yunque sobre sus hombros.

Monsfil inclinó la cabeza con fingida curiosidad.

—Sí, lo sé. Ahora tienes un compromiso con la princesa. Tu vida parece sacada de una obra cómica, joven portador. No como la mía hace más de dos mil años... En aquella época todo era caos, destrucción y enfrentamientos interminables. Pero esta era es... más tranquila. Incluso diría que tiene su lado divertido.

Biel lo miró con incredulidad.

—Para mí no tiene nada de divertido todo esto. Es un desastre tras otro. Y ahora... ¿Qué se supone que debo hacer? Parece que voy a morir otra vez.

Monsfil soltó una carcajada, su voz resonando como un trueno en la lejanía.

—Si te refieres a las demás chicas que te aprecian... bueno, hay una posibilidad de que realmente vuelvas a morir. ¡Será mejor que vayas haciendo tu testamento y elijas a un nuevo portador para el poder del Rey Demonio! —hizo una pausa, sonriendo al ver la expresión de horror de Biel—. Jajaja, es broma. Ya no eres débil, joven portador. Ahora eres capaz de superar cualquier obstáculo. Confío en que tomarás una buena decisión y evitarás crear más malentendidos... ¡Bueno, ya es hora de que despiertes!

Biel arqueó una ceja.

—¿Esperas que me quede tranquilo después de decir eso? ¿Qué quieres decir con "ya es hora de que despiertes"?

Monsfil sonrió con aire travieso.

—Alguien está entrando a tu habitación en este momento.

Biel se tensó de inmediato.

—¡Espera un momento! ¡¿Cómo que alguien está entrando?! No me digas que es...

Monsfil se inclinó levemente hacia atrás y, con una sonrisa taimada, dijo:

—No mueras, joven portador.

Antes de que Biel pudiera replicar, su conciencia se disolvió como tinta en el agua y despertó abruptamente.

Sus ojos se abrieron justo a tiempo para ver la puerta de su habitación deslizándose suavemente. Un destello de dorado y azul entró en su campo de visión.

—Buenos días, mi querido Biel —dijo Keshia, la princesa, con una sonrisa dulce pero firme—. Mi padre me envió porque escuché que te sentías triste.

Biel sintió que su alma dejaba su cuerpo por un instante.



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En el texto hay: juvenil, magia, fantasia sobrenatural

Editado: 02.08.2025

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