Fragmento de lo Infinito

Capítulo 52: La Guerra Esta a Punto de Empezar

El crepúsculo teñía el cielo de un rojo ardiente mientras las últimas luces del día se desvanecían en el horizonte. Biel permanecía en la plataforma del coliseo, observando cómo los ciudadanos se retiraban tras el combate. Susurros de esperanza flotaban en el aire, pero también un peso invisible recaía sobre sus hombros.

El viento soplaba con fuerza, removiendo su capa y despeinando sus cabellos como si la propia naturaleza sintiera la incertidumbre en su corazón. Domia... Ese nombre pesaba como una sombra sobre su mente. No conocía su verdadero poder, pero una cosa estaba clara: si Lip, el temido Rey Vampiro, había caído ante ella, entonces no era una amenaza común.

—¿Qué debo hacer...? —murmuró Biel, apretando los puños.

—¿Te preocupa Domia? —preguntó una voz grave y serena a su espalda.

Biel giró levemente la cabeza y vio al Rey de Claiflor acercarse con pasos pausados, su capa ondeando con majestuosa solemnidad. Sus ojos reflejaban el cansancio de los años, pero también una determinación férrea.

—Sí —respondió Biel, exhalando pesadamente—. No sé qué tan fuerte es, pero Sarah me dijo que su padre, Lip, luchó contra ella y.… perdió. Perdió su corazón.

El Rey frunció el ceño, su expresión ensombreciéndose por los recuerdos.

—Si quieres saber más sobre ella, te lo diré.

Biel asintió y el Rey fijó su mirada en el horizonte antes de hablar, como si las palabras fueran dagas afiladas que hubiesen estado enterradas en su memoria por demasiado tiempo.

—Domia no es solo un enemigo. Es una sombra que devora todo lo que toca. No tiene piedad, no tiene escrúpulos... sometió pueblos enteros con la facilidad con la que el viento derrumba una vela encendida. Su presencia es un eclipse, apagando la luz allí donde pisa.

Biel sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero mantuvo su postura firme.

—¿Por qué nadie hizo nada? —preguntó.

El Rey cerró los ojos por un instante, como si cada palabra que estaba por decir le supiera amarga.

—Porque no podían. Porque las leyes de los reinos prohíben intervenir en tierras ajenas a menos que sean convocados. Y ella lo supo... lo usó a su favor. Uno por uno, fue devorando reinos enteros: Malwaper, Siel, Teotia. Lugares que antes estaban llenos de vida ahora son solo ruinas y cenizas.

Biel apretó los dientes.

—¿Y las Tierras Oscuras? ¿También son suyas?

El Rey negó con la cabeza, sus ojos destellando con un tenue brillo de esperanza.

—No... esas tierras le pertenecieron a Lip el Rey Vampiro, pero en realidad solo era su marioneta. Ella lo resucitó con un pacto de sangre. Pero ahora... su hijo, Muskar, ha tomado el trono. Gracias a ello, ese territorio ya no está bajo su control. Sin embargo, algo no me cuadra...

—¿Qué cosa?

El Rey bajó la voz, como si temiera que la propia noche escuchara sus palabras.

—Domia no ha hecho nada al respecto. No ha movido un solo dedo para reclamar esas tierras. Y eso significa dos cosas: o ya no le interesan... o está planeando algo aún peor.

Un silencio denso se formó entre ambos. Biel sintió el peso de esas palabras cayendo sobre su pecho como una losa de piedra.

—Entonces... ¿Qué clase de ser es ella? —preguntó, con el ceño fruncido.

El Rey lo miró directamente, con una seriedad tan cortante como el filo de una espada bien afilada.

—Domia no es humana. Es un monstruo con piel de mujer. No sé cuáles sean sus habilidades exactas, pero lo que sí sé... es que derrotó a Lip con una facilidad que desafía toda lógica. Y en aquel entonces, Lip era considerado imbatible.

Biel tragó saliva.

—Entonces... ¿Cómo la derroto?

El Rey apoyó una mano en su hombro y lo miró con la gravedad de quien entrega una sentencia.

—No lo sé, Biel. Pero sí sé esto: eres el héroe que salvará a los reinos. Si Domia sigue con vida, la luz se extinguirá en este mundo.

El viento sopló con más fuerza, arrastrando las palabras del Rey como un eco que resonaba en su interior. Biel sintió una presión indescriptible en el pecho, pero su mirada se endureció.

No tenía todas las respuestas. No sabía cómo vencer a Domia.

Pero una cosa era segura.

No dejaría que esta sombra devorara lo que aún quedaba de este mundo.

En lo más alto del Palacio de Marciler, donde las sombras parecían aferrarse a las paredes como espectros hambrientos, la Emperatriz Domia se encontraba en su trono. Su figura se recortaba contra el resplandor de las antorchas, proyectando una silueta oscura y dominante.

Una risa burlona y llena de crueldad resonó por todo el Salón del Trono, rebotando en las columnas de mármol negro como un eco que impregnaba el aire de una amenaza latente. Su voz era como el goteo lento de un veneno que se filtraba en la mente de quienes la escuchaban.

Frente a ella, de rodillas sobre el frío suelo de piedra, Darian Vorthos, uno de los Novas, inclinaba la cabeza en señal de respeto absoluto. Su armadura oscura reflejaba las llamas parpadeantes de las antorchas, pero su expresión se mantenía firme, imperturbable.

—Mi señora, los preparativos para la invasión de Lunarys están casi completos. —Su voz era grave, un eco contenido de la brutalidad que estaba por desatarse.

Domia inclinó la cabeza, una sonrisa retorcida curvando sus labios rojos como la sangre derramada en la guerra.

—Perfecto... —susurró con un placer venenoso—. Muy pronto esa pequeña y miserable ciudad estará en mis manos.

El aire se tensó cuando los portones del salón se abrieron de golpe. Iridelle Vauclair, una mujer de cabello plateado que caía en ondas afiladas como navajas, avanzó con paso elegante, pero con la rigidez de quien trae noticias inquietantes. Sus ojos, tan fríos como cuchillas de hielo, se clavaron en Domia antes de inclinarse levemente en una reverencia.

—Mi señora, he estado observando la ciudad, pero... no he visto ningún movimiento sospechoso por parte de sus habitantes. Siguen con su comercio, sin alarmas, sin preparativos para una defensa. Es como si la invasión no existiera en sus mentes.



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En el texto hay: juvenil, magia, fantasia sobrenatural

Editado: 02.08.2025

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