En el vasto campo de batalla, donde la sangre se mezclaba con la tierra reseca y los gritos de los caídos se perdían en el fragor de la contienda, se libraba la lucha definitiva. El destino del mundo pendía de un hilo, y aquel que saliera victorioso no solo reclamaría la gloria, sino que esculpiría la historia con sus propias manos. Biel y Domia, dos fuerzas opuestas, se enfrentaban en un duelo que resonaría en los ecos del tiempo.
El aire estaba cargado de energía, un hálito espeso de muerte y desesperación. La figura de Domia se alzaba imponente en el horizonte, su armadura ennegrecida parecía absorber la luz, devorando la esperanza misma. En contraste, Biel, listo para entrar en el campo de batalla con firmeza y confianza listo para confrontar cada obstáculo que se le presenta.
Esta batalla no era solo un enfrentamiento entre dos guerreros. Era la lucha entre la luz y la oscuridad, entre la vida y la muerte, entre la esperanza y la desesperación. El resultado de este combate no solo marcaría el destino de los combatientes, sino también el de naciones y civilizaciones incontables. Reinos enteros observarían con temor y reverencia, conscientes de que el vencedor impondría su verdad y su legado en la historia.
Los dioses, desde su trono celestial, contemplaban en silencio. No habría intervención, no habría favores ni misericordia. Solo la fuerza y la voluntad definirían al vencedor. Sin embargo, en el horizonte de la existencia, los Primordiales, aquellas entidades más allá del tiempo y la comprensión, comenzaban a despertar. Su juicio sería implacable, su llegada traería la destrucción absoluta. Pues, si el equilibrio se rompía, si el mundo caía en el abismo de la muerte, entonces nada quedaría salvo cenizas y vacío.
El vencedor escribiría la historia. Sus hazañas serán cantadas por generaciones, su nombre inmortalizado en cada rincón del mundo. Pero el perdedor… el perdedor no tendría voz. Su verdad se desvanecería como el humo en el viento, su versión de los hechos se perdería en el olvido. Y así, la mentira podría convertirse en realidad, la falsedad en dogma, y la historia en una prisión de engaño.
El campo de batalla se estremecía con cada segundo que pasaba. La sangre empapaba la tierra, el crepúsculo teñía el cielo de rojo como un presagio de la tragedia venidera. La historia estaba a punto de escribirse… y solo uno viviría para contarla.
En lo alto de la montaña, el estruendo de la batalla retumbaba como un rugido ancestral que anunciaba el final de una era. Acalia, con su espada desenvainada, se enfrentaba a Shalok en un duelo feroz, mientras que más abajo, Sarah, Xantle, Raizel y Easton combatían a los nobles con una destreza que desafiaba lo imposible. Más allá del campo de batalla, en una colina teñida por la luz escarlata del ocaso, Domia observaba la escena con una sonrisa retorcida, deleitándose con el espectáculo de muerte y desesperación.
Sus labios se curvaron con malicia mientras su risa resonaba como un eco siniestro entre los picos nevados. Para ella, la guerra no era más que una danza macabra en la que los débiles caían y los fuertes se alzaban sobre sus cadáveres. No sentía apego por sus propios soldados; Lo único que deseaba era más sangre, más caos, más desesperación.
—Los Novas —pronunció con una voz gélida y dominante. Frente a ella, Cliver Soldemour, Selene Draeven, Iridelle Vauclair y Darian Vorthos aguardaban sus órdenes, con la mirada afilada como cuchillas listas para segar vidas—. Seguiremos con el plan, pero habrá un cambio.
Sus ojos carmesíes centellearon con emoción mientras señalaba a Iridelle y Darian.
—Ustedes dos irán a Lunarys. Destruyan la ciudad, arrasen con cada edificio y no dejen sobrevivientes. Ya no la necesito… Ahora quiero ver cenizas y gritos ahogados en desesperación.
Los dos guerreros asintieron sin titubear, y en un parpadeo, desaparecieron como sombras disipadas por el viento.
Easton, que estaba observando la escena, sonrió con una confianza desconcertante.
—Dos de ellos desaparecieron y se dirigen hacia la ciudad. Perfecto.
Domia frunció el ceño, molesta por la reacción de Easton. Algo en su actitud la inquietaba.
—¿Por qué sonríe? —murmuró para sí misma—. ¿Acaso esto estaba previsto? ¿Habrá más enemigos ocultos en la sombra? Esto será interesante.
Easton giró la cabeza hacia sus compañeros.
—Sarah, Raizel, hermana, Ryder… al parecer, dos se dirigen hacia la ciudad, tal como estaba previsto.
Sarah entrecerró los ojos.
—Es igual al plan que ingenió Gaudel. Veo que ese ojo mágico es más útil de lo que imaginábamos.
Raizel sonrió con determinación.
—Entonces es hora de contraatacar. En la ciudad no tenemos que preocuparnos; Yumi, Charlotte y Gaudel están allí. Eso nos dará el tiempo suficiente hasta que Biel regrese de Claiflor con la ayuda.
El aire se cargó con electricidad cuando Selene y Cliver aparecieron de repente frente a ellos.
—Nosotros nos encargaremos de cucarachas como ustedes —dijo Cliver con una sonrisa de desprecio.
Selene chasqueó la lengua, fastidiada.
—Mi señora también quiere divertirse, así que no tenemos tiempo para juegos.
Su mirada se clavó en Sarah como una daga y pronunció una palabra con una frialdad gélida:
—Intercambio.
Chasqueó los dedos, y antes de que alguien pudiera reaccionar, Sarah desapareció en un instante.
Easton sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sus ojos se abrieron con furia mientras gritaba:
—¡¿Qué hicieron con Sarah?!
Selene rió con burla.
—La envié con mi señora. Ella se encargará de tu amiguita.
Easton alzó la vista y vio a Sarah frente a Domia, rodeada por miles de soldados. En lugar de desesperarse, su sonrisa se ensanchó con un matiz de triunfo.
—No debieron juntar al lobo con la oveja.
Las palabras de Easton hicieron que Selene sintiera un escalofrío. Su mirada se desvió hacia Domia, solo para ser golpeada por un torrente de hielo que la lanzó contra la montaña con un estruendo ensordecedor. Cliver gritó su nombre con furia, pero antes de que pudiera moverse, un rayo de luz lo impactó, enviándolo a volar hacia otro extremo de la montaña.
Editado: 02.08.2025