El fuerte estruendo se hacía presente en el campo de batalla. Cerca de donde Sarah se medía con Domia, se encontraban los hermanos Xantle y Easton. Frente a ellos, Selene Draeven y Cliver Soldemour peleaban con ferocidad. Cliver enfrentaba a Easton y Selene se medía contra Xantle.
El viento cortaba como cuchillas invisibles mientras los cuatro combatientes se lanzaban al combate. La última vez, Easton y Xantle habían caído con facilidad ante sus oponentes. Pero esta vez era distinto. Ahora, sus poderes vibraban con una fuerza renovada, como un eco desgarrador que resonaba a través del campo.
Cliver entrecerró los ojos, su voz gélida y admirativa. —Ustedes son impresionantes. Es una lástima que deban morir aquí. Serían de gran ayuda para nosotros y para nuestra señora.
—¡Jamás serviremos a alguien como Domia! —rugió Xantle, su voz cargada de furia y desafío, como un trueno que estalla en la oscuridad.
Selene soltó una carcajada que parecía crepitar con llamas. —Son ustedes bien estúpidos. Me sorprendió que me lanzaran aquel ataque, pero, aun así, todavía no he utilizado nada de mi verdadero poder. Ahora, enfréntame, Xantle.
—Lo haré —respondió Xantle, su mirada endurecida como el acero mientras alzaba su brazo, desde el cual se desprendía un resplandor opalescente.
Easton avanzó con paso firme hacia Cliver. —Entonces me tendré que enfrentar a ti, Cliver.
—No queda otra —dijo Cliver con un tono frío y calculador, como si cada palabra fuera una hoja afilada cortando el aire—. En este lugar será tu tumba y la de todos tus amigos.
—Eso lo veremos —respondió Easton, sus ojos ardiendo con una intensidad que amenazaba con consumirlo.
El primer impacto fue devastador. Una gran explosión se desató cuando el poder de Astreo chocó contra la magia de fuego de Selene. Las llamas y el resplandor estelar se encontraron en un estallido que sacudió el aire como un latido ensordecedor.
Selene retrocedió un paso, sus ojos entrecerrados. —Veo que pudiste contrarrestar mi magia de fuego con tu magia de estrellas.
Xantle negó con la cabeza, su expresión grave pero orgullosa. —No es magia de estrellas.
—¿Cómo que no es magia de estrellas? —Selene frunció el ceño, su voz teñida de incredulidad—. Entonces, ¿qué es?
—Mi magia es de Astreo.
Los ojos de Selene se abrieron de par en par, como si su mente intentara procesar aquella revelación imposible. —Astreo... No me vengas con mentiras. Esa magia no puede ser tuya. Esa magia es más de lo que puedes imaginar.
—Ya lo sé —respondió Xantle, su voz resonando con la firmeza de un tambor de guerra.
Un brillo feroz destelló en la mirada de Selene, como brasas avivadas por un viento impetuoso. —Entonces veamos cuál de las dos magias es más poderosa, la magia de Astreo o la de fuego.
Selene lanzó una andanada de llamas que se retorcían y giraban como serpientes vivas, trazando líneas ardientes que iluminaban la atmósfera con un fulgor carmesí. Xantle levantó su brazo y el aire vibró como si respondiera a un canto ancestral. Fragmentos de luz plateada surgieron a su alrededor, girando en espirales antes de precipitarse contra el fuego que avanzaba.
El choque fue como un clamor de titanes. El fuego y la luz se entrelazaron en un caos explosivo, fragmentándose en ráfagas que se dispersaban con violencia. Cada impacto creaba un eco de poder que resonaba en el aire, como si la realidad misma se desgarrara y reconfigurara.
A medida que el combate avanzaba, Xantle y Selene se perdían en un torbellino de poder puro. Las llamas de Selene se desbordaban como un río ardiente, cada embestida marcada por un rugido que parecía quebrar la misma atmósfera. Xantle respondía con su magia de Astreo, proyectando destellos plateados que cortaban el aire con la precisión de cuchillas astrales.
—¡Tu magia no es nada frente a la fuerza de mi fuego! —gritó Selene, sus ojos brillando con locura y pasión.
—La magia no se mide por su violencia, sino por su propósito —contestó Xantle, sus palabras resonando como un eco profundo que reverberaba en su entorno.
La luz de Astreo brotó de sus manos, cada destello un fragmento de su determinación. Cada vez que Selene lanzaba una llamarada, Xantle la contrarrestaba con un torrente de energía que destellaba como estrellas fugaces danzando en la oscuridad.
—¡No puedes detenerme! —vociferó Selene, lanzándose hacia adelante con un rugido que parecía incendiar la misma tierra.
Xantle se mantuvo firme. —No necesito detenerte, solo necesito resistir... y superarte.
El duelo se intensificó, y la batalla de Easton contra Cliver también cobraba fuerza. Cliver se movía con una gracia mortal, su espada cortando el aire con destellos afilados. Easton esquivaba cada golpe, su mirada concentrada y sus movimientos veloces como un torbellino incontrolable.
Cliver sonrió, una mueca helada. —Nada mal... Pero aún estás muy lejos de superarme.
—¿Eso crees? —Easton levantó su mano y un destello plateado surgió de sus dedos, como un relámpago que atraviesa la tormenta.
La batalla continuaba, una sinfonía caótica de poderes enfrentados, de destinos entrelazados por la sangre y la convicción.
Cerca de ahí, Easton lanzaba grandes impactos de hielo. Eran feroces, proyectiles fríos que cruzaban el aire a gran velocidad, perforando la atmósfera como lanzas cristalinas. Cliver los esquivaba con dificultad, sus movimientos precisos pero tensos. Un pequeño resbalón, y sería empalado por algún fragmento de hielo que silbaba en su trayecto mortal.
Mientras esquivaba, el pensamiento se filtraba en su mente como un veneno sutil. "Debió ser Selene quien enfrentara a este tipo. Su fuego habría reducido este hielo a nada más que vapor." Pero la realidad era otra. "Ahora soy yo quien debe encargarse de este bastardo."
Con un grito que reverberó como un trueno contenido, Cliver desató parte del poder que Domia le había otorgado. De su cuerpo emanó un brillo acerado, una luz metálica que se arremolinaba en su piel como si fuera líquido vivo. Su magia de platino despertó con un destello furioso.
Editado: 02.08.2025