Biel yacía inconsciente, sumido en un abismo impenetrable que ni los mejores médicos del reino podían desentrañar. El silencio alrededor de su cama era denso, como un pantano que devoraba la esperanza con cada segundo que pasaba sin respuesta. Aine, la llama eterna que siempre ardía con determinación, observaba a su portador con un temor que se aferraba a su pecho como zarzas de hielo.
Desesperada, decidió tomar acción. Un destello de su voluntad se convirtió en un hilo de fuego que se extendió desde el Fragmento que colgaba en su pecho hasta el corazón dormido de Biel. Era un vínculo ardiente, una cadena invisible que atravesaba la realidad misma.
Aine se adentró en la mente de Biel como un viajero que cruza un portal hacia lo desconocido. Los paisajes mentales se retorcían, quebrados como espejos rotos que reflejaban fragmentos de memorias distorsionadas. Ecos de dolor, alegría y rabia resonaban en cada rincón. Pero nada fue tan impactante como lo que encontró en el centro de aquel caos.
Monsfil, el rey demonio de la destrucción eterna, se erguía como una montaña oscura entre nubes de fuego. Su presencia era una sombra tangible que parecía devorar la luz misma. Pero más allá de él, había algo que perturbó profundamente a Aine.
Biel estaba encadenado. Cadenas carmesíes serpenteaban alrededor de su cuerpo, cada eslabón inscrito con símbolos desconocidos que palpitaban con un brillo venenoso. Parecían arterias que bombeaban oscuridad en lugar de sangre. Las cadenas se retorcían, vivas y crueles, como si su existencia misma fuera un grito eterno de sufrimiento.
—¿Tú hiciste esto, Monsfil? —preguntó Aine, su voz cortante como un filo de hielo. La rabia y la desesperación se mezclaban en sus ojos como un torbellino de fuego y escarcha.
Monsfil negó con la cabeza lentamente, sus ojos carmesíes reflejando una tristeza genuina.
—Nunca haría esto a mi portador. —Su voz era un trueno amortiguado por la distancia—. Biel no es solo mi portador y sucesor de mi poder demoníaco. Es... un amigo. Y nunca traicionaría a un amigo.
Las palabras de Monsfil tenían un peso ancestral, un eco que resonaba en las profundidades de la mente de Aine. Aquello que se había sentido como una amenaza era ahora un lazo forjado en la más pura sinceridad.
—Perdóname, Monsfil... no sabía qué pensar. —Aine dejó que sus palabras fluyeran como un río que se llevaba su duda.
—No tienes que disculparte. Sé que te preocupa el joven. A fin de cuentas, él también es mi portador —dijo Monsfil, con un tono que parecía desmoronarse bajo el peso de la angustia.
Fue entonces cuando la atmósfera se desgarró como si fuera un pergamino ardiendo. Una silueta se materializó en la penumbra, deslizándose con la elegancia de un asesino que danza en la oscuridad. Era un hombre vestido con un traje azul oscuro, refinado y perturbadoramente impecable. Su sombrero negro proyectaba una sombra sobre su rostro, pero sus ojos brillaban con una frialdad tan aguda que cortaba el aire.
—Saludos, Rey Demonio Monsfil, y también a usted, señorita Fragmento de la Llama Eterna, Aine —dijo el recién llegado, inclinando ligeramente su sombrero con una cortesía que parecía teñida de veneno.
Aine tensó cada fibra de su ser, mientras que Monsfil observaba con la cautela de un guerrero que enfrenta a un enemigo que no puede leer.
—¿Quién eres? —gruñó Monsfil, su voz reverberando como un terremoto bajo la superficie.
—Me presento. Soy Adalcacer, un miembro de los Ocho Males, el poseedor del Sueño Eterno. Y ahora... su amigo. —La sonrisa de Adalcacer era como un filo brillante que prometía muerte con cada destello.
—¿Los Ocho Males...? ¿Molpiur...? ¿Quiénes son ustedes? ¿Por qué hacen esto? ¿Acaso Domia se los pidió? —demandó Monsfil, su voz arrancada de su garganta como una ráfaga de tormenta.
Adalcacer rio, una carcajada que se retorcía como un torrente venenoso.
—¿Domia? ¡No me hagas reír! Nosotros no servimos a alguien como esa mujer. Servimos únicamente a Molpiur. Somos la gran élite... los Ocho Males. Mientras hablamos, uno de mis compañeros se encuentra en Lunarys, preparando todo para que nuestro señor Molpiur pueda regresar a este mundo.
Aine se estremeció, como si un frío glacial recorriera su esencia.
—¿A qué te refieres con 'regresar a este mundo'? —preguntó, su voz resonando con una mezcla de miedo y furia.
—Eso, querida, es un secreto que no puedo revelar. —Los labios de Adalcacer se curvaron en una sonrisa que destilaba crueldad.
—¿Y qué tiene que ver Biel con todo esto? —Aine insistió, sintiendo que cada respuesta era una daga que se clavaba más hondo en su ser.
—Biel... es importante en el plan de nuestro señor. Es la llave que lo traerá de vuelta. Por eso debe dormir durante tres horas. Y cuando despierte... todo cambiará para él. Será el momento en que Molpiur...
Adalcacer se detuvo, dejando que el silencio se extendiera como un veneno.
—Bueno, basta de información. Ahora, como ustedes son intrusos en la mente de mi víctima, debo encargarme de ustedes. Quizás así desate un poder mayor al ver a su maestro y su Fragmento muertos. —Rio con una crueldad que desgarró el aire como un aullido de desesperación.
La batalla estaba a punto de comenzar, y el fuego de Aine ardía con una intensidad que prometía consumir todo a su paso.
—Me encargaré de que mueran en la mente de su portador y sucesor —dijo Adalcacer, con una sonrisa torcida que parecía haber sido esculpida por el mismísimo caos—. Además... esto es simplemente fascinante. Que un humano posea tanto a un demonio como a su Fragmento. Ese Biel sí que ha sido bendecido con una suerte absurda.
Las palabras eran cuchillas envenenadas. Aine apretó los puños, sus ojos centelleaban como brasas al viento. Un recuerdo punzante le atravesó el pecho: no había estado con Biel desde el principio. Los Fragmentos del Infinito, entidades de poder inconmensurable, eran entregados a los héroes que llegaban desde otros mundos. Pero ella, la llama eterna, había sido sellada. Cuando Biel llegó a este mundo, Aine dormía en prisión de fuego sellado tras una puerta encadenada. No había sentido sus primeros pasos, ni su soledad. Eso la atormentaba.
Editado: 02.08.2025