El fulgor de la batalla era como el sol rompiendo el amanecer, intenso y cegador. Explosiones retumbaban como rugidos de bestias mitológicas, desgarrando el paisaje con auras de colores que se entrelazaban en una danza caótica de destrucción. El campo de batalla fuera de Lunarys parecía una pintura viviente de un infierno olvidado: rojo carmesí, azul eléctrico, dorado incandescente… todo chocaba, se expandía, moría y volvía a surgir en una sinfonía de caos.
Los ecos de la guerra no respetaban muros ni distancias. Aunque los combates estaban más allá de la muralla de Lunarys, sus vibraciones recorrían las calles de la ciudad como un latido tembloroso. Niños sollozaban abrazando peluches que ya no podían protegerlos, mientras madres y padres, con sonrisas forzadas y ojos empañados, les susurraban palabras de esperanza. Ancianos en los templos elevaban oraciones con voces temblorosas, pidiendo que los héroes llegaran pronto, que los protectores de la ciudad alzaran sus armas en nombre de la paz.
En medio del estruendo, entre las sombras del miedo, siempre surgía alguien con una sonrisa. Un alma luminosa que, como una antorcha en la oscuridad, disipaba el temor con palabras cálidas, con risas suaves, con la certeza de que todo estaría bien. Esos eran los verdaderos guardianes del espíritu humano, los que combatían no con espadas, sino con esperanza.
Mientras todo esto ocurría en Lunarys, en otro mundo, en aquel del que provenían Biel, Charlotte y Yumi, una escena completamente distinta se desarrollaba… aunque, curiosamente, evocaba ecos del pasado.
En el centro de la ciudad, sobre el balcón de un edificio bañado por la luz del atardecer, una joven de cabellos rojizos y energía eléctrica en la mirada sostenía un teléfono con frustración. –¡Así que ahora te comportas como un presidente arrogante, eh! ¡Ya te olvidaste de nosotros o qué, Biel! –soltó con tono entre molesto y dolido.
Ella era Rubí Bennett, compañera de clase de Biel, determinada, chispeante, con una voluntad tan fuerte como un relámpago en plena tormenta. Había tomado la iniciativa de organizar un reencuentro con todos los excompañeros de su promoción. Casi todos habían respondido con entusiasmo. Todos menos dos.
–Malditos fantasmas… –murmuró mientras veía el grupo de mensajería en su celular.
En la pantalla, los nombres resonaban como recuerdos vivos: Ethan Carter, Grace Collins, Henry Taylor, Mía Morgan, Lucas Gray, Noah Mitchell, Sophia Harper, Ava White, Charlotte Anderson, Rose Carter, Hannah Sullivan, Liam Johnson, Alexander Reed, Zoe Thompson, Stella Parker, Oliver Walker, Chloe Brooks, Mason Scott, Olivia Ramírez… Todos estaban allí. Todos menos Biel y Bastian.
Ethan escribió: «¿Nada de Biel y Bastian todavía?»
Sophia respondió: «Tal vez se fueron del país…»
Liam negó rotundamente: «No lo creo. Biel no dejaría a su hermana sola, y Bastian… bueno, él no parece del tipo que se va sin decir nada.»
Stella añadió: «¿Y ahora qué hacemos? Si no vienen, el reencuentro no será completo.»
Grace intentó sonar optimista: «Pasó solo un año desde que nos graduamos. Tal vez perdieron sus celulares.»
Mía intervino, chispeante como siempre: «¡Entonces vamos a buscarlos!»
Alexander bromeó: «¿Operación rescate de excompañeros?»
Rubí tomó el mando como una general de campo: «Nos dividiremos en dos equipos. Equipo uno irá por Bastian, equipo dos por Biel. Luego nos reunimos en la plaza. Equipo uno: Ethan, Alexander, Olivia, Sophia, Noah, Zoe, Ava, Lucas, Chloe, Hannah. Equipo dos: yo, Henry, Liam, Mason, Stella, Grace, Oliver, Rose, Charlotte, Mía.»
–¡Nos vemos en la plaza! –añadió con determinación.
Un clamor general respondió: –¡Listo!
Pronto, el equipo uno se reunió frente a un café antiguo, con olor a vainilla y recuerdos. Ethan llevaba su chamarra favorita, la misma que usaba en los entrenamientos, mientras que Ava saltaba emocionada de un lado a otro.
–¡Un año, chicos! ¡Un año entero! –exclamó con una sonrisa luminosa.
Lucas asintió con una expresión serena: –Me alegra mucho verlos. Parece que el tiempo no ha pasado.
Poco después llegó el equipo dos. Rubí, con su andar decidido, lanzó una mirada inquisidora:
–Llegan tarde, equipo dos.
Ethan levantó las manos con una sonrisa de disculpa: –Tuvimos algunos retrasos, pero al final estamos todos, ¿no?
Los abrazos, los saludos, las risas… todo se mezcló en una sinfonía de memorias revividas. Las emociones eran una marea que iba y venía, envolviéndolos con nostalgia y calidez.
–Chicos, –interrumpió Rubí con voz firme– no olvidemos el verdadero objetivo. Vamos a buscar a Biel y Bastian. Necesitamos respuestas. ¿Nos ignoran? ¿Se volvieron famosos? ¿O simplemente se olvidaron de nosotros?
–Estás igual de temperamental que siempre… –bromeó Mason.
Rubí lo fulminó con la mirada. Mason levantó las manos, divertido: –¡Discúlpame, gran general Rubí!
–Mejor que sí –murmuró ella, aunque no pudo evitar sonreír.
–¡Vamos! –dijo Grace–. El tiempo corre y la curiosidad nos quema como fuego bajo la piel.
El equipo uno se despidió con gestos enérgicos y tomó rumbo hacia la casa de Bastian, mientras el equipo dos se dirigía a la de Biel. Las calles les parecían más pequeñas que antes, los edificios menos intimidantes. Era como si hubieran crecido no solo en edad, sino en alma.
Rubí, caminando a la cabeza, pensaba: Biel, más te vale tener una buena excusa. Porque si no… Su corazón, sin embargo, latía con una mezcla de ansiedad y anhelo. ¿Qué sería de él ahora? ¿Y de Bastian?
El destino tenía planes. Viejos conocidos estaban por reencontrarse… y algunas verdades, ocultas por un año entero, estaban a punto de salir a la luz.
El equipo dos llegó hasta la casa de Biel. La tarde se teñía de un naranja melancólico, y el viento soplaba con un silbido agudo, como si arrastrara secretos entre sus ráfagas. Henry fue el primero en notar lo evidente: la puerta estaba entreabierta, el jardín crecido sin cuidado, y el buzón a punto de explotar de cartas sin recoger.
Editado: 02.08.2025