Los veinte minutos habían transcurrido.
Biel, con el rostro endurecido por la responsabilidad y la furia contenida, dio un paso hacia el centro del coliseo. El viento le azotó el rostro como si la misma naturaleza intentara detenerlo, pero sus ojos, cargados de determinación, no titubearon ni un instante.
—Bueno, señor… me marcho —anunció con voz firme, mirando al frente, sin dignarse a esperar respuesta del rey Hans.
El rey entreabrió los labios, pero no llegó a pronunciar palabra. Biel ya no estaba allí.
Con un estallido sónico, sus alas demoníacas envueltas con energía radiante. Eran como fragmentos de la noche misma, teñidas de un violáceo resplandor que ondulaba con furia sobrenatural. Biel alzó el vuelo con una violencia tal que las baldosas se resquebrajaron bajo sus pies. Una estela púrpura quedó marcada en el cielo, como si el firmamento hubiese sido rasgado por una espada viviente.
El destino lo aguardaba en Lunarys, a cuarenta minutos de vuelo.
En el campo de batalla, la sinfonía de la guerra estaba alcanzando su clímax. Magias crepitaban como relámpagos desencadenados, espadas chocaban con el rugido de truenos, y el aire olía a sangre, a tierra quemada, a desesperación.
La batalla más intensa era, sin duda, la que enfrentaba a Iridelle y Darian contra el quinteto de la esperanza: Yumi, Gaudel, Charlotte, Vaer y Berty.
Yumi jadeaba, con su ropa hecha trizas y la sangre tiñéndole el hombro izquierdo. Sus ojos, sin embargo, ardían con la llama inextinguible de quien no se rendirá jamás.
Charlotte, por su parte, sostenía su báculo con ambas manos, las venas marcadas por el esfuerzo. Su magia sanadora había mantenido al grupo en pie, pero su rostro pálido delataba el precio que estaba pagando.
—Amigos… —dijo Charlotte con voz entrecortada— tenemos que acabar con esto ya… mi energía está por caer… y no puedo… sostenernos por más tiempo…
Yumi se irguió, tambaleante, y sonrió con dolor.
—Es verdad… siento los músculos como si hubieran sido exprimidos por un gigante… y no uno amable precisamente…
—Entonces no hay tiempo que perder —dijo Gaudel, ajustándose sus guantes—. Tengo un plan.
—¿Uno de los que destruyen media ciudad o de los que casi nos matan? —bromeó Berty entre jadeos.
—¿Por qué no ambos?
Una carcajada nerviosa se escapó de Yumi, mientras un pequeño relámpago de magia chispeaba en sus manos. Pero Darian no les permitió disfrutar del momento.
—¿Se están despidiendo o qué? ¡Vamos, ataquen de una vez si les queda algo de valor! —bramó con sorna, escupiendo sangre mientras su cuerpo temblaba de agotamiento.
Iridelle lo miró de reojo. Tenía la ropa desgarrada, el rostro cubierto de moretones y sangre seca, pero su sonrisa no se había desvanecido.
—Lo admito… son fuertes. Aun con el poder que nos otorgó nuestra señora Domia… no pudimos derrotarlos. Son buenos. Pero…
Se detuvo. Sus ojos brillaron con una tristeza perversa.
—Domia es mil veces más poderosa que ustedes juntos. Y aunque nos derroten… ella los destruirá en un pestañeo. Tal como lo está haciendo ahora mismo con esa vampira de cabello rosado…
Una cuchillada de hielo atravesó los corazones del grupo. Charlotte ahogó un grito.
—¿Sarah…? ¡¿Qué…?!
—¡Eso no puede ser! —exclamó Yumi—. ¡Ella no debía enfrentarse a Domia aún! ¡El plan era ganar tiempo!
—Selene la envió —dijo Iridelle con una sonrisa que escupía veneno—. Mi señora quería divertirse. Así que… la empujó hacia la perdición.
La sangre de Charlotte hervía. Su rostro, normalmente pacífico, se convirtió en un fuego latente.
—¡No los perdonaré por esto!
—¿Y qué harán? —preguntó Iridelle—. ¿Nos derrotarán y luego correrán hacia su muerte?
—Tal vez. Pero no sin hacerlos caer primero —espetó Gaudel con los ojos fulgurantes.
Fue entonces cuando una voz cruzó sus mentes como una flecha luminosa que partía la oscuridad.
—No se preocupen… ya voy en camino. Por favor, resistan 20 minutos más.
Todos se quedaron en silencio. Como si el tiempo se hubiera detenido para saborear esa voz.
Charlotte parpadeó, lágrimas brotando en sus ojos.
—Esa voz… es Biel…
—Siempre tarde, ¿eh? —dijo Yumi, sonriendo con melancolía y furia contenida.
Vaer cruzó los brazos con una sonrisa renovada.
—Así que ya vienes, compañero…
Berty soltó una risa ronca.
—Justo cuando la fiesta se iba a acabar… llega el invitado estrella.
Darian frunció el ceño.
—¿Qué les pasa? ¿¡Por qué sonríen!? ¿¡Acaso se resignaron a morir!?
—No. Es todo lo contrario —dijo Yumi—. Biel ya viene.
El rostro de Iridelle se deformó de incredulidad.
—¡Imposible! Está en Claiflor. ¡Esa distancia toma días!
—Entonces prepárense —gruñó Gaudel—. Porque vamos a terminar esto.
Yumi alzó ambas manos. En una, una esfera de luz pura. En la otra, una oscuridad densa como el vacío del abismo. Las juntó. El resultado fue un orbe oscilante de poder primigenio, que latía como un corazón de energía cósmica.
Vaer y Berty se posicionaron. Vaer abrió un espacio de vacío que tragaba los sonidos, como si el mundo respirara con miedo. Berty hizo surgir estructuras de piedra que danzaban en el aire, formando una cúpula para canalizar el ataque.
Charlotte retrocedió, lista para sanarlos si fallaban.
Gaudel cerró su ojo derecho. El izquierdo ardía con un fulgor mágico indescriptible.
—¡Unión Mística! —gritó, y las magias de todos se entrelazaron como los dedos de gigantes.
Iridelle y Darian comprendieron que si no hacían algo… morirían. Liberaron todo el poder de Domia. Sus cuerpos fueron envueltos en energía corrupta, negra como el alma de la misma emperatriz. Sus rostros se desdibujaron. Ya no eran personas. Eran monstruos envueltos en carne.
—¡AHORA! —gritó Iridelle con una voz que no era suya.
—¡MALDICIÓN, MUERAN! —rugió Darian, lanzando su magia de modificación, que desgarraba la realidad misma.
Editado: 04.09.2025