Fragmento de lo Infinito

Capítulo 61: El Eco del Rey Demonio

La batalla se tornaba más feroz con cada segundo. El cielo estaba rasgado por relámpagos de energía caótica, la tierra temblaba como si el mundo entero palpitara al ritmo del combate entre Biel y Domia.

Biel, cubierto de sangre y sombras, respiraba con intensidad. Había aceptado por completo la herencia oscura de Monsfil. Su mirada era fuego contenido, y su aura se extendía como un océano en tormenta. En su interior, el demonio que siempre había dormido... ahora rugía despierto.

Frente a él, Domia jadeaba con el rostro desencajado por la rabia. Su brazo derecho, cercenado por la hoja negra de Biel, yacía hecho polvo sobre el suelo, aunque ya lo había reconstruido, seguía doliendo. La sangre que brotaba de su herida chispeaba como lava incandescente, pero su orgullo herido dolía mucho más.

—Tú... —gruñó, su voz temblando con una furia tan densa que podría cortar montañas—. Eres un demonio aterrador…

Biel, con su silueta envuelta en sombras que danzaban como llamas negras, sonrió con calma.

—La verdad… soy humano. —Su voz resonaba como un trueno lejano en una catedral vacía—. Pero en mí… duerme un demonio que está dispuesto a destruirlo todo. Y eso te incluye a ti.

La mirada de Domia se volvió homicida. El espacio alrededor de ella se quebró como cristal bajo un martillo.

—¡CÁLLATE DE UNA VEZ! —gritó, y su voz rompió el tejido del mundo.

El cielo se partió como un espejo que no podía sostener su reflejo. Fragmentos de realidad flotaron en el aire, destellando como esquirlas de estrellas rotas.

Acalia, Raizel y los demás quedaron congelados, con los ojos abiertos de par en par.

—¿Q-que es esto...? —susurró Raizel, sujetándose el pecho—. Nunca... había sentido un poder que desgarrara la realidad misma...

Pero Biel seguía inmóvil. Su expresión no cambió. Era un faro de serenidad en medio del caos.

—¡¡IDIOTA, ¡¡QUÉ TE PASA!! —bramó Domia, con los cabellos ondeando como látigos de furia pura—. ¿¡ACASO TODO ESTO NO TE HACE TEMBLAR!?

Biel cerró los ojos un momento. El viento a su alrededor giraba como un huracán de cuchillas, pero él era un remanso.

—He vivido cosas peores que esto —dijo al fin, abriendo los ojos, ahora teñidos de carmesí absoluto—. Ya nada me sorprende. Pero... admito que eres demasiado poderosa. Y así como voy… no podré derrotarte.

Biel en su mente pensaba que debía hacer un plan para atraerlo pues de todos ellos, él también era sumamente fuerte, con él y la fuerza de Acalia y los demás debían tener una oportunidad de llevar a Domia a ese lugar.

Domia frunció el ceño. Por primera vez, una chispa de duda brilló en sus ojos.

—¿Qué estás tramando...? —susurró.

Biel dio un paso adelante. La tierra se agrietó bajo sus pies. Luego otro. Y otro. Hasta que se detuvo en el centro de la distorsión creada por Domia. Elevó el rostro al cielo destrozado... y gritó.

Un grito. Pero no uno común. Fue un rugido primigenio, una vibración cósmica que atravesó montañas, océanos y dimensiones. El sonido sacudió los cimientos del mundo físico... y traspasó al espiritual.

En lo alto del plano espiritual, el eco llegó como un canto antiguo.

Yael "Enit", la Diosa de los Espíritus, abrió los ojos con sorpresa. Su trono, tallado en cristal celestial, vibró bajo su forma etérea.

—Imposible… —murmuró, y un suspiro encantado se escapó de sus labios—. La energía de Biel ha atravesado el velo de la vida y la muerte…

A su lado, Rizeler, de pie como una estatua protectora, frunció los labios.

—Ha cambiado mucho desde que vino aquí por primera vez… —dijo con tono reflexivo—. Antes, su poder apenas despertaba. Ahora… su presencia parece la de un dios naciente.

Yael se llevó una mano al rostro, ruborizada como una doncella enamorada.

—Además… es tan guapo —susurró, y pequeños corazones etéreos flotaron a su alrededor.

Rizeler ladeó la cabeza, con una expresión incómoda.

—Por favor, mi señora, el solo es un humano… —murmuró.

Yael soltó una risita y se incorporó con elegancia.

—Rizeler… prepárate. El grito de Biel no es solo una llamada. Es un rugido de guerra. Y creo… que está pidiendo ayuda.

El viento espiritual comenzó a agitarse, como si respondiera al llamado. Las puertas del santuario empezaron a brillar con una luz que no se había visto en siglos.

Y así, mientras en el mundo material los escombros del cielo seguían cayendo, y la figura de Biel brillaba como una lámpara encendida en la oscuridad del universo, una nueva fuerza comenzaba a despertar...

Una que podría inclinar el destino mismo.

El eco del grito de Biel viajó más allá del plano espiritual, más allá de los reinos conocidos por los mortales. Atravesó la cortina de dimensiones hasta alcanzar el Umbral de los Dioses, una región tan alejada del plano terrestre que incluso las estrellas parecían susurrar su distancia. Aquel grito era como una lanza de luz y caos que había perforado la eternidad.

Los dioses, antiguos y vastos, reunidos en su Círculo Celestial, detuvieron su eterno debate. Un silencio impenetrable cayó sobre la sala como un velo de obsidiana. El eco resonaba todavía en los pilares de éter, en los corredores del tiempo y la esencia.

Nyxaris, la Diosa de las Sombras, se adelantó primero. Su silueta ondulaba como humo bajo la luz de lunas invisibles.

—Ese humano ha trascendido su poder... —murmuró, con la voz tan suave como un susurro en la oscuridad—. Su grito ha llegado hasta este lugar, tan distante del planeta Tierra. Es verdaderamente impresionante.

Solaryon, el Dios de la Luz, brillaba con una presencia que cegaba incluso a otros dioses. Asintió con seriedad, sus ojos como soles en miniatura.

—Es cierto. Ese humano se ha vuelto tan fuerte que ahora... el equilibrio del universo está en un punto de igualdad. Por fin... la luz y la oscuridad se miran de frente.

Thalgron, el estruendoso Dios de la Guerra, soltó una carcajada que retumbó como truenos de acero.



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En el texto hay: juvenil, magia, fantasia sobrenatural

Editado: 02.08.2025

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