Fragmento de lo Infinito

Capítulo 62: La Calamidad de la Desesperación

El campo de batalla era una sinfonía de caos. El cielo, desgarrado como un lienzo de papel rasgado por garras invisibles, continuaba rugiendo mientras nubes negras giraban en espirales ominosas sobre Lunarys. La tierra temblaba, llorando por la masacre inminente, y los escombros danzaban en el aire como si la gravedad misma hubiera decidido abandonarlos.

Domia estaba de pie en el centro de la devastación, su figura envuelta en un aura carmesí que palpitaba con una furia viva. Su rostro, antes sereno y calculador, se deformaba con desesperación y odio. Había perdido a los Novas, sus leales pilares de destrucción, y sus enemigos no solo habían resistido, sino que se multiplicaban. El poder de Biel había crecido. Ya no era solo un humano con una chispa divina, era un torbellino de oscuridad y determinación.

—¡Esto no puede estar ocurriendo! —gruñó Domia, con la voz quebrada entre la ira y el pánico. Sus ojos ardían con un rojo antinatural, como brasas encendidas por el mismo infierno.

Biel, en contraste, estaba en calma. Su figura irradiaba una presencia aplastante. La forma semi perfecta del Rey Demonio lo envolvía con sombras serpenteantes, como si una entidad ancestral respirara a través de él. Su cabello flotaba con un viento que solo él sentía, y sus ojos, de un carmesí profundo, miraban directamente a la emperatriz caída con una serenidad escalofriante.

—Tenemos que terminar con esto de una vez por todas —dijo Biel, su voz resonando como el eco de un trueno contenido. Cada palabra suya caía como un martillazo sobre la tensión del ambiente.

A su lado, los refuerzos habían llegado como un torbellino de esperanza. Ylfur, el caballero oscuro, pisaba el campo con la gravedad de un coloso antiguo. Sus hermanos, Nübel y Fuhrich, se alineaban junto a él con rostros tan serios como la muerte. Palser y Calupsu, demonios de alto rango, se colocaban en formación. Raizel, Acalia y Ryder habían regresado al combate, mientras Easton y Xantle protegían con fiereza a Sarah, cuyo cuerpo inconsciente yacía en una cámara de protección mágica.

Domia los escaneó a todos con ojos que chispeaban locura. El mundo a su alrededor comenzaba a perder sentido. ¡Había hecho un pacto con las tinieblas para obtener el poder definitivo y aun así estaba perdiendo terreno!

—¡Ustedes morirán! —gritó, su voz rompiendo el aire como vidrio hecho trizas—. ¡Yo no caeré en este lugar! ¡Yo gobernaré por la eternidad! ¡No me importa nada! ¡Si pierdo mi alma, si dejo de ser yo misma... ¡lo cambiaré todo por poder!

La atmosfera se quebró. El cielo chilló. Un espasmo de energía oscura surgió desde el corazón de Domia, elevándola unos metros del suelo. Su cuerpo comenzó a ser envuelto por una segunda capa de aura: una que ya no era magia común. Era la encarnación de una divinidad profana.

Biel frunció el ceño. Pudo sentirlo.

—Retrocedan. —Su voz fue baja, pero resonante. Todos obedecieron al instante, como si su voluntad se hubiera vuelto ley universal.

La atmósfera se tornó cortante. Literalmente.

Nübel, la hermana de Ylfur, fue la primera en advertirlo.

—Esa aura... tiene filo. —Su voz tembló levemente. El aire en torno a Domia ya no solo era magia: era una cuchilla omnipresente.

Palser, siempre escéptico, lanzó una esfera oscura como prueba. Esta se acercó a Domia y, al rozar su aura, fue seccionada limpiamente antes de explotar en un estallido disperso.

Un escalofrío recorrió a todos los presentes.

—Es real... —murmuró Calupsu con incredulidad.

Domia abrió los ojos. Ya no eran humanos. Eran dos estrellas negras ardiendo desde un abismo infinito. Su respiración era tranquila, pero la energía a su alrededor era puro frenesí.

Y entonces, sin previo aviso, miles de espinas de sangre brotaron del aire como si el mismísimo plano de la realidad se hubiera convertido en un nido de horrores. Se extendieron en todas direcciones, como una plaga carmesí movida por una voluntad sedienta de muerte.

—¡Cúbranse! —gritó Biel, creando un escudo titánico de sombras cristalizadas. Una cúpula que rodeaba a todos.

Las espinas impactaron contra el escudo con un sonido similar al de un millar de espadas golpeando metal incandescente. El escudo vibraba, crujía, se agrietaba. Y algo más...

Raizel jadeó. —¡Nos están drenando la energía!

Las espinas, al impactar, absorbían la fuerza vital de los presentes. La energía se elevaba en forma de hilos etéreos hacia una esfera carmesí que flotaba cerca de Domia. Ésta latía como un corazón demencial, acumulando cada gota de vida robada.

Domia sonreía. Sus labios, manchados de sangre, se curvaban con una arrogancia divina.

—No pueden escapar de mí... —susurró, su voz resonando en la mente de todos como un eco que surgía desde el interior del alma.

Biel, con el rostro tenso, observaba el escudo romperse poco a poco. Una gota de sudor resbaló por su mejilla.

—No resistirá mucho más... —admitió, apretando los dientes. —Necesitamos una solución ya.

Ylfur, siempre imponente, dio un paso adelante.

—Si esa esfera está acumulando poder, entonces... tenemos que destruirla antes de que se complete.

Fuhrich asintió, desplegando sus alas etéreas.

—Yo puedo llegar hasta ella. Cubridme.

—No vayas solo —replicó Nübel. —Voy contigo.

La decisión fue rápida. Biel reforzó el escudo un segundo más, lanzó una oleada de sombras ofensivas para cubrir el movimiento de los hermanos, y el campo de batalla se convirtió nuevamente en un torbellino de caos.

Pero algo era seguro:

Domia ya no era la emperatriz.

Se había convertido en una calamidad.

Y ese día, en el umbral del fin, el mundo conocería el juicio carmesí.

La Domia de antes había desaparecido. No quedaba rastro de aquella mujer que se autoproclamaba emperatriz de un mundo sumido en el caos. Lo que se erguía ahora en su lugar era algo distinto, algo profano. Una aura de oscuridad pura la envolvió como un manto viviente, y su cuerpo comenzó a cambiar. La carne de humana dio paso a una forma de energía pura; su armadura se desintegró para dar lugar a un ropaje etéreo que palpitaba con esencia maldita. Su cabello, antes negro como la noche, se tornó blanco como la ceniza del último incendio del mundo.



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En el texto hay: juvenil, magia, fantasia sobrenatural

Editado: 02.08.2025

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