Biel sintió cómo la energía dentro de su cuerpo hervía como un volcán a punto de estallar. Su mirada se fijó con determinación en la figura monstruosa que flotaba frente a él: Belcebú, la Calamidad de la Desesperación. Con un rugido que desgarró el aire, Biel se impulsó hacia adelante, atravesando el campo de batalla como una ráfaga de oscuridad encendida.
—¡Vamos, Belcebú! —gritó con furia.
El cuerpo de Belcebú, aunque herido por ataques anteriores, comenzaba a recomponerse lentamente. Las laceraciones y quemaduras se cerraban como si el tiempo mismo le obedeciera, y una siniestra sonrisa se dibujó en su rostro demoníaco.
—Pensé que serías un gran peligro —dijo con voz grave, como un eco surgido del abismo—. Pero solo accediste a más poder. Pensé que esa patada de hace unos momentos sería un golpe crítico, pero no fue nada… apenas una caricia.
Biel se detuvo a unos metros de él, jadeando, su pecho subiendo y bajando con esfuerzo. Sus ojos, teñidos de azul por su forma perfecta de Rey Demonio, chispeaban con furia contenida.
—La verdad… yo también pensé que ese golpe te haría gran daño —confesó, cerrando el puño con frustración—. Pero fue en vano. Ahora comprendo qué tan fuerte eres. Aunque haya accedido a esta forma... no creo que pueda ganarte.
Llevó su mano a su cabello, pasándola por sus mechones desordenados. Su rostro se endureció con una determinación ardiente.
—Pero, aunque no pueda ganarte… no me rendiré.
Belcebú soltó una carcajada que retumbó como un trueno en el cielo.
—Impresionante, humano. Reconocer la superioridad de tu enemigo, y aun así alzarte contra él… eso es admirable. Pero inútil. Ahora mismo no estás en condiciones para derrotarme. Tal vez, dentro de unos miles de años, tengas una oportunidad.
—Es mucho tiempo… —respondió Biel con una sonrisa amarga—. Tal vez para entonces ya no esté vivo.
—Es verdad —asintió Belcebú con una expresión de lástima fingida—. Entonces tendré que matarte aquí y ahora.
Biel se puso en postura de combate, sus pies firmes sobre la tierra quebrada, su aura temblando con violencia.
—Aunque no tenga la oportunidad de acabar contigo, yo lo intentaré. Hasta el último aliento.
Belcebú extendió una mano y de su espalda emergió una hoja envuelta en oscuridad líquida: la espada de Domia, ahora corrompida con el aura de la Calamidad de la Desesperación. Era como si el metal llorara sombras, goteando muerte con cada segundo que pasaba.
Biel, sin titubear, alzo su espada de Fuego Helado. El fuego frio que la recubría crepitaba como una estrella furiosa, y el aura de la forma perfecta del Rey Demonio la envolvía como un dragón despierto.
Ambos se lanzaron al encuentro.
El impacto fue brutal. Las espadas chocaron con una fuerza que desgarró el cielo. Un destello cegador emergió del centro del golpe y la onda expansiva arrasó todo a su alrededor. La tierra se partió como cristal bajo una tormenta, la atmósfera se hizo pesada, como si el aire se hubiera transformado en plomo líquido. Rayos oscuros descendieron del firmamento, surcando el cielo como serpientes eléctricas.
La vegetación del lugar desapareció en un instante, calcinada o corrompida por la energía liberada. Era como si la vida misma huyera de la batalla.
Keshia, desde la distancia, había logrado poner a salvo a los demás creando una barrera de rayos, brillante y vibrante como un relámpago congelado en el tiempo. A pesar de la protección, los estruendos eran tan fuertes que hacían temblar el suelo como si un gigante invisible pisara la tierra con cada choque de espadas.
Acalia, Easton, Xantle y Sarah yacían inconscientes, mientras Calupsu, Ylfur y sus hermanos se esforzaban al máximo para mantener la barrera que Keshia había erigido.
—¡No podemos permitir que esa cosa se acerque más! —gritó Ylfur, con el sudor empapándole la frente.
—¡Concéntrense! —espetó Calupsu con los dientes apretados—. Keshia está gastando mucha energía manteniéndolos vivos… no podemos fallar ahora.
Dentro del campo de batalla, Biel y Belcebú seguían chocando como dos constelaciones colisionando. Cada movimiento era una sinfonía de caos y poder. Biel gritó con fuerza, liberando un corte de fuego que atravesó el cielo.
—¡Colmillo de Llamas Heladas!
Belcebú giró sobre sí mismo, bloqueando el ataque con facilidad y contraatacó con una ráfaga de oscuridad que parecía devorar la luz misma.
—¡Juicio de la Desesperación!
Ambas técnicas chocaron, generando una implosión de energía que rasgó el aire. El cielo, antes azulado, ahora estaba teñido de tonos púrpura y negro, como si el mundo mismo hubiera entrado en duelo.
Biel jadeaba, sus brazos comenzaban a temblar, pero sus ojos… seguían tan firmes como el acero.
—¿Eso es todo, Biel? —provocó Belcebú con burla—. ¿Ya se acabó tu energía?
—No… —respondió Biel, con una sonrisa temblorosa—. Aún me queda algo...
Con un rugido que estremeció la tierra, Biel reunió todo su poder, la espada se envolvió en llamas blancas mezcladas con un núcleo de oscuridad. Era una contradicción viva: fuego y sombra bailando juntos.
—¡Último rugido del Rey Demonio! —exclamó Biel, lanzando una estocada con toda su alma.
El ataque impactó de lleno. La figura de Belcebú fue arrojada hacia atrás, atravesando varias colinas de piedra ennegrecida. El silencio reinó por un momento. El aire era denso, inmóvil.
Pero luego… la risa volvió.
—¡Jajajaja! —Belcebú emergió de los escombros, sin un solo rasguño nuevo—. ¡Qué hermoso espectáculo! ¡Qué determinación más dulce! ¡Y qué inútil!
Biel cayó de rodillas, jadeando. Su espada comenzaba a perder su brillo, su cuerpo temblaba, sus músculos clamaban por descanso.
Pero sus ojos… seguían brillando con la llama de quien no se rinde.
—No... he... terminado...
Belcebú lo miró con una mezcla de respeto y lástima.
—Te has ganado el derecho a morir como un guerrero, Biel. Y eso… no se lo concedo a cualquiera.
Editado: 02.08.2025