Fragmento de lo Infinito

Capítulo 64: Donde la Luz Vuelve a Nacer

La guerra había terminado.

Todo el campo de batalla se había sumido en un silencio sepulcral, como si el mismo mundo hubiese olvidado cómo respirar. Solo algunas explosiones aisladas, distantes como ecos de un recuerdo que se resiste a morir, rompían la quietud. Allá lejos, los últimos rezagados luchaban contra las tropas del reino de Claiflor, mientras aquí, en el corazón del conflicto, nadie se atrevía a emitir sonido alguno.

Los rostros de todos los presentes eran láminas rotas de desconcierto.

Acalia, con la garganta seca y un temblor invisible sacudiendo su cuerpo, fue la primera en hablar. Su voz salió rasgada, como un susurro de vidrio quebrado.

—¿Qué... qué sucedió...? —balbuceó, sus ojos, grandes y desbordantes de angustia, escudriñaban el paisaje como si pudieran arrancar de la nada la figura de Biel. — ¿Dónde está...? ¿Dónde está Biel?

Un latido doliente cruzó el campo.

Keshia cayó de rodillas, como si el peso de la realidad la hubiese aplastado de golpe. Su vestido, ahora empapado de barro y lluvia, se pegó a su piel, pero ella no lo notó. Sollozó con la fragilidad de un corazón que se despedaza.

—¡Mi querido Biel! ¡¿Dónde estás?! ¡Contéstame, por favor...! — gritó al vacío, su voz perdiéndose entre los primeros golpes de la tormenta.

Los demonios de alto rango, Calupsu, y los hermanos Nübel y Fuhrich, también parecían congelados en un retrato de incredulidad. Sus ojos, que alguna vez vieron horrores innombrables en el campo de batalla, ahora titilaban con la inseguridad de niños perdidos.

—¿Estará muerto...? —se atrevió a susurrar Fuhrich, su voz poco más que el temblor de una hoja.

—¡No digas eso! —exclamó Ylfur, sus puños apretados hasta que los nudillos se tornaron blancos. — Mi amo... Biel... él no está muerto. ¡Lo sé! Mi corazonada me lo dice...

Pero ni siquiera su fe inquebrantable podía despejar el vacío ensordecedor que se había instalado en el corazón de todos.

Raizel, también derrotada por la incertidumbre, se encontraba de rodillas junto a Xantle y Easton, ambos inconscientes. Sus alas, otrora majestuosas, ahora yacían arrastradas en la tierra como fragmentos rotos de un sueño perdido. Ella también buscaba, con la mirada perdida, alguna señal que negara lo que temían.

Y el cielo lloró con ellos.

La lluvia cayó como lágrimas del propio mundo, empapando el suelo rojo de sangre, lavando heridas que ni el tiempo podría curar. Cada gota era un latido ahogado, un gemido de la tierra que parecía lamentar la pérdida de su héroe.

De repente, un destello de energía surcó el aire, y aparecieron Kircle, Gaudel, Yumi y Charlotte. Kircle, con la respiración entrecortada y el rostro empapado en sudor, había agotado toda su magia para lograr una teletransportación urgente.

Charlotte corrió hacia el grupo, su corazón golpeando con desesperación contra su pecho.

—¡¿Qué pasó?! ¡¿Dónde está mi hermano?! ¡¿Por qué tienen esas caras...?!— exclamó, pero su voz murió cuando vio los rostros de sus compañeros, tan descompuestos que parecían a punto de romperse en mil pedazos.

Una horrenda sospecha nació en su corazón.

—No... no me digan que... —murmuró, y el temblor en sus piernas la derribó. Se llevó las manos al rostro, y un grito ahogado escapó de sus labios mientras las lágrimas la cegaban.

Yumi, de pie junto a ella, también miró alrededor. Buscó, desesperadamente, esa presencia ardiente, única, la que siempre la reconfortaba como un faro en la oscuridad.

Pero no había nada.

Ni una chispa.

Ni una brizna de ese poder inconfundible que era Biel.

Su rostro, que rara vez mostraba emociones, se quebró en una expresión de pérdida absoluta. Cayó de rodillas junto a Keshia, sin emitir sonido alguno, mientras el luto se apoderaba de su alma.

La guerra había terminado.

¿Pero a qué costo?

Biel, el héroe que desafío a los cielos y al abismo, había desaparecido sin dejar rastros. Como si el mismo destino se hubiera negado a conservar su memoria, borrándolo del tejido de la existencia.

La lluvia se hizo más intensa, azotando la tierra con furia contenida, como si el cielo gritara por aquellos que ya no podían.

Calupsu dio un paso adelante, sus alas negras arrastrándose tras él como capas de duelo.

—No puede ser... —murmuró, su voz apenas un suspiro entre la tormenta.

Gaudel apretó los dientes, sus ojos clavados en el vacío donde Biel había estado.

—Él... él no desaparecería así... No sin decir nada...

Charlotte golpeó el suelo con sus manos, una y otra vez, como si con cada golpe pudiera traerlo de vuelta.

—¡Hermanito idiota! ¡Tú prometiste volver! ¡Tú dijiste que nunca nos abandonarías! — gritó, mientras la lluvia se mezclaba con sus lágrimas.

Keshia, con los ojos perdidos y la boca temblorosa, murmuraba una y otra vez:

—Mi querido Biel... mi querido Biel...

Cada palabra era una punzada en el corazón de todos.

Raizel, abrazando a los inconscientes Xantle y Easton, cerró los ojos con fuerza.

—Él no se fue...— dijo, con una fe desesperada—. Él está en algún lugar... Tiene que estar...

Pero ni siquiera la esperanza podía llenar el vacío inmenso que Biel había dejado.

Y así, bajo la lluvia inmisericorde, los héroes que una vez caminaron junto a Biel se quedaron en silencio, congelados en un instante de dolor eterno. El mundo parecía detenerse, respirando apenas, ante la ausencia de aquel que se había convertido en la última luz en medio de la oscuridad.

Una luz que ahora... parecía haber desaparecido para siempre.

En un espacio nulo, más allá de toda comprensión, flotaban dos presencias.

La oscuridad era total, infinita, como un abismo donde el tiempo mismo se había suicidado. Allí, suspendidos en ese vacío eterno, se encontraban Biel y Belcebú, sus auras titilando como dos soles rebeldes que se negaban a ser devorados por la nada.

Belcebú miró alrededor, su rostro endurecido por la confusión.



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En el texto hay: juvenil, magia, fantasia sobrenatural

Editado: 02.08.2025

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