El sol se deslizaba suavemente por el horizonte, tiñendo de dorado las nubes que descansaban sobre las colinas cercanas. Desde lo alto de una montaña, con el viento acariciando su ropa elegante de rey demonio y el cabello agitándose con suavidad, Biel observaba en silencio la ciudad que ahora se alzaba orgullosa en medio del valle.
El aire olía a esperanza. A madera nueva. A tierra fértil y sueños cumplidos.
Y entonces, su voz resonó. No como un pensamiento privado, sino como una narración que parecía surgir del propio mundo. Una confesión íntima compartida con el universo.
—Han pasado diez días desde que derrote a Domia y a Belcebú —dijo, con voz serena y profunda—. Fue una batalla demasiado intensa y caótica… pero pude ganar. Y ahora todos vivimos en tranquilidad.
Una brisa cálida le revolvió el flequillo, como si el mundo respondiera a sus palabras.
—Además, mis excompañeros de clase entraron a este mundo… —continuó, bajando la mirada hacia la ciudad—. Ellos decidieron vivir sus vidas aquí, al igual que yo… y eso me alegra. Pensé que jamás los volvería a ver…
Una sonrisa melancólica se dibujó en su rostro. En sus ojos, el brillo de la nostalgia y la esperanza entrelazadas.
—He pasado cinco días en esta nueva ciudad que construyeron… y sinceramente, es muy bonita. Esta ciudad nació gracias a ellos… y al poder del anciano que me trajo a este mundo.
Biel inspiró profundamente. El aire sabía a paz, pero su pecho cargaba con un eco lejano de inquietud.
—Quisiera que esta paz durara para siempre… pero todavía hay muchos cabos sueltos que tendré que afrontar en mi camino.
Sus ojos se endurecieron levemente, como si el recuerdo de lo no resuelto se manifestara en su mirada.
—Además, la misión principal que decidí al llegar a este mundo… fue buscar a mi amigo Bastian. Él también viajó aquí, pero desapareció justo en el momento en que llegué… como si algo o alguien hubiera hecho que nuestros caminos se separaran.
El viento se tornó más fresco, como si el mundo también se estremeciera al recordar la ausencia de aquel amigo.
—Pero aun así… —dijo, apretando el puño con determinación— no me rendiré en buscarlo. Lo encontraré. Porque es mi mejor amigo.
Una pausa. Un leve temblor en su voz. Y luego, como un rayo de sol atravesando una nube, una sonrisa sincera.
—Aunque también me han pasado cosas buenas desde que llegué a este mundo…
Sus ojos se suavizaron. La tensión en sus hombros desapareció.
—Conocí amigos que me acompañan en cada aventura. Y eso me alegra.
Suspiró, mientras el sol descendía lentamente, dorando su silueta.
—Me alegra que mi hermana Charlotte me acompañe en este mundo. Me alegra que Yumi, Sarah, Xantle, Raizel, Gaudel, Ylfur, Easton, Ryder y Acalia… todos ellos estén siempre a mi lado.
De repente, su expresión se tornó ligeramente incómoda.
—Y también, aunque no esté aquí ahora mismo… ella también la aprecio mucho.
Se rascó la nuca, desviando la mirada.
—Y aunque no me guste la idea de estar comprometido con ella por un matrimonio arreglado… aun así, la quiero…
Una ráfaga de viento lo empujó por detrás, como si el mismo mundo lo estuviera molestando. Tropezó ligeramente y murmuró:
—¡Ya, ya! No me presionen, demonios…
Una risita femenina sonó detrás de él.
—¿Estás hablando solo otra vez? —preguntó Charlotte, asomando la cabeza desde una roca cercana con una sonrisa traviesa.
—¡Hermana! ¿Qué haces aquí? ¡Creí que estabas dormida! —respondió Biel, dando un salto torpe, sorprendido.
Charlotte se encogió de hombros con inocencia exagerada.
—Estaba dormida… hasta que oí a alguien soltar un monólogo dramático con fondo de atardecer. Muy tú, por cierto.
—¡No era dramático! —protestó Biel, cruzándose de brazos.
—Claro, claro. Y esa parte de “aunque no me guste la idea de estar comprometido” fue completamente casual, ¿verdad?
—¡C-cállate…!
Charlotte soltó una carcajada y caminó hasta él, dándole un suave golpe en el hombro.
—Solo bromeo. Pero me alegra oírte hablar así. Ya no suenas tan… solo.
Biel la miró, con una mezcla de afecto y gratitud.
—Gracias, Charlotte.
—Por cierto… —añadió, dándose la vuelta de pronto y gritando hacia el bosque— ¡Ya pueden salir, chicos! ¡El drama terminó!
—¡¿Qué?! —Biel parpadeó— ¡¿Había más gente?!
De entre los arbustos, como una tropa de espías poco sigilosos, fueron saliendo uno por uno: Yumi, Raizel, Easton, Ryder, Xantle (con una zanahoria en la boca), Acalia y hasta Gaudel, que claramente no encajaba en una misión de sigilo.
—¡Perdón! ¡Pero la vista era buena y tú hablabas tan bonito! —dijo Xantle, dando un salto mientras masticaba.
—¡Quería ver si llorabas! —añadió Easton con una sonrisa de medio lado.
Raizel, siempre serena, se inclinó suavemente.
—Tus palabras fueron sabias, Biel. Aunque... un poco cursis.
—¡¿Pero por qué todos estaban espiándome?! —exclamó Biel, llevándose las manos a la cabeza.
—Porque te queremos, tonto —dijo Yumi, abrazándolo por la espalda con dulzura inesperada.
El grupo se arremolinó a su alrededor, compartiendo risas, comentarios sarcásticos y miradas cómplices.
Y en ese instante, una silueta emergió caminando con torpeza desde un costado de la colina. El cabello plateado danzaba al viento, y en su rostro, una expresión mezcla de confusión y ternura.
—¿Ustedes siempre hacen esto…? —preguntó Aine, mientras se acomodaba su cabello.
Biel tragó saliva. El grupo lo miró.
—¡Hola, Aine! —saludó Charlotte con una sonrisa pícara.
—E-eh… hola… —balbuceó Biel, rascándose la cabeza— ¿L-legaste justo cuando…?
—Desde que dijiste que me querías —respondió Aine sin rodeos, con una sonrisita encantadora y peligrosa.
La risa del grupo estalló como una tormenta de primavera. Biel quedó paralizado, rojo como una fresa bajo el sol.
Editado: 02.08.2025